"Nos hemos hecho 'expertos' en montajes muy soberbios y elitistas para anunciar que desterramos toda soberbia" Luis Alberto Gonzalo: "La Iglesia no necesita convertir todo lo que vive y ofrece en noticia, de lo contrario caerá en el espectáculo"
"En esta situación de pandemia, hemos sabido ofrecer el testimonio del compromiso con presencias bien claras al lado del dolor, y valores imprescindibles para el Evangelio como el silencio, la oración y el consuelo"
"La reducción de la Iglesia a los templos llenos, además de engañosa, es una clericalización"
"La pertenencia eclesial y el compromiso misionero de los tiempos próximos consistirá en saber estar cooperando con aquellas instancias sociales, personas, grupos… que estén, objetivamente, buscando el bien común, las posibilidades para todos"
"La pertenencia eclesial y el compromiso misionero de los tiempos próximos consistirá en saber estar cooperando con aquellas instancias sociales, personas, grupos… que estén, objetivamente, buscando el bien común, las posibilidades para todos"
"Necesitamos perder retórica y ganar testimonio", dice Luis Alberto Gonzalo, cmf, director de la revista Vida Religiosa. Entrevistado por Religión Digital en el contexto de la actual emergencia del coronavirus, explica sin medias tintas que la estructura eclesiástica, ante situaciones límite, se ha quedado obsoleta y adolece de clericalismo. Pero que, por otra parte, puede tener la capacidad de responder al desafío, revisarse y cambiar, siguiendo el ejemplo de Francisco. "Estamos aprendiendo a integrar la diversidad, la escucha o el encuentro", dice el misionero.
¿Cómo está percibiendo la sociedad española la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia? ¿Está cumpliendo su función social?
Es difícil ofrecer una respuesta global y acertar. Por otro lado, este tiempo de confinamiento reduce la capacidad de observación y análisis. Mi percepción personal es que cuando hablamos de Iglesia, deberíamos matizar y apuntar, más bien, a personas concretas, con nombre y apellido, que efectivamente están dando el tono en coherencia con su fe. Felizmente la mayor parte del servicio y testimonio de verdad de la Iglesia no es noticia. Lo que aparece, tan solo son migajas de una realidad de compromiso y transformación que se desarrolla a partir de aquellas y aquellos que creen y son consecuentes con el mandato evangélico de compartirlo todo.
Por otro lado la identidad de la Iglesia es hacer camino como pueblo de Dios. Por eso, la Iglesia está llamada a vivir lo que viven las mujeres y hombres de nuestro tiempo. Sus gozos y esperanzas, sus lamentos y frustraciones. Y no hay ninguna duda. En esta situación de pandemia, hemos sabido ofrecer el testimonio del compromiso con presencias bien claras al lado del dolor, y valores imprescindibles para el Evangelio como el silencio, la oración y el consuelo.
¿Por qué no ha conseguido como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia y no ha podido ni ha intentado romper el techo de cristal de los grandes medios, especialmente las televisiones?
Hay infinidad de personas, seguidoras de Jesús que, por supuesto, hacen visible el compromiso real con su pueblo. Esa es la Iglesia. Si lo que se pregunta es un posicionamiento estructural e institucional conjunto y firme, hay que reconocer que probablemente está por venir. Necesitamos el tiempo post-virus para reconstruir, «reinventar» una estructura que, a todas luces, necesita renovación porque en situaciones límite, como la actual, quizá se ha quedado obsoleta.
En esta situación de confinamiento, algunas personas han entendido lo sucedido como un «castigo de Dios», lo cual es terrible. Este hecho nos pregunta por la verdad que hemos transmitido y celebrado, el acompañamiento que hemos propiciado al Pueblo de Dios, y el rostro de Dios que hemos querido contagiar. Evidentemente esta distorsión del rostro de Dios ha de atajarse con claridad, serenidad y firmeza en un futuro muy próximo.
