"Frente a la pandemia no se puede aplicar lo de pecado y castigo" Juan Antonio Estrada: "La muerte pone a todos a prueba, a los que tienen fe y a los que no"
"Dios tiene la culpa, afirman los que defienden a un Dios castigador, aquí y ahora, y luego en la vida eterna"
"Cuanto más creemos en los milagros y en las imágenes que los producen, más difícil nos resulta aceptar el silencio divino"
| Juan Antonio Estrada Díaz, catedrático de Filosofía emérito
Dios tiene la culpa, afirman los que defienden a un Dios castigador, aquí y ahora, y luego en la vida eterna. La Biblia los avala y hay cientos de páginas en las que se habla de una divinidad que interviene en la historia y que, ya ahora, premia y castiga. Pero en casos como la pandemia, no se puede aplicar lo de pecado y castigo, primero porque se trata de una catásfrofe natural, aunque no sabemos si la acción humana ha tenido alguna incidencia en su origen. En cualquier caso, hay catástrofes naturales sin culpa del ser humano. Y si hubiera alguna causa humana, el castigo se ensañaría no con los culpables sino con todos, especialmente, como siempre, con los más pobres y desvalidos.
Otros son ateos, que no esperan nada de una divinidad en la que no creen. No se le puede echar la culpa al que no existe. Hay que asumir que la naturaleza es así, con un potencial de pandemias y de sufrimiento, porque el fin de la naturaleza (¿cuál será?) no es la felicidad humana.
Solo queda lo que hacen nuestros “héroes”, los que luchan contra un mal que aniquila la vida. Recordamos “la peste” de Camus: el médico que lucha por la vida es el que tiene razón. Es también él, el prototipo de los que ahora arriesgan su vida para salvar otras. Y es él quien tiene razón cuando afirma: "En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio".
Y junto a él está el sacerdote que reza por las víctimas y las acompaña, pero desde una solidaridad impotente, como tantos ahora. Quizás tienen razón los que los rechazan...El sufrimiento saca lo mejor y peor de las personas. La muerte pone a todos a prueba, a los que tienen fe y a los que no. Cada uno con sus creencias y sus preguntas, muchas veces sin respuestas...
Si existe el mal y el sufrimiento quizás es porque Dios no existe. O lo que sería peor, existe pero es una divinidad maligna, porque es la causa del mal o al menos la permite. Si puede hacer milagros y no los hace, hay que acusarle de indiferente. Cuanto más creemos en los milagros y en las imágenes que los producen, más difícil nos resulta aceptar el silencio divino. ¿Es que no le importa nuestro sufrimiento?
Pero están también los cristianos. Buscan a Dios en el que muere en soledad en la UCI; en la familia angustiada por sus enfermos; en la doctora, enfermera o auxiliar que intentan paliar el sufrimiento; en tantos otros que están en primera línea, en los que confeccionan pobres mascarillas caseras. Dios está en los últimos, dicen los cristianos. Lo dicen ellos, no es una evidencia, es su manera de interpretar lo que ocurre, es su fe que transforma la realidad. ¡Y quizás se equivocan!
¿Por qué lo hacen? ¿Qué les lleva a buscar a una divinidad supuestamente omnipotente en los moribundos y en los sus acompañantes? La respuesta es clara, ellos no creen en Dios, sin más, son cristianos. Es decir, se identifican con un crucificado, cuya vida entregada acabó con su asesinato. Y creen que Dios estaba en él y que desde el crucificado hablaba.
Lo que les llevó a confiar en una divinidad de los últimos, fue su identificación con Jesús. Es su maestro en esta vida, que les comunicó a un Dios diferente. Creen en la resurrección, sí, en la de un Dios padre que llamó a Jesús a vivir con y para los últimos; un Dios que permitió que fuera crucificado; que desde la cruz invitó a perdonar a los asesinos...
Los cristianos son raros, ponen como ejemplo a un crucificado, se identifican con él, con su vida y muerte, luchan contra el mal y el sufrimiento, esperan cuando no hay motivo de esperanza... Piensan que, aunque no hubiera resurrección, la mejor manera de vivir es siguiendo las huellas del crucificado. Pero están locos y son osados, creen que Cristo triunfó sobre la muerte, que Dios estaba con él en el Gólgota, que está en los hospitales, en las casas de los contagiados, en la soledad de los ancianos que no pueden ver a sus familias... ¡Qué gente más sorprendente! Se sienten cercanos a los ateos que luchan por y con los que sufren, y por el contrario toman distancia de tantos dioses, religiones y personas piadosas que no se humanizan ni comparten el dolor de todos.