"¡Gracias, D. Juan María, por tu vida y por tu ministerio!" Juan María Uriarte: pastor, maestro y testigo
"La Providencia dispuso que trabajáramos juntos en esa gratificante realidad llamada “Iglesia en Castilla” que, en realidad, abarcaba once diócesis incluyendo León. Allí brillaba su liderazgo como pastor, como maestro y como testigo"
"Añadiendo, entonces, una nueva realidad: la de mediador entre el gobierno y ETA. Me admiraba ver en su cinturón dos fundas de teléfono móviles: una, que directamente conectaba con Moncloa; la otra, con las gentes vascas. Impagable servicio histórico, más allá de lo eclesial"
"Sus intervenciones, en las asambleas de Añastro, eran concisas y precisas; cuidando hasta el extremo los contenidos y la forma de expresarlos"
"Un impagable don a la Iglesia que peregrina en nuestra España, y particularmente en el País Vasco, y una gracia para toda nuestra Iglesia católica"
"Sus intervenciones, en las asambleas de Añastro, eran concisas y precisas; cuidando hasta el extremo los contenidos y la forma de expresarlos"
"Un impagable don a la Iglesia que peregrina en nuestra España, y particularmente en el País Vasco, y una gracia para toda nuestra Iglesia católica"
| Monseñor Cecilio Raúl Berzosa
A través de Xavier Pikaza me llegaba el adelanto de la triste noticia de la gravísima enfermedad de Mons. Juan María Uriarte. Hoy he podido leer la noticia de su fallecimiento. El corazón, y los recuerdos compartidos, me obligan a escribir esta pequeña memoria.
Conocí a nuestro obispo cuando estaba sirviendo como diácono en Medina de Pomar (Burgos), en el año 1982. Él, como obispo, iba a aquella pequeña ciudad a descansar. Lo que favoreció encuentros pausados y sin reloj hablando de lo humano y de lo divino. Asistí a algunas celebraciones suyas. Desde el primer momento palpé que me encontraba con un verdadero pastor, un cualificado maestro, y un testigo de la fe. No es necesario alargarme en cada una de las tres dimensiones.
Mi sorpresa, siendo ya sacerdote, fue el volver a reencontrarnos en tierras castellano/leonesas al nombrarle obispo de Zamora. La Providencia dispuso que trabajáramos juntos en esa gratificante realidad llamada “Iglesia en Castilla” que, en realidad, abarcaba once diócesis incluyendo León. Allí brillaba su liderazgo como pastor, como maestro y como testigo. Añadiendo, entonces, una nueva realidad: la de mediador entre el gobierno y ETA. Me admiraba ver en su cinturón dos fundas de teléfono móviles: una, que directamente conectaba con Moncloa; la otra, con las gentes vascas. Impagable servicio histórico, más allá de lo eclesial.
Volvimos a reencontrarnos en la misma Conferencia Episcopal Española. Su trato, hacia mi pobre persona, fue de sincera fraternidad y, siempre, de aliento. Era la experiencia que aún me faltaba constatar: su voz de pastor, maestro y testigo en el aula episcopal; creíble y respetada, incluso tras su jubilación como emérito. Sus intervenciones, en las asambleas de Añastro, eran concisas y precisas; cuidando hasta el extremo los contenidos y la forma de expresarlos; pausadamente, con fino e inteligente análisis, con firme acento en los subrayados, con interpelantes y ricos interrogantes y, siempre, con autoridad. A nadie dejaba indiferente y, casi siempre, era muy convincente.
De su amplio y rico magisterio, destaco dos dimensiones: por un lado, el legado de escritos a los sacerdotes; único y muy completo. Supo tocar integralmente todas las dimensiones de un ministro: las humanas y sociales, las psicológicas, y las eclesiales y espirituales. Con un equilibrio fuera de lo común y con una profundidad y claridad, a la vez, envidiables.
Por otro lado, elogio su iluminación en temas políticos. Sin renegar de su ser ciudadano vasco, supo desarrollar hasta el límite lo que se expresa en Gaudium et Spes, n. 76: entre la Iglesia y la comunidad política, hay que desarrollar unas relaciones de independencia y, a la vez, de sana colaboración en favor de los ciudadanos creyentes y para el bien de toda la sociedad. Esto conlleva, como él nos dio ejemplo, tener voz de profeta para denunciar la violencia y a los violentos y saber latir con un corazón de buen pastor para llorar con las víctimas. Siempre, con un horizonte de interpretación amplio y generoso para encontrar la paz y la reconciliación posibles.
Esta breve reseña se queda, intencionalmente, corta e incompleta. Seguramente algún día tendré que volver a escribir más extensamente como la persona lo merece. Hoy, desde República Dominicana, rezo por él y me encomiendo a él; es el realismo de la comunión de los santos. No hemos perdido un obispo; hemos ganado un intercesor.
¡Gracias, D. Juan María, por tu vida y por tu ministerio! Un impagable don a la Iglesia que peregrina en nuestra España, y particularmente en el País Vasco, y una gracia para toda nuestra Iglesia católica. Te has encontrado con tu Señor, no para descansar en paz sino para seguir velando por la paz, dentro y fuera de nuestras fronteras. Ahora, ciertamente, en otra dimensión y con más fuerza. Intercede, por favor, para que el dueño de la mies nos envíe nuevas y santas vocaciones sacerdotales. Un colectivo al que mimaste y al que te dedicaste con prioridad.
+ Mons. Cecilio Raúl Berzosa Martínez, obispo emérito de Ciudad Rodrigo y misionero en Santo Domingo (República Dominicana)
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