No tengo tan claro que el lugar de la Iglesia y su servicio social evidente, sea los medios de comunicación, las grandes plataformas. Creo que estas posibilidades enormes –que son los medios y las grandes empresas de comunicación– deben posibilitar la presencia del testimonio cristiano con normalidad. En este sentido, debería haber más calidad humana. Un testimonio real de fraternidad y vida compartida, una serena aceptación de las diferencias, una pluralidad imprescindible, una búsqueda explícita de la verdad… estos son valores humanos que, por serlo, conectan perfectamente con lo evangélico. La Iglesia, comunidad de los creyentes, no necesita ni es su sitio convertir todo lo que vive y ofrece en noticia, de lo contrario caerá en el espectáculo. Aspecto que, también, una vez pase la pandemia, sin duda ha de revisarse. La relación de la propuesta evangélica con los medios de comunicación ha de ser de conexión y cooperación, nunca de aparición obsesiva.
¿Cree usted que la Iglesia institucional va a formar parte del nuevo contrato social que parece estarse tejiendo?
Creo que el sentido de la Iglesia es cooperar en la construcción de un nuevo tejido social. Los valores que vive y testimonia contribuyen activamente al encuentro y la cooperación; la visión universal y el cuidado de la casa común. La propuesta de Jesús no es un añadido a las culturas, es la síntesis más clara y mejor para propiciar nueva sociedad a partir de personas renovadas. El magisterio de nuestro Papa es bien explícito a este respecto: La capacidad de la Iglesia para una colaboración imprescindible en la construcción del bien común, renunciando a un protagonismo que nos ha hecho mucho daño. El diálogo con la realidad, sin pretender cambiarla, nos viene muy bien a todos los que somos Iglesia. Estamos aprendiendo a integrar la diversidad, la escucha o el encuentro. No existe el compromiso cristiano al margen de la construcción y el cuidado del bien común.
¿La crisis del coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora escondido o tapado? ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en busca de nuevas espiritualidades?
Es evidente el «lado religioso» en las personas –nunca desaparecido– aunque, aparentemente, está poco valorado en nuestro tiempo. Siempre he creído que el lugar de Cristo en el corazón de las personas es más real de lo que públicamente se manifiesta. Hay un punto de intimidad sagrado que muchas personas no están dispuestas a desvelar, pero está ahí. En esta pandemia –me consta– ha habido y está habiendo un número significativo de personas que, a su modo, han vuelto a la fe. Recorren, en las eternas jornadas de confinamiento, aquellos principios recibidos cuando eran niños o niñas y activan ahora en una súplica callada, torpe, casi un balbuceo, pero que es valiosa, real y creyente.
La reducción de la Iglesia a los templos llenos, además de engañosa, es una clericalización que, sin duda, hay que evangelizar. Muchas personas en nuestros días están viviendo una solidaridad evangélica con sus vecinos que han quedado en el paro, o han perdido un ser querido, o están solos, o son ancianos. No se acercan a ellos tocando una campanilla ni con una vela encendida, pero lo hacen en nombre de Jesús porque es una fuerza interior que no los deja tranquilos.
No deja de ser elocuente que el anonimato que vivimos las comunidades religiosas con nuestros entornos, ha conseguido romperse con un ejercicio tan frágil y sencillo como compartir un espacio y un tiempo a las ocho de la tarde. En los aplausos que hemos convertido en el ritual de socialización frente al miedo, vivimos escenas verdaderamente curiosas: ancianos que suplican oración desde la penumbra de sus ventanas; parejas jóvenes que presentan a sus niños para ser bendecidos; personas anónimas que rompen todo protocolo y gritan que «recemos» para que esto se acabe.
