"Tu memoria permanecerá mientras las que te aman tengan manos" Memorias de olvidadas, ¿memorias olvidadas?
"Tus ojos brillan como estrellas en un cielo nublado de luna nueva, y no se extinguieron la otra noche… Nada los apagará mientras vivan en mi memoria"
"Mis oídos sangran todavía con aquel alarido… respondido como un eco por el de tu madre y el mío"
"Digo en voz alta el nombre de las amigas que voy a despertar. Llamo a sus puertas, y ninguna duerme"
"Digo en voz alta el nombre de las amigas que voy a despertar. Llamo a sus puertas, y ninguna duerme"
| Christina Moreira Vázquez
Acurrucada en mi almohada, navego entre una niebla densa que entumece todo y paraliza mi pensamiento, habitualmente tan rebosante de actividad, tanto que otros me dicen demasiado espontánea. Ninguna palabra llega a traspasar mi paladar. Mastico puro dolor, rumio constantemente imágenes, sonidos, olores… Caigo en la cuenta de que el tiempo no existe. Lo que estoy viviendo hoy, lo que he vivido estos años, estos pocos días antes de esta hora, es un ahora que durará siempre. Durará no solo para mí, en un bucle perenne, mientras los humanos, primates mal despiertos, mantengan vivas sus cuestiones candentes, su necesidad de entender y alimentarse con lo que ha pasado aquí.
Te veo otra vez en el desayuno, con los ojos chispeantes mientras volteas las tortas sobre la piedra caliente. Te levantas de primero para aspirar golosamente este aroma que vuela al cielo. Por mucho que protestara, me contestabas con una sonrisa misteriosa: “¡Ya tendrás tiempo para hacerlo tú misma, otro día!”. Husmeabas, “tú también hueles bien”. Por la mañana, a menudo me perfumaba pensando: “Voy a cosechar una de esas sonrisas chispeantes…”.
Esta visión se abre paso a través de mis lágrimas, brilla como el sol en la nieve. ¡No! ¡Nadie se llevó esa sonrisa! ¡Aún vive! ¡Lo sé! Y luego aquel gesto, amplio y sencillo, lleno de ávida ternura, cuando partías en dos la torta para mojarla en tu tazón… El mismo gesto que la otra noche… inolvidable, tan tuyo.
Me das una mitad que yo tomo, te ganas mi sonrisa, nuestros ojos brillan a la par. Consigo a duras penas, ahora, corresponder a tu sonrisa. Pero vive… tiene que estar ahí… Tus ojos brillan como estrellas en un cielo nublado de luna nueva, y no se extinguieron la otra noche… Nada los apagará mientras vivan en mi memoria, te lo prometo, nada…
Y nuestros diálogos interminables, entre bocado y bocado… Teníamos razón por turnos, ¡era más divertido! Las exclamaciones de alegría cuando nos poníamos de acuerdo, creyendo que habíamos arrancado una pluma de la Paloma que volaba bajo por instantes; volaba cerca, tan cerca que hubiéramos podido acariciarla. Espera, creo que me acaba de tocar un ala, es una certeza… me dice que no se irá.
Los acordes de tu voz, la música de mi vida… el último grito de dolor no pudo con ella… Nunca te callarás, lo sé… Mis oídos sangran todavía con aquel alarido… respondido como un eco por el de tu madre y el mío… Los susurros de la multitud. La sinfonía del Altísimo que se arrastra en nuestra Miseria, en lo más bajo. El Aliento Divino, hoy ronco de tanto gemir, tiene acento de Galilea, como tus amigos… así el pobre Pedro que fue descubierto. No, tu acento también vive, tu Aliento será mi vida, mientras yo viva y más allá. Nada, ¿me oyes? Nadie me lo quitará.
A través de mis sollozos, el aire comienza lentamente a abrirse camino; respiro y vienen a mí los olores de la sala alta; todavía quedan migas esparcidas, vino en el fondo de las copas… Me levanto y recojo esos fragmentos en mi regazo, como se mece a un recién nacido; con mis manos torpes, acaricio los platos y de nuevo veo tus manos, sobre las mías, enseñándome los gestos, como cuando, de niño, mamá tomaba mi mano para enseñarme a formar las letras… Y tus palabras resuenan en medio de esta sala donde todos los demás todavía duermen como pueden, somnolientos, haciéndose cargo de su dolor, su frustración, el fracaso que devora el corazón como un ácido helado.
Tus palabras grabadas en todas las células de mi cuerpo, tu voz suplicando que hagamos de nuevo tus gestos por amor a ti. De pronto lo entiendo todo, mi ADN hace suyo todo este flujo de vida y sabiduría eterna, ¡sí! Eterna… Tu memoria permanecerá mientras las que te aman tengan manos.
Un poco de harina basta, un fondo de botella y aquí estás de vuelta, sonriendo, con tu voz, con tus manos y con tu ternura derramada, sin medida. Esas manos desgarradas, pedazos de carne colgando del extremo de un poste, las siento ahora sobre mis hombros. Me dices suavemente… Ve. ¿Cómo negarme? ¿Cómo hacerlo? Te olvidaste darme esa lección que … olvidaste describirme los pasos a seguir para no seguirte, para no salir inmediatamente a tu encuentro… Los pasos de la desobediencia dirán otros, para unirme con ese cuerpo que no cesa de hablarme, de tocarme y de suspenderme.
Me levanto, junto rápidamente mis cosas, mis perfumes, una lámpara, mi abrigo, digo en voz alta el nombre de las amigas que voy a despertar. Llamo a sus puertas, y ninguna duerme. Corremos, volamos, nada; me oyes, nada ni nadie podrá impedirnos unirnos a ti.
Sé perfectamente dónde se me ha quitado de la vista este cuerpo adorado; me gustaría tanto verlo de nuevo, esté como esté. Mis pies siguen el sendero… como otrora cuando prestaba atención para no resbalar. Me decías entonces: “Pon tus pies en mis huellas, no te caerás, he probado para ti las piedras”; te reías.
Mis pies ahora adquieren la inteligencia de las piedras del camino, de obstáculos se convierten en escalones de palacio real… He aprendido el arte de mantenerme en pie en todas las circunstancias. Aprendí a volar. A las amigas les cuesta seguirme, su presencia me hace bien. Somos nosotras. Tú, ellas, yo; viene a existir un Nosotras, el Nosotros de Nuestro Padre, el Nosotras que sabe a vínculo…
El Nosotros dispersado en el Gólgota por la fuerