El crepúsculo de lod dioses y la santidad: A propósito de Jean Vanier Macario Ofilada: " Los corruptos son los que se caen, por retórica reconocen que son pecadores, pero no quieren levantarse"
"Sin duda, el amor es muy difícil en tiempos del coronavirus. Sobre todo para seguir amando a la Iglesia y dentro de la Iglesia"
"Se han caído los dioses. Con Vanier, se ha caído un ídolo de mi altar (mejor dicho, de mi estantería de libros espirituales)"
"Ahora es preciso reexaminar nuestras teologías de la vida religiosa o de los carismas"
"Si una institución debido a una cultura irreversiblemente corrupta, debe extinguirse, fiat et sit nomen Domini benedictum!"
"Ahora es preciso reexaminar nuestras teologías de la vida religiosa o de los carismas"
"Si una institución debido a una cultura irreversiblemente corrupta, debe extinguirse, fiat et sit nomen Domini benedictum!"
| Macario Ofilada Mina
Sin duda, el amor es muy difícil en tiempos del coronavirus. Sobre todo para seguir amando a la Iglesia y dentro de la Iglesia. Tal vez esta epidemia del coronavirus es signo del culmen del Götterdämmerung eclesial o Crepúsculo de los Dioses dentro de la iglesia al que todos hemos estado asistiendo. Algunos habrían sido víctimas de estos mismos dioses, como Maciel, McCarrick y últimamente, Vanier.
Al enterarme de la vida oculta, los encubrimientos de este último he de confesar que se me cayó el alma al suelo y me costaba agacharme para recogerla y volver a levantarla. Contemporáneamente, asimismo hemos visto el crepúsculo de semejantes dioses en el mundo de los espectáculos como Weinstein y el muy admirado Plácido Domingo.
Se han caído los dioses. Con Vanier, se ha caído un ídolo de mi altar (mejor dicho, de mi estantería de libros espirituales). Con los dioses, se caen las almas, como la mía, como ya he dicho refiriéndome al fundador de l´Arche Internacional cuya obra con los descapacitados desde siempre han merecido mi admiración y aplauso, sobre todo cuando una tía querida me regaló los libros de y sobre Vanier que sigo conservando en mi biblioteca a pesar del expurgo que deseo llevar a cabo.
Quizá permanecerán ahí como artefactos culturales en vez de ser guías o paradigmas para mi vida de pensador, escritor y seglar cristiano. A lo mejor colocaré mi material sobre Vanier junto a un ejemplar de una biografía hagiográfica del dictador filipino Ferdinand E. Marcos que este mismo regaló, firmado a mi abuelo, con una dedicatoria que revelaba la estima que tenía al entonces secretario judicial de la Ciudad de Manila durante la época anterior a su elección al oficio más alto de mi tierra natal.
Ahora es preciso reexaminar nuestras teologías de la vida religiosa o de los carismas. Estos los entendemos como dones del Espíritu Santo a los fundadores para que estos pudiesen facilitar la encarnación del don, de la gracia dentro de la historia, en comunión con la iglesia. Sobre todo en el caso de Maciel y los Legionarios de Cristo. La iglesia ha intentado tomar medidas para salvar la vocación o la participación filial en el carisma fundacional de los hijos de Maciel, de los legionarios de buena voluntad, por así decirlo. Y resulta que se ha institucionalizado la cultura de abusos y encubrimientos.
Por intentar salvar a la institución, resultaron insuficientes los esfuerzos de Benedicto XVI y del Cardenal Velasio de Paolis entonces. Últimamente se ha querido reevaluar el papel desempeñado por este último dado que las medidas para salvar lo bueno de los Legionarios no han sido suficientes, tal vez necesitando más que una revisión, reforma, transformación, reacondicionamiento, refundición total de la congregación fundada por Marcial Maciel. A mi juicio, es preciso hacer que lo que queda de la herencia de Maciel pase por el filtro, por la criba para separar las estructuras basadas en el poder para poder descubrir lo espiritual, el carisma, el don del Espíritu ofrecido por Dios a todos, porque todos somos pecadores y necesitados de dones.
A lo que voy. Es preciso revisar, reexaminar, incluso cambiar nuestras teología de los carismas. Los hijos, a pesar del pecado original, no siempre heredan los pecados de los padres aunque sí, como es el caso no solo de los Legionarios, el padre deja una cultura no del todo positiva e incluso puede que sea corrupta a sus hijos o seguidores. Claramente, las instituciones, los sucesores tienen poco o nada que ver con los defectos de los padres o fundadores y solo tienen la intención de conservar, seguir, vivir lo bueno del patrimonio por muy deficiente que sea.
Pues, todos somos imperfectos. La santidad es un camino para los imperfectos, para los pecadores, puesto que es camino de perfección, en expresión inmortal de Santa Teresa que da título a su escrito magistral sobre su carisma comunitario cuya clave es la oración contemplativa.