Hay otro aspecto importante que en este tiempo se ha provocado en el corazón y sentir de las personas y que, sin duda, las vinculan más a una comunidad eclesial capaz de dialogar con su entorno. Por parte de algunas instancias se han cuestionado las medidas sanitarias para las personas de avanzada edad. Pues bien, la contestación social es más que evidente. Han sido personas a las que hemos podido denominar «alejadas» las que mejor y con más contundencia han expresado que una sociedad que quiera pensarse en un mañana posible, tiene que ser agradecida con un ayer de privación y esfuerzo como el que representan nuestros ancianos. Dudo que alguien ponga en cuestión que estos aspectos recorridos a «vuela pluma» no son valores evangélicos, extractos de las bienaventuranzas. Estos se han de cuidar y celebrar en el periodo de reconstrucción que se avecina.
"Han sido personas a las que hemos podido denominar «alejadas» las que mejor y con más contundencia han expresado que una sociedad que quiera pensarse en un mañana posible, tiene que ser agradecida con un ayer de privación y esfuerzo como el que representan nuestros ancianos"
¿El miedo a la muerte que ha recorrido el cuerpo social ha encontrado en la Iglesia sentido, consuelo y esperanza? Sin posibilidad de realizar funerales, ¿ha perdido la Iglesia el último rito de paso que le quedaba?
Vuelvo a insistir que la historia de compromiso de la Iglesia no se reduce a los actos conocidos de socialización. Evidentemente no hay nada más duro que despedir y despedirse de un ser querido, sin poder hacerlo. Se nos ha roto no solo la capacidad de la compañía, también la del abrazo, la de las lágrimas compartidas y la de la súplica verbalizada pidiendo ayuda a quien es Todo Amor.
Sin embargo, podríamos ofrecer elocuentes testimonios de cómo cada celebración privada (todos los presbíteros y pequeñas comunidades de laicos y consagrados) de esta larga cuarentena estuvo y está habitada de infinidad de personas, con nombre y apellidos, que sí han tenido el recuerdo real, concreto y veraz de su historia y de su paso a la eternidad. Esta es la esencia de una Iglesia que no es espectáculo, sino misterio. Una comunidad tan real que vincula la vida y la muerte en una experiencia única que se llama y es Resurrección.
Habrá tiempo de celebrar y acompañar, en un duelo diferido, a tantas familias y hombres y mujeres que nos han dejado. Pero ya, previamente, ni un solo fallecido de los miles que padece nuestra sociedad ha pasado al cielo sin el recuerdo y la súplica de cristianos que se sienten responsables de la fe. Para mí el paradigma perfecto de lo que quiero expresar lo representa Francisco, en la plaza vacía de san Pedro, el pasado 27 de marzo. En aquella sencillísima celebración y oración, sin embargo, estuvo presente una humanidad herida sin exclusión porque esta crisis y sus consecuencias necesitan «menos palabras y exhibición celebrativa y más personas de palabra: silencio, escucha y oración».
¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de humanización y de evangelización?
Internet lleva siendo un medio de evangelización importante desde hace años. Es un medio abierto, plural y muchas veces anónimo. En él conviven grandes verdades, con verdades a medias y algunas falsedades. Ha prestado y está prestando una gran ayuda en tiempos de confinamiento y ruptura social. La Iglesia, se sirve de sus posibilidades para hacer llegar su mensaje y, honestamente, creo que presta un consuelo y una atención que de otro modo aumentaría la carencia que supone el confinamiento.
Pero hemos de ser críticos, no todo vale. Hay mucha confusión, vulgarización y exhibición incluso en una propuesta tan honesta como es significar que Jesús acompaña al pueblo que sufre. En ocasiones, en estos días, hemos podido convertir el medio en fin, hemos podido quedarnos en lo que como protagonistas queríamos decir, sin importarnos tanto las repercusiones que pueda tener. Hemos abusado multiplicando celebraciones y signos que, con buena intención, han podido convertir el misterio de Dios en un supermercado «a la carta» de misas. Creo que todo ello está llamado a una purificación honesta que nos la traerá la normalidad de luz del día, las relaciones personales y el compromiso diario de construir una casa para todos… cuando todo pase y volvamos a ser hombres y mujeres de comunidad humana y en relación.
