"La lección que hemos de aprender de esta pandemia" Josep Miquel Bausset: Recuperar la jerarquía de valores
Ya la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, nos avisaba de los problemas que tendría la humanidad si ésta continuaba alterando la jerarquía de valores
Aun más, Gaudium et spes remarcaba ya un hecho preocupante: "el poder creciente de la humanidad ya amenaza destruir al mismo género humano"
Como nos pedían los obispos, "el camino del amor está abierto para el hombre" y por lo tanto "el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal, no es ninguna utopía"
Después de superar esta pandemia que estamos sufriendo ahora, hemos de aprender a vivir de otra manera, de una manera más humilde. Recuperar la jerarquía de valores para vivir atentos a los signos de los tiempos
Nuestro mundo habría de seguir el consejo de Pablo Ráez, cuando este joven de Marbella que murió de leucemia hace unos años, decía: “Lo más importante de la vida es ayudar a los demás”
Como nos pedían los obispos, "el camino del amor está abierto para el hombre" y por lo tanto "el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal, no es ninguna utopía"
Después de superar esta pandemia que estamos sufriendo ahora, hemos de aprender a vivir de otra manera, de una manera más humilde. Recuperar la jerarquía de valores para vivir atentos a los signos de los tiempos
Nuestro mundo habría de seguir el consejo de Pablo Ráez, cuando este joven de Marbella que murió de leucemia hace unos años, decía: “Lo más importante de la vida es ayudar a los demás”
Nuestro mundo habría de seguir el consejo de Pablo Ráez, cuando este joven de Marbella que murió de leucemia hace unos años, decía: “Lo más importante de la vida es ayudar a los demás”
La pandemia que estamos sufriendo debido al Covid-19, solo se explica por la perturbación de la jerarquía de valores que a lo largo de los años hemos hecho los hombres, ya que hemos aparcado los valores fundamentales que nos ayudan a crecer humanamente y los hemos substituido por otros parámetros que nos han hecho menos humanos y que, al mismo tiempo, han herido el planeta.
Ya la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, nos avisaba de los problemas que tendría la humanidad si ésta continuaba alterando la jerarquía de valores. Este texto sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, aprobado por los obispos el 7 de diciembre de 1965, un día antes que se clausurara el Vaticano II, pedía al mundo que buscara una armonía con la creación y con los demás, para evitar lo que ahora estamos viviendo.
En los números 37 y 38 de esta Constitución Pastoral, los obispos de todo el mundo, reunidos en el concilio, nos recordaban que “el progreso humano, que es un gran bien para el hombre, trae con él mismo una gran tentación”. Y es que cuando se altera o se perturba la jerarquía de valores, “cada uno de los hombres y grupos, solo tienen en cuenta los propios intereses, no los de los demás”. Y como nos recuerda este texto, “eso hace que el mundo no sea ya el espacio de una autentica fraternidad”. Aun más, Gaudium et spes remarcaba ya un hecho preocupante: “el poder creciente de la humanidad ya amenaza destruir al mismo género humano”, cosa que, como preveían los obispos, significaría un gran desastre.
Este texto aprobado por los padres conciliares, nos daba unas pautas razonables para “superar esta calamidad tan deplorable”. Como nos pedían los obispos, “la respuesta cristiana” que en aquel momento nos daba la Iglesia ante este problema, era “purificar y perfeccionar por la cruz y la resurrección de Jesús, todas las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y del egoísmo, se ven cada día en peligro”.
La Constitución Gaudium et spes también nos presenta la importancia de un hecho que tenemos que tener en cuenta como cristianos. Y es que “el hombre, redimido por Cristo, y hecho una nueva criatura del Espíritu Santo, puede amar las cosas creadas por Dios y ha de hacerlo”. Por eso, cada uno de nosotros ha de ser consciente que “de Dios las recibe y como procedentes de la mano de Dios las mira y las respeta”. Y es aquí donde encontramos el error que hemos cometido durante muchos años, ya que no hemos sabido (o no hemos querido) respetar como se merecen los dones que recibimos de Dios. Gaudium et spes nos dice que “dando gracias por ellas al Benefactor (cosa que tampoco hemos hecho), usando y disfrutando de las criaturas en la pobreza y en la libertad de espíritu”, cada ser humano “es introducido en la verdadera posesión del mundo”. Por lo tanto, como nos dicen los obispos en este texto conciliar, se trata de usar de las cosas, pero no de abusar de ellas. O aun peor, de destruirlas, como a menudo hacemos.
