¿Quién apostó y canonizó que fuera de la Iglesia católica, apostólica y romana, no había salvación? “Todos, todos, todos” o la Iglesia del papa Francisco
Todos, todos, todos son -somos- Iglesia. La Iglesia - la de Jesús- es de todos. Si alguien se ausentara conscientemente de lo que Jesús pretendió que fuera, y así lo afirmó y firmó con su propia sangre, la Redención constituiría un triste y desamparado fracaso humano y divino
La conversión de la Iglesia en propiedad, disfrute y distintivo de algunos -personas o colectivos-, que habrían de apellidarse “cristianos” en propiedad y en exclusiva, descalificaría a de por sí a la Iglesia , a sus manipuladores y consentidores
¿Qué dimensión específicamente religiosa les habrá aportado a algunos, los señores Munilla, Sáez, Demetrio, Müller, Giovanni Ángelo Becciu – “el sic de coéteris”- su condición jerárquica por la que se sienten tan obligados, por ejemplo, al tener que pronunciar sus “¡Sí¡” -AMÉN- a la infalibilidad pontificia y no a las reiteradas advertencias del papa Francisco, respecto a la necesidad de reconversión de la Iglesia, comenzando por su jerarquía?
¿Qué dimensión específicamente religiosa les habrá aportado a algunos, los señores Munilla, Sáez, Demetrio, Müller, Giovanni Ángelo Becciu – “el sic de coéteris”- su condición jerárquica por la que se sienten tan obligados, por ejemplo, al tener que pronunciar sus “¡Sí¡” -AMÉN- a la infalibilidad pontificia y no a las reiteradas advertencias del papa Francisco, respecto a la necesidad de reconversión de la Iglesia, comenzando por su jerarquía?
Las definiciones doctrinales -y las vivencias- de la Iglesia, son muchas. Y diversas. Desde la “Comunidad formada por todos los cristianos que viven la fe en Jesucristo”,-“conjunto de fieles cristianos”-, hasta “edificio destinado a su culto” , la letanía de definiciones que precisan y determinan lo que es , y hace ser, Iglesia a la Iglesia, es ancha e inabarcable.
Permanente y, en principio, “buena noticia –“evangelio”, la Iglesia en los últimos tiempos, y por multitud de razones, resultará de provecho la reflexión acerca de ella. En esta ocasión, le presto atención especial y con carácter de “definitoria”, a la encarnada en el papa Francisco en su perseverante y tenaz adoctrinamiento y ejemplos de vida. Advierto, no obstante, que a este papa se le podría y hasta debería, sugerir que prescindiera en determinadas circunstancias de lugar y de tiempo, de leer literalmente los discursos que les son preparados oficialmente. A Francisco le va mejor -mucho mejor- la improvisación. A su sombra y dictado, él es más él. Es decir, más Francisco. El de Asís, su homónimo, jamás leería el “canto” al hermano sol, a la luna, allobo, al agua, a la vida, a la muerte y, en resumidas cuentas, a Jesús y a su Madre, que por eso, es también “nuestra”.
Del contenido del canto, con resonancias al “Magníficat” del evangelio, entresaco y subrayo estas reflexiones, como síntesis y resumen de la catequesis eclesiológica al alcance de muchos y más en los enrarecidos e inclementes tiempos de dudas e inseguridades, tanto “religiosas” como de las otras.
Todos, todos, todos son -somos- Iglesia. La Iglesia - la de Jesús- es de todos. Si alguien se ausentara conscientemente de lo que Jesús pretendió que fuera, y así lo afirmó y firmó con su propia sangre, la Redención constituiría un triste y desamparado fracaso humano y divino. La conversión de la Iglesia en propiedad, disfrute y distintivo de algunos -personas o colectivos-, que habrían de apellidarse “cristianos” en propiedad y en exclusiva, descalificaría a de por sí a la Iglesia , a sus manipuladores y consentidores.
¿Y la jerarquía? En el sentimiento y en el lenguaje del pueblo -y de los pueblos- la jerarquía, tal y como se suele vivir, aun fundamentada en cánones, liturgia y en textos bíblicos de dudosa interpretación y procedencia, no solo no es Iglesia, sino obstáculo para llegar a serlo redentoramente algún día.