"Hemos abusado multiplicando celebraciones y signos que, con buena intención, han podido convertir el misterio de Dios en un supermercado «a la carta» de misas"
¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus? ¿Qué características tendrá? ¿Hacia qué líneas de fondo apuntará? ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco?
La precariedad que nos ha proporcionado la pandemia es toda una sorpresa para la sociedad del bienestar. Ninguno de nosotros pensábamos que íbamos a llegar a vivir lo que estamos viviendo. La globalidad de los problemas (y soluciones) nos hace caer en la cuenta de que compartimos destino y pertenencia a una casa común. Confío que la Iglesia con sus personas, estructuras e instituciones, tomemos conciencia de este hecho.
El virus también ha puesto de manifiesto que la ruptura relacional es la gran pobreza de la humanidad. Como tantas veces se ha reiterado en titulares «no sabíamos que estábamos tan bien» justamente por darlo todo por supuesto y haber configurado un estilo de vida desde unos «derechos» que jamás pensamos que íbamos a perder sobre todo en algunas partes del mundo como Europa.
Por supuesto, tras la pandemia desde el punto de vista sanitario y la herida emocional ante un número de fallecidos insoportable, se añade una crisis económica de dimensiones inimaginables.
Tomar conciencia de estas realidades necesariamente ha de provocar cambios significativos en el corazón de la Iglesia. No basta, ni sostiene la fe las cadenas de palabras que anuncien confianza, si no hay gestos reales de que la Iglesia y sus comunidades son «laboratorios de confianza y humanidad». A partir de ahora, no habrá que proclamar: «estamos con vosotros»… habrá que realizar desplazamientos claros que indiquen que así es.
La Iglesia, todo el Pueblo de Dios, ha de vivir tras el coronavirus una purificación muy notable, que nos acerque allí donde la vida se juega y se crece; allí donde la Palabra de Dios necesita hacerse presente siendo bálsamo, consuelo y reivindicación. En ocasiones desde algunos medios se le pide a la Iglesia un protagonismo que no debe tener, quizá porque pertenecemos a una sociedad de espectáculo, noticia o protagonismo … la pertenencia eclesial y el compromiso misionero de los tiempos próximos consistirá en saber estar cooperando con aquellas instancias sociales, personas, grupos… que estén, objetivamente, buscando el bien común, las posibilidades para todos.
Creo y quiero creer que recibiremos dosis y motivación elocuente para la autenticidad. Muchas personas cristianas, entre ellas religiosos, religiosas, consagrados, sacerdotes y obispos… hemos incrementado significativamente el tiempo y la paz para dialogar con el Dios de la vida. Vendrá una Iglesia pueblo de Dios que hable menos de oración y de rezos, pero será más orante, agradecida, silenciosa, activa y vital.
El silencio sacramental de este tiempo, puede provocar auténtica hambre de Dios. No se disparará la práctica eclesial, pero sí el sentido de lo que se celebra y comparte; el valor del perdón, la reconciliación y la unidad de vida.
El pontificado del papa Francisco pasará a la historia por inaugurar, sin duda un tiempo nuevo. Está teniendo que responder a situaciones trágicas: la pederastia y la consecuencia devastadora de una pandemia. Es el momento de hacer lecturas inspiradas de la realidad y concluir que en los momentos más difíciles de la historia, siempre ha habido mujeres y hombres que han sabido despertarnos, extraer la lección evangélica y dar forma y configuración a nuevos estilos.
"En los momentos más difíciles de la historia, siempre ha habido mujeres y hombres que han sabido despertarnos, extraer la lección evangélica y dar forma y configuración a nuevos estilos"
El cambio que necesita la Iglesia y sus estructuras es más profundo que jalear unas cuantas frases repetidas con éxito. «Estar en salida» no significa nada y cansa, si definitivamente no salimos. Es la oportunidad para recuperar una autenticidad perdida y una verdad valiosa, tantas veces confundida, en medio de mensajes ambiguos.