Este texto aprobado por el concilio, también nos recuerda que “la ley fundamental de la perfección humana, y por lo tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor”. Por eso, como nos pedían los obispos, “el camino del amor está abierto para el hombre” y por lo tanto “el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal, no es ninguna utopía”. Finalmente, este texto del Vaticano II, nos anima a recuperar “los deseos generosos” que todos tenemos, para fortalecer y “humanizar la vida misma vida”.
Este texto de hace 55 años, ya nos alertaba del desastre que nos podría venir (y que ya tenemos entre nosotros) si invertíamos la jerarquía de valores. Y es que en vez de favorecer la fraternidad y la solidaridad entre los hombres, cuidar la creación, comprometernos para una efectiva cooperación entre los pueblos y trabajar con solicitud por los más desfavorecido, nos hemos dejado llevar por el egoísmo, el afán de dinero, el individualismo, la sobreexplotación de los recursos naturales y el maltrato del planeta. Y debido a todo esto, ahora nos encontramos como nos encontramos, ya que no hemos sabido (o no hemos querido) vivir en harmonía con la naturaleza y con los otros seres humanos. Hemos preferido sobreexplotar los dones que hemos recibido de Dios, acaparándolos para nosotros mismos y dejando al margen a los más pobres de la sociedad. Por eso ahora nos conviene recordar las palabras del papa Francisco, cuando el viernes 27 de marzo, en la plaza de San Pedro, totalmente vacía, nos recordó que todos “estamos en la misma barca” y por eso “nadie se salva solo”.
Después de superar esta pandemia que estamos sufriendo ahora, hemos de aprender a vivir de otra manera, tal como nos pedían los obispos en la Constitución Gaudium et spes, no mirando solo (y obsesivamente) por nuestros propios intereses, sin tener en cuenta los de los demás, sino haciéndonos cargo, solidariamente, de las necesidades de la humanidad.
La lección que hemos de aprender de esta pandemia, ha de ser la de vivir de una manera más humilde, valorando las cosas aparentemente pequeñas e insignificantes, para dejar de lado la soberbia y el egoísmo y de esta manera construir una humanidad más fraterna y más atenta a los hermanos que pasan necesidad. Y también, evidentemente, extremando el cuidado por nuestro planeta. Hace falta recuperar la jerarquía de valores para vivir atentos a los signos de los tiempos, ya que, como ha dicho la filósofa Marta Tafalla, “si solo reaccionamos cuando el problema ya lo tenemos encima, vamos mal” (Vilaweb, 31 de marzo de 2020). Si no nos dejamos llevar por el pesimismo y reaccionamos a tiempo, avanzándonos a los acontecimientos, “podremos salir, y mucho mejores”. Pero como dice el jesuita, José Ignacio González Faus, “tengo miedo que, una vez más, no aprendamos la lección” (Religión Digital, 30 de marzo de 2020), cosa que sería dramática para la humanidad y para el planeta.
Ojalá que después de esta pandemia no nos adormezcamos en el bienestar (los que puedan hacerlo) y en la indiferencia, ante el sufrimiento de nuestros hermanos, sino que estemos atentos a los demás, para que de esta manera podamos crecer más y más en fraternidad y en solidaridad.
Nuestro mundo habría de seguir el consejo de Pablo Ráez, cuando este joven de Marbella que murió de leucemia hace unos años, decía: “Lo más importante de la vida es ayudar a los demás”. Así cambiaremos el mundo y no volveremos a caer en los mismos errores que nos han llevado a la situación en la que estamos y que la Gaudium et spes ya preveía.
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