'Encrucillada' se suma a la campaña de apoyo al Papa lanzada por RD Meditación en tiempos de bendiciones
"Bendecir, pues, significa abrir puertas, aceptar a la persona en el presente concreto que está viviendo, sin ningún tipo de censuras por delante"
"¿Por qué esta obsesión con el tema de la sexualidad, de la mano muchas veces –no sólo ni siempre-- de una clerecía célibe? ¿Por qué, como decía hace unos días el Papa, nos irritamos ante una bendición a una pareja homosexual, y no dudamos, por ejemplo, en bendecir los locales de un empresario de quien conocemos sus prácticas empresariales abusivas?"
"Entiendo que en el tema de las bendiciones todos, todas quedamos incluidas. Hay personas, cardenales, obispos, sacerdotes, seglares hombre y mujeres que no aceptan la posibilidad de ejercer tales bendiciones, cerrando puertas, excluyendo"
"Entiendo que en el tema de las bendiciones todos, todas quedamos incluidas. Hay personas, cardenales, obispos, sacerdotes, seglares hombre y mujeres que no aceptan la posibilidad de ejercer tales bendiciones, cerrando puertas, excluyendo"
| Manuel Regal Ledo
En mi propio nombre, en nombre de ENCRUCILLADA, revista gallega de pensamiento cristiano, ofrezco esta breve meditación sobre el asunto de las posibles bendiciones a parejas homosexuales o a personas que unidas en su día sacramentalmente, luego de una ruptura de ese vínculo, conviven ahora con otra pareja. Reconozco que era reacio a asumir esta encomienda, pero hoy mismo, 8 de febrero, haciendo oración con el texto de Mc 7, 24-30, me he sentido animado a compartir lo que el Espíritu, pienso yo, ha suscitado en mí.
Transcribo en castellano el texto de la Biblia en gallego, con pequeñas modificaciones de lenguaje inclusiva, y también substituyendo por “mujer” la palabra “mulleriña” (mujercita, pobre mujer!) como indebida traducción del original griego “guiné” o del latíno ”mulier”; palabra esa “mulleriña”, que envuelta en el sentido cariñoso que en gallego le damos al sufijo “iña/iño, no deja de ofrecernos una imagen de mujer como digna de lástima por débil, pobre mujer!, cuando lo cierto es que en este pasaje evangélico nos encontramos ante una mujer humilde si, pero clara y firme en lo que contesta. Dice entonces el texto:
“24Y fue (Jesús) a tierras de Tiro. Allí se metió en una casa, porque no quería que nadie lo reconociese. Pero le fue imposible pasar inadvertido. 25Pues en seguida llegó una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu malo y se le echó a los pies. 26Esta mujer era pagana, una sirio-fenicia, y le pedía que librase a su hija del espíritu malo.
27Pero el le dijo:
--Deja que primero se harten los hijos e hijas, pues no es bueno quitarles su pan para echárselo a los perros.
28Ella le contestó:
--Non es, Señor, non es; pero también los perros apañan debajo de la mesa las migajas que dejan caer los hijos e hijas.
29Entonces el le dijo:
--Vete, que por lo que acabas de decir ya el demonio ha salido de tu hija.
30E así fue: cuando llegó a su casa, encontró a la hija acostada en su cama, libre del demonio.”
Jesús se siente incómodo en tierras de Tiro. No quiere ser reconocido, se guarda, quizás intuyendo ya que podría pasar lo que lo luego pasó. En el fondo parece que subyacía en él, a pesar de toda su fortísima maduración espiritual, que una cosa era Israel, el pueblo de Dios, y otra muy distinta la gente de fuera, máxime si con ella se encontraba en su territorio. El texto paralelo de Mateo 15, 21-28 introduce una intervención de los discípulos rogándole que la despida
--¿atendiéndola en lo que pide?--, y Jesús responde taxativamente: “No he sido enviado más que a las ovejas extraviadas de la casa de Israel” (v.24). Quién sabe si estamos ante una interpolación que responde a debates del primer movimiento cristiano!
Parece que en la intención de Jesús estaba compartir su Buena Nueva, la gran Bendición de Dios, unicamente con las personas que formaban parte del pueblo judío, el pueblo de Dios, poniéndose a sí mismo, de momento por lo menos, una barrera, un límite, aunque en su mente no estuviese ausente el convencimiento de que toda la gran Bendición de Dios era algo universal. Barrera y límite que si saltaba sin reparo en sus encuentros con otras personas que, siendo de fe judía, no respetaban en determinados aspectos las prácticas religiosas dictadas por el pensamiento, por la doctrina oficial. (Y de esto también podríamos aprender mucho para el caso al que nos estamos refiriendo. ¡Cuánta gente “irregular” entró en la órbita amorosa y servicial de Jesús, cuánta! Buena parte de los evangelios está dedicada a narrarnos estos encuentros con gente irregular, a los que Jesús no se negaba, y en los que Jesús daba todo lo que era y representaba.)
Veo una correspondencia clara entre esta postura primera de Jesús ante la mujer de Tiro y la postura de quien hoy en la Iglesia niega la legitimidad evangélica, la conveniencia de ofrecer la bendición –una parte muy pequeña de la gran Bendición, una migaja pues-- a personas unidas en pareja con formas que se consideran irregulares para la doctrina oficial. En esto se parecen al primer Jesús del relato evangélico que comentamos: solamente he sido enviado para estos, solamente estos pueden recibir algo de las caricias de Dios.