Pero la santidad no es camino para los corruptos. Todos caemos. Todos pecamos. Los pecadores son los que se caen y quieren levantarse, incluso buscan ayuda, medios, personas para levantarse e intentar no volver a caerse. Los corruptos son los que se caen, por retórica reconocen que son pecadores, pero no quieren levantarse. De hecho, quiere que los demás caigan junto con ellos, en el infierno, en los sumideros por ellos creados. Para lograr esto, crean sistemas opresivos, crean culturas malévolas sistémicas y sistemáticas que perduran, continúan, se institucionalizan, se heredan, se transmiten creando imágenes falsas en que la percepción es la realidad y no la verdad, como dijera Imelda Marcos. Y esto se logra sobre todo con los encubrimientos, con el dinero, con las imágenes y noticias falsas. Todos estos son formas o despliegues del sistema sistémico que pueden capsularse con la palabra corrupción.
La Magdalena, el Hipponense, Pedro Abelardo, Thomas Merton. Estos eran pecadores. Reconocieron las debilidades de la carne pero no sistematizaron, perpetuaron, encubrieron, mediante el poder, durante un período considerable sus debilidades, sus caídas. Ni hicieron caer a otros en su sumidero o fosa séptica. Se levantaron, intentaron levantarse, reconocieron sus debilidades o fueron discretos. Son hombres que conservaron la bondad original que no consiste en ser intachable pero en ser perdonado, perdonable, abierto a la misericordia. En cambio, ha habido otros, cuyos nombres no queremos repetir, junto a otros que permitieron, mediante el poder, que continuasen durante sus mandatos que por clamores de Santo Subito fueron elevados a los honores máximos de los altares, incluso antes de sus entierros.
La gran lección en parte consiste en ser escéptico o al menos muy cauteloso en canonizar a los hombres tan lábiles como nosotros. Yo por mi parte pese a aplaudir las reformas e iniciativas del actual sumo pontífice prefiero no canonizarlo. He optado por observarlo de cerca, cuidadosamente, con una duda metódica pero sin del todo escéptica porque un cristiano, tocado de gracia, siempre ha de ver lo bueno en todo. Ese es el Gaudium et Spes de nuestra vida cotidiana, la actitud escatológica de un cristiano que sabe que al final todo se desvelará, el bien triunfará, Jesucristo volverá a juzgar a los vivos y a los muertos.
Con cautela, en mi opinión, la iglesia debería conservar lo bueno del legado de Vanier (que creo está en sus escritos y en la buena gente y los débiles de l´Arche Internationale) e incluso de Maciel aunque se han de tomar medidas muy radicales que incluso exijan pasos más allá de la refundición. Si una institución debido a una cultura irreversiblemente corrupta, debe extinguirse, fiat et sit nomen Domini benedictum! No es que queramos que resurjan los aves fénix de las cenizas sino que queremos verdadera renovación, desde las cenizas de la nada, recordándonos que todos somos nada y que solo Dios basta, dicho teresianamente. Quizá nuevas realidades, desde rupturas totales, sean necesarias. Como hemos visto, no basta una mera desvinculación de un padre fundador. Hay que espigar la cizaña, cortar en las raíces culturales, quemar todo el terreno para tener uno nuevo. Y ahí es donde hay que sembrar.
Mas la gran lección de todo esto consiste en no contentarnos con lo santo prefijado, empaqueteado, pre-cocinado en ambientes privilegiados o clericales. Vanier, aunque era seglar, pertenecía a este ambiente o clase que era de facto clerical. Es preciso eliminar inlcuso el clericalismo laical, en que los laicos quieren ser clérigos o ser glorificados como clérigos y ser padre fundador es la manera más usual para lograr este objetivo.
Debemos crear caminos de santidad nosotros mismos en nuestras vidas cotidianas. Dar buen ejemplo, ser más paciente, comprensivo, misericordioso, generoso, caritativo...Y no padecer de tortícolis, como muchos filipinos, que siguen con la mirada hacia Roma, mirando a un cardenal que ya ha dejado de ser el arzobispo de la sede filipina más prestigiosa, aplaudiendo en Facebook porque este cardenal fue fotografiado junto con el papa tras (o antes) de la misa de miércoles santo. Yo en cambio me extrañaría de no verlo junto al papa como a muchos les extraño la austencia de Mons. Ganswein tras l´affaire Benedicto XVI-Sarah.
Deberíamos mirarnos hacia nosotros mismos. Aquí en nuestra circunstancia particular. Deberíamos visualizarnos no en compañía de los presidentes, reyes, papas o poderoso sino en compañía de nuestros vecinos, familiares, amigos, colegas, paisanos, sobre todo los necesitados y marginados. El camino de santidad lo debemos construir con ellos, junto con ellos e incluso por y para ellos.
Solo de esa manera podemos superar este crepúsculo de los dioses y lograr una nueva aurora para la santidad que se vive cotidianamente en los cruces o las avenidas de la historia de la gente común. No pensemos en ser santo subito sino en ser santos, incluso con las manos manchadas, que consiste en ser bueno, buenos pecadores dispuestos a levantarnos tras caernos incontables veces y a ayudar a los demás a seguir en el camino no siempre fácil de recorrer.
Claramente, conforme a lo deseado por el papa Francisco, hemos de tener preferencia por una iglesia con la manos manchadas, siempre con las manos a la obra, por así decirlo. Y no con las manos en la masa.