En la Iglesia está de más toda, o una buena parte de la jerarquía con que cuenta y de la que dispone. Esta se ejerce no infrecuentemente con criterios opuestos en gran proporción y modo a los substantivamente cristianos. ¿Qué dimensión específicamente religiosa les habrá aportado a algunos, los señores Munilla, Sáez, Demetrio, Müller, Giovanni Ángelo Becciu – “el sic de coéteris”- su condición jerárquica por la que se sienten tan obligados, por ejemplo, al tener que pronunciar sus “¡Sí¡” -AMÉN- a la infalibilidad pontificia y no a las reiteradas advertencias del papa Francisco, respecto a la necesidad de reconversión de la Iglesia, comenzando por su jerarquía?
¿Y quién decide lo de “todos, todos, todos“ de la Iglesia, que evangeliza, vive y predica el papa Francisco? ¿Quién apostó y canonizó que “fuera de la Iglesia católica, apostólica y romana, ni había, ni hay, ni pudiera haber salvación”? ¿Qué criterios -normas, reglas , pautas y “credos”, y además “en el nombre de Dios”, movió a papas y a obispos a condenar “por los siglos de los siglos” a quienes, declarados “herejes”, fueron inquisitorialmente quemados, ellos y sus obras en las que difundían la necesidad de reformar la Iglesia , a lo que ni al mismo Jesús le era dado reconocer como suprema justificación de su encarnación y venida al mundo, como uno más , a excepción del pecado, tal y como, sin más, adoctrinaron y adoctrinan los teólogos oficiales?
Todos, todos, todos somos Iglesia. La Iglesia. Los jóvenes a los que directamente evangelizaba con estas palabras el papa en la JMJ, entendieron tal mensaje a la perfección. No así las personas mayores y menos las sobrecargadas sus cabezas con mitras, solideos, báculos, colores rojos en pluralidadde matizaciones litúrgicas, dosis de incienso y de genuflexiones, para las que no todas las santas rodillas están en condiciones de cumplimiento obligado, por falta de ejercicio o a consecuencia de los DNI respectivos interpeladores, permanentes y acusicas.
Obvio y explicable es concluir que la “homilía” constante del “todos, todos, todos” del papa Francisco, no sea del agrado de muchos y más de “cristianos de toda la vida, y por tradición escolástica, “ante tridentina y anti Vaticano II. Hay que ser comprensivos. Más que con los laicos, con le jerarquía, cuyos miembros, para ser y ejercer como tales, han de ir por delante, o acompasando con unanimidad el sentir de la Iglesia oficial a la marcha, estilo y espíritu que marquen los tiempos, por nuevos o renovados que sean o estén. .
Lo de blanco o negro, hombre o mujer, torpe o listo, guapo o feo, rico o pobre, extranjero o del mismo país, pecador o santo, bueno o buenísimo, vestido de uno o de más colores -hasta todos los del Arco Iris con sus respectivos significados, nombres de santos y aún de “diosecillos”-, interesa e importa poco o nada a la juventud, si la vulnerabilidad de unos u otros no es “santo y seña” de su evangelización, conducta y comportamiento.
La juventud “pasa” de tales identificaciones, lamentando que en otros tiempos “y para mayor honra y gloria de Dios”, unos y otros se declararan guerras entre sí , hoy con gravísimos riesgos de universalizarse hasta hacer desaparecer la vida de sobre la faz de la tierra.
La educación para ser y ejercer siempre de “todos, todos y todos”, es tarea ministerio primario y elemental al que consagrarse y consagrar la vida, sin escatimar medios divinos y humanos. En soledad no se vive. La soledad -y tanto o más la de “en compañía”- no es norma ni estilo de vida. La soledad es la muerte. Con la misma muerte, acompañada de familiares y amigos, no se muere uno del todo. Ella- la muerte- es así atrio -prefacio- de resurrección y de vida.
¡Gracias, papa Francisco, porque en los últimos tiempos pastorales, con tan santa insistencia y reiteración , nos evangeliza, instándonos a vivir en la Iglesia, que para serlo de verdad -tiene que ser- totalmente de “todos, todos y todos”!
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