Pero he aquí la maravilla que Jesús, sin quererlo, suscita. ¡La contestación de la mujer pagana, sirio-fenicia es muchos más evangélica que su misma postura y razonamiento! Y Jesús tiene la humildad, la valentía de reconocerlo y de darle la razón. Pienso que, igualmente, en la disposición del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, permitiendo que se bendiga a quien está en situación de pareja “irregular” --así sea en la forma excesivamente recortada ofrecida-- hay mucho más sentido evangélico que en las posturas negativas de quien recela ser espléndido como Dios es espléndido, según lo que el mismo Jesús afirmaba en otro lugar: “Entonces sed personas perfectas como perfecto es vuestro Padre celestial”(Mt 5,48), perfección referida al amor sin límites, o “sed personas compasivas como vuestro Padre es compasivo”(Lc 7,36).
Bendecir, pues, significa abrir puertas, aceptar a la persona en el presente concreto que está viviendo, sin ningún tipo de censuras por delante. Todas, todos tenemos nuestra historia personal, con frecuencia una historia compleja, que nadie o muy pocas personas conocen; a veces incluso ni la propia persona que la vive, goza o sufre es consciente del mundo interior que la mueve, que la conmueve. ¿Quién somos nosotros para meternos en ese pequeño espacio de mundo sagrado y excluir en principio a nadie? ¿Por ser homosexual y desenvolverse en todo como tal, por estar casada nuevamente con un hombre, con una mujer con la que al final parece haber encontrado su espacio amoroso soñado? Bendecir, abrir las puertas, crear vínculos de amistad, empezar a sentirte parte y a dejar que la otra persona se empiece a sentir parte de ti, de la Iglesia también en este caso, y echar a andar un recorrido de bendición que posiblemente tendrá una maduración positiva hacia la propia persona y circunstancias, incluso igual también hacia su inclusión eclesial. ¿Por que le tememos a esto?
Por otra parte me llama mucho la atención que siempre se nos afilan los dientes cuando aparece por medio algo relativo a la sexualidad. ¿Por qué esta obsesión con el tema de la sexualidad, de la mano muchas veces –no sólo ni siempre-- de una clerecía célibe? ¿Por qué, como decía hace unos días el Papa, nos irritamos ante una bendición a una pareja homosexual, y no dudamos, por ejemplo, en bendecir los locales de un empresario de quien conocemos sus prácticas empresariales abusivas? ¿Por que hilamos tan fino en este tema y tenemos coladores de amplios agujeros cuando relacionamos el evangelio con el dinero, el poder, el boato, con políticas que degradan la Casa Común y la suerte de la gente más marginal etc.? Es muy sabido que de siempre, de casi siempre, la moral católica ha estado obsesionada por el sexo, por la sexualidad, tema en el que, así se decía, nunca había parvedad de materia. Una simple masturbación bastaba para mandarte eternamente al infierno.
Entiendo que en el tema de las bendiciones todos, todas quedamos incluidas. Hay personas, cardenales, obispos, sacerdotes, seglares hombre y mujeres que no aceptan la posibilidad de ejercer tales bendiciones, cerrando puertas, excluyendo. Pero otras personas, sin rito de bendición por el medio, podemos ser igualmente excluyentes, aunque se nos llene la boca renegando de la exclusión. Con la exclusión todos, todas tenemos un trabajo grande que hacer, pienso yo. Y mira por dónde, la sinodalidad –eso de hacer camino juntos, juntas, escuchándonos, acogiéndonos, comprendiéndonos, abriéndonos mutuamente el corazón-- puede ser un buen instrumento de cura y conversión.
Me parece muy bien el ofrecimiento de las bendiciones que comentamos, incluso me parecen algo mínimo, raquítico. Como me parecen bien muchas otras medidas e iniciativas del Papa Francisco, aunque nos quede mucho, mucho por hacer. A él y a nosotros. Me gusta mucho su criterio teológico, aunque él no sea teólogo de oficio; eso de entender la teología como una legítima posibilidad de ir desenvolviendo la riqueza de la tradición teniendo en cuenta las realidades culturales con las que nos vamos encontrando. Me gusta su intención, su praxis, de incluir a las mujeres en el organigrama eclesial de forma completa, sintiendo que no se acaben de dar los pasos que entiendo se deberían dar. El Papa Francisco ha sido, está siendo una bendición para la Iglesia, para todo el mundo sin exclusión, por más que haya quien reniegue de él. Su propuesta de evangelización presentada en “Evangelii gaudium”,“Laudato si”, Fratelli Tutti”..., a mi modo de ver, es una referencia muy acertada para los tiempos que vivimos.
Desde estas páginas, pues, permitidme que os bendiga, sobre todo a las parejas homosexuales y a esas otras parejas irregulares; y permitidme que a cuantas personas esto leáis os pida vuestra bendición, sin exclusiones, por mucho que estéis en disonancia conmigo y con este escrito mío
Desde estas páginas, pues, permitidme que os bendiga, sobre todo a las parejas homosexuales y a esas otras parejas irregulares; y permitidme que a cuantas personas esto leáis os pida vuestra bendición, sin exclusiones, por mucho que estéis en disonancia conmigo y con este escrito mío.
Y concluyo compartiendo con todas, con todos vosotros esta plegaria relativa al pasaje evangélico que en este día, 8 de febrero, nos ofrece la liturgia:
Como un perrito, Dios querido,
como un perrito, no más,
recogiendo de debajo de tu mesa
las migajas de tu abundancia
esparcidas aquí y allá por todo el mundo.
Recogiéndolas de ti sin reparos
y, sin reparos también, sin exclusiones,
compartiéndolas con mis hermanos y hermanas,
sean del país y de la religión que sean.
Porque tú, mi Dios,
eres, sin distinción,
sin exclusión,
padre y madre de todo el mundo
fuente de vida para todo el universo.
Gracias, Dios mío.
Me coges de la mano
para introducirme en tu mundo único,
sencillamente deslumbrante,
infinitamente humano.
Gracias de corazón.
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