¿Podrá seguir manteniendo su actual estructura económica, territorial y funcional?
Creo que las consecuencias de esta pandemia confirman una tendencia en la que ya llevamos décadas trabajando: la necesidad de una profunda reorganización. Necesitamos instituciones que respondan a las necesidades y las búsquedas de las personas. Muy probablemente se impondrá una revisión de las estructuras que actualmente tenemos. Facilitará un diálogo imprescindible. Desaparecerán «entes» que su consistencia solo existe en el peso de la historia. Recuperaremos espacios más versátiles y humanos; más veraces. En la vida consagrada hace tiempo estamos en un proceso de reorganización inconcluso, que es extrapolable a toda la organización eclesial. Es el momento de dedicar los mejores esfuerzos a una transformación más profunda. Definitivamente no todo lo que llamamos comunidad lo es; se impone una identificación explícita de misión y comunión para servir la sociedad y al Pueblo de Dios y adquirir sentido en ello. Necesitamos perder retórica y ganar testimonio. Esta pandemia ha demostrado con creces que los signos de la Iglesia veraces encuentran eco en las necesidades más profundas del ser humano.
Es indudable el valor de Cáritas no solo hoy, sino siempre; indudable el valor callado de tantas comunidades consagradas que sin recibir petición alguna, comenzaron a coser mascarillas, abrieron sus puertas y ofrecieron sus espacios. Es indudable el valor de algunos pastores que antes de recordar lo maravilloso que es compartir, comenzaron diciendo que renunciaban a su sueldo y así invitaban a sus presbíteros a hacer lo mismo. Después de esta pandemia cuando los representantes públicos –con valiosas excepciones– se han perdido en una palabrería de auto-justificación e ineptitud, la Iglesia y quienes desde ella nos movemos y vivimos no nos perdamos en lo mismo.
En el fondo, reorganización en clave evangélica, es una vuelta a la sencillez tantas veces perdida. Una de las «reformas» más elocuentes del papa Francisco es la llamada a la humildad, a desterrar el «carrerismo», a no caer en la soberbia… sin embargo, también en la Iglesia, nos hemos hecho «expertos» en montajes muy soberbios y elitistas para anunciar que desterramos toda soberbia, todo descarte y prepotencia. Viene una Iglesia y una organización eclesial que si no quiere perder definitivamente el pulso de sentido y servicio a su sociedad, ha de abandonar el autobombo, la «autojustificación», el «virus del congreso para contar lo que hacemos» y abrazar el cenáculo, la vida oculta, el tú a tú, la cercanía y la calle. Evidentemente, esta opción hará caer muchas estructuras, funciones y dependencias, por obsoletas.
¿La pandemia ha despertado en el laicado la conciencia de su ser 'pueblo sacerdotal' y, por tanto, la exigencia de asumir ministerios ordenados?
Creo que hay que esperar para comprobarlo. Lo cierto es que la reflexión sobre el laicado y su misión, necesita la serena reflexión de laicos en misión. Hasta ahora, hemos abundado los ministros ordenados diciendo a los laicos qué deben hacer, vivir y cuáles son sus responsabilidades. En la verdadera comunión eclesial los servicios y ministerios se complementan, nunca se pisan. El siglo XXI ha de conocer una reflexión profunda de toda la Iglesia sobre la complementariedad en el seguimiento y obediencia al Dios Misión.
¿Habrá que revisar la actual praxis sacramental, especialmente de la eucaristía y de la penitencia?
El «santo pueblo fiel» está demostrando una madurez extraordinaria en la vivencia de los sacramentos en estos tiempos de ausencia. El deseo profundo de comunión espiritual y la conciencia de necesitar un perdón que solo Dios puede dar, han estado y están muy presentes en estos tiempos de confinamiento. Creo que de cara al futuro estos aspectos mantendrán la tensión de los cristianos de modo que vivamos lo que de verdad decimos vivir y superemos la tentación del consumo religioso. En este sentido es una auténtica revisión de la praxis sacramental.