" Lo que verdaderamente cuenta es la acaricia del Señor en todas nuestras aventuras y desventuras" El cardenal filipino Gaudencio Rosales celebra el 65 aniversario de su ordenación sacerdotal
La homilía ha corrido a cargo de Rosales, quien a sus 90 años, ha predicado con una lucidez que siempre le ha caracterizado
Durante unos 8 años, Rosales, con un talante distinto al de su predecesor inmediato, ha hecho una ingente labor, tanto en lo material como en lo espiritual
"Es oportuno dejar constancia aquí de que su mandato en Manila fue un tiempo de bendición y cambio profundo protagonizado por un prelado, menos clerical que los anteriores purpurados filipinos y con un gran amor al sacerdocio"
Además de eso, ha compartido un tesoro espiritual al pueblo: la teología de las migajas que tomó cuerpo en el movimiento Pondong Pinoy en el cual todos somos llamados a aportar algo aunque sea una migaja
"Es oportuno dejar constancia aquí de que su mandato en Manila fue un tiempo de bendición y cambio profundo protagonizado por un prelado, menos clerical que los anteriores purpurados filipinos y con un gran amor al sacerdocio"
Además de eso, ha compartido un tesoro espiritual al pueblo: la teología de las migajas que tomó cuerpo en el movimiento Pondong Pinoy en el cual todos somos llamados a aportar algo aunque sea una migaja
| Macario Ofilada
El 23.03.2023, el arzobispo emérito de Manila, S.E.R. Gaudencio Cardenal Rosales, celebró sus bodas de diamante sacerdotales (65 años). Había sido ordenado hace 65 años en la Catedral de San Sebastián en Lipá por Mons. Alejandro Olalia, obispo de la sede lipense que fue elevada a archidiócesis el 20.06.1972. Se ha celebrado una misa en la capilla del Seminario de San Francisco de Sales de la Archidiócesis de Lipá. La misa la ha celebrado el Nuncio de Su Santidad, Mons. Charles John Brown. Figuran entre los concelebrantes, además del cardenal Rosales, los siguientes prelados: Mons. Jose Fuerte Advíncula, cardenal arzobispo de Manila, Mons. Gilbert Gacera, arzobispo de Lipá, Mons. Ramón Argüelles, arzobispo emérito de Lipá, Mons. Reynaldo García, obispo de Imus y Mons. Roberto Ga-a, obispo de Novaliches.
La homilía ha corrido a cargo de Rosales, quien a sus 90 años, ha predicado con una lucidez que siempre le ha caracterizado. Ha comenzado hablando de su formación en el Seminario de San José de los padres jesuitas, diciendo que la mayoría de sus formadores eran estadounidenses. Solo hubo poco filipinos jesuitas entonces. Ha confesado que la formación de 11 años era larga y exigente pero siempre le parecía que muchas faltaban en su formación, es decir, pese a la dureza y lobreguez de aquellos años en el seminario, en que todo se enseñaba en latín, sintió el cardenal que le quedaba mucho por aprender y experimentar. Ha destacado el valor formativo de su segunda asignación episcopal en Malaybalay, Bukidnon (1982-1992), afirmaron que ahí aprendió la lección más difícil de lo que él denominó como su formación continua como sacerdote. Antes de su asignación en Bukidnon, había sido obispo auxiliar de Manila (1974-1982) y sacerdote de la Archidiócesis de Lipá (1958-1974) en la Provincia de Batangas.
En Bukidnon, un paraíso montañoso en la isla sureña de Mindanao, le tocaron tiempos muy difíciles a Rosales, tagalo del norte, oriundo de la isla de Luzón. Ahí no se habla el tagalo sino el bisayo que a su llegada Rosales desconocía. Y los bukidnonenses no dudaron en hacerle saber al recién llegado prelado (había llegado primero como obispo coadjutor) que lo rechazaban por sus orígenes. Además de eso, eran tiempos de conflicto explosivo entre las fuerzas armadas filipinas y los guerrilleros campesinos comunistas.
De hecho, varios sacerdotes de la diócesis bukidnonense colgaron la sotana para tomar las armas con la finalidad de abrazar el destino de sus hermanos pobres y perseguidos por los poderes imperantes. En Bukidnon quedó salpicada, no solo la sotana blanca de Rosales, sino sobre todo su conciencia, de los ríos y ríos de sangre y sudor derramados de los pobres y campesinos entre sus feligreses.
