De Calderón de la Barca a C. Tangana La Iglesia es un volcán
"La relación Iglesia-volcán podría suscitar en algunos la idea de que las piedras con las que se construyeron los muros de la “dives”, eran y son de calidad infinitamente superior y con mayores aspiraciones a sacrales, que las que procedieron de las canteras de la Sierra de las Villuercas que hicieron posible la edificación del Santuario de la Virgen de Guadalupe"
Sí, la Iglesia –“Nuestra Santa Madre la Iglesia”- es hoy un verdadero volcán, con las recientes y aterradoras referencias a la diversidad de bocas, infernales orificios y agujeros sin fondo que caracterizan los de nuestra sempiterna “Isla Bonita”, de LaPalma , en el archipiélago canario. Y ahora, y una vez más, destaco la idea de que, de volcán o volcanes de la Iglesia no tienen la culpa la “prensa impía y blasfema” de los profesionales del ramo. Ellos se limitan – nos limitamos- a informar, o no, según las circunstancias las empresas y los empresarios y sanseacabó. En última instancia si no hubiera más remedio que repartir responsabilidades, buenas dosis de ellas l corresponderían a los componentes de los organismos “oficiales” eclesiásticos competentes , como son sus gabinetes de prensa, sin que tengan que ser los foráneos quienes efectúen tal tarea-ministeriopenitencial.
En este caso la referencia será de nuevo la relacionada con el “vídeo-clip” grabado en la catedral de Toledo, hecho considerado por muchos como de especial relevancia en el historial de la degradación-profanación de la Iglesia, por otros de una banalidad más y por algunos, de un ”atrevido”, pero normal , avance litúrgico, en fiel consonancia con los tiempos nuevos, con reverencial mención para los juveniles. De las homilías predicadas en las “misas de reparación y purificación” y de posteriores “ruedas de prensa” arzobispales posteriores, es obligado reseñar que otra vez (¡¡) ganaron los “ultra-piadosos”, en la interpretación de la sagrada liturgia en exclusiva, y con plenos derechos para fustigar y condenar como “herejes” y con casi dogmática consideración de no “católicos, apostólicos y romanos”.
¿Pero no habíamos quedado ya, y más después del concilio Vaticano II, y en pleno adoctrinamiento y actividad sinodal, que son las personas, más que las piedras, y determinados lugares, los que, en el caso de profanación, demandarían en profundidad y urgencia, reparación , hasta sus últimas consecuencias y con invocación al nombre de Dios? ¿Quién puede declararse a sí mismo “reparador” de la Iglesia, porque en uno de sus “sagrados lugares”, se haya efectuado un acto, que se ha dado en calificar de “ateo”, con tranquilidad de conciencia y sin tener en cuenta las intenciones de los protagonistas y ni siquiera el criterio y su “Nihil Obstat” del señor Deán del Cabildo, elegido democráticamente por los respectivos capitulares, lo que comportaría la descalificación institucional del mismo?
Y precisamente en el meridiano de estas leves sugerencias e inocentes interrogantes sale a la escena nada menos que don Pedro Calderón de la Barca, sacerdote de la Congregación de San Pedro Apóstol de Madrid, cuyo 370 aniversario de su consagración se celebra estos días , y a quien además le fuera concedido el título y renta de canónigo de la Capilla de los Reyes Nuevos de Toledo, siendo arzobispo “Primado de las Españas” , el Cardenal Moscoso y Sandoval. Por encargo de este prelado, redactó el poeta su “Exhortación -panegírica al silencio como alabanza a Dios”, glosando en su poema de525 versos los conceptos antagónicos de “canto “ y “silencio”, tomando misteriosamente el título de” Psalle et sile”, cuya traducción es “canta y calla”, frase existente en uno de los medallones de la reja, obra realizado por el gran artista del hierro Domingo de Céspedes, colocado en el acceso derecho del colosal Coro Mayor de la “dives toletana”
Siguiendo los pasos del devoto peregrino, que encarnan e hicieran sobrevivir los versos de Calderón de su discurso escrito en 1661, alamparo de la Virgen del Sagrario,, deslumbran las ideas de que el “canto”, al igual que el “silencio”, preludian y hacen perdurar el proceso de la más elemental adoración a Dios , con términos tan sagrados como estos: “ Canta y calla , dice aquél/ mote, cuya soberana / inscripción , sacro buril / en grabado bronce estampa…”
Los destinatarios del imperativo calderoniano no son ni solo ni preferentemente los canónigos del coro catedralicio, con su “dignidad” de chantre –“primer cantor“- al frente. Son igualmente destinatarios los no clérigos, es decir, laicos y laicas. Más que el mismísimo coro, por catedralicio, “primado” y toledano que sea, la voz con la que verazmente nos relacionamos con Dios, es la que pronuncia el pueblo, con mención reverencial y respetuosa para el ritmo y expresión corporal de su juventud, convertidos automáticamente en “palabra de Dios”. En tan bello y significativo menester evangelizador, positivamente participaron - ¡y de qué manera¡- tantas ediciones de “Autos Sacramentales” como se representaron en la catedral “primada”, con ocasión de la fiesta del Corpus, sin faltar jamás la del “Gran Teatro del Mundo “ de don Pedro Calderón de la Barca, con sus personajes “el rico”, “el pobre, “la discreción”, “el labrador, “la hermosura”, “la ley de gracia”….
Con referencias a lo de las “reparaciones, profanaciones y purificaciones”, sería preferible su proyección penitencial hacia la peana del poderío “religioso” y civil que encarnan los “ornamentados” e incensados con tan banal, ostentosa, ritual y catedralicia frecuencia.
La relación Iglesia-volcán podría suscitar en algunos la idea de que las piedras con las que se construyeron los muros de la “dives”, eran y son de calidad infinitamente superior y con mayores aspiraciones a sacrales, que las que procedieron de las canteras de la Sierra de las Villuercas que hicieron posible la edificación del Santuario de la Virgen de Guadalupe .¡Pobres piedras extremeñas, aunque unas y otras hayan sido merecedoras del título de “Patrimonio de la Humanidad”¡.