Durante su homilía, el cardenal ha confesado que su situación entonces en su primera sede episcopal como prelado residencial era para llorar y lo peor era que no se lo podía contar a sus padres quienes entonces vivían aún en la lejanía de Batangas. Eran tiempos de la dictadura de Marcos que no perdonaba la vida de sus contrincantes si bien eran unos descamisados y desamparados que solo buscaban alivio para su situación deplorable e insoportable.
Tras reflexionar acerca de esos años duros en Bukidnon , ha llegado a la siguiente conclusión el ilustre purpurado filipino: que no deberíamos tener miedo de que nos manoseen los hombres. Lo más importante es que nos manosee Dios. Lo que verdaderamente cuenta es la acaricia del Señor en todas nuestras aventuras y desventuras. Exhorta el prelado que no deberíamos tener miedo de los hombres porque lo que nos pueden hacer es solo pasajero. Lo único que cuenta es Dios. ¡El toque de Dios!
Después de su estancia en el sur, la Santa Sede devolvió a Mons. Rosales al norte, a su diócesis de origen como su arzobispo. Regentó la cátedra lipeña por 11 años, de 1992 a 2003 cuando fue trasladado a Manila, la sede primada ‘de facto’ de Filipinas. Durante su homilía, el cardenal aludió a los problemas de Manila que él conocía en el momento de su nombramiento a la sede manileña, cosa que se hizo público después. Reconocía que él no sabía que dichos problemas podían resolverse. Pero lo que sí es cierto, el prelado de origen batangueño (había nacido en la Ciudad de Batangas, Provincia de Batangas) y el primer tagalo en regentar la sede manileña que se encuentra en el corazón de Tagalandia en su larga historia de más de 400 años, hizo limpieza en la diócesis más antigua y prestigiosa del archipiélago manileño, hasta el punto de destituir y desterrar a miembros destacados del clero manileño embrollados en unos grandes escándalos financieros.
Durante unos 8 años, Rosales, con un talante distinto al de su predecesor inmediato, ha hecho una ingente labor, tanto en lo material como en lo espiritual, en Manila, centro de la nación filipina tanto en lo civil como en lo eclesiástico y que regentó hasta el 13.01.2011, cuando fue sucedido por Luis Antonio Tagle, ahora pro-prefecto del Dicasterio de la Evangelización. Ha optado a pasar su jubilación en una residencia sacerdotal en la ciudad de Lipá en cuya archidiócesis había pensado rematar su carrera episcopal mas Dios tenía otros planes. Su decisión de ir a vivir a Lipá tras su jubilación, aunque con frecuencia visitaba su antigua archidiócesis para participar en actividades oficiales y no perder el contacto, refleja sin duda el deseo del purpurado de poder volver a arraigarse en donde había comenzado todo y desde ahí otear el horizonte del futuro con un corazón muy agradecido por el pasado.
Se necesitarán ríos de tinta para desmenuzar la herencia del cardenal Rosales mas no es esta la ocasión para tal empeño. Sin embargo, es oportuno dejar constancia aquí de que su mandato en Manila fue un tiempo de bendición y cambio profundo protagonizado por un prelado, menos clerical que los anteriores purpurados filipinos y con un gran amor al sacerdocio, ha tenido que lidiar a varios toros tanto clericales como seculares, conservando la dignidad del oficio y de la propia persona.
Además de eso, ha compartido un tesoro espiritual al pueblo: la teología de las migajas que tomó cuerpo en el movimiento Pondong Pinoy en el cual todos somos llamados a aportar algo aunque sea una migaja, aunque sean monedas sueltas puesto que lo pequeño puede contribuir a edificar algo grande, algo duradero sobre todo si se trata de ayudar a los hermanos necesitados. Pondong Pinoy, sin duda, es la herencia duradera de Gaudencio Rosales frente a los prelados filipinos quienes han optado por desafiar abiertamente a los poderes civiles en un país en constante estado de ebullición en todos los niveles sociales y políticos.
Nacido el 10.08.1932, Gaudencio Rosales es el único sobreviviente de una promoción de cinco sacerdotes del mismo seminario ordenados el mismo año, de los que 3 llegaron a ostentar la mitra y llevar el báculo. Rosales, durante sus años de ejercicio activo del ministerio episcopal, solo utilizó un báculo: el que le regaló Mons. Alfredo Obviar, gran amigo de la familia Rosales, antiguo obispo auxiliar de Lipa y eventualmente obispo emérito de Lucena, cuya causa de beatificación ya se había incoado y del que es distinguido biógrafo el mismo Mons. Rosales. Tras una carrera presbiteral y episcopal fructífera, solo cabe hacerle llegar a este hermano en Cristo, pastor de su grey y ciudadano ejemplar nuestra felicitación gozosa. Ad multos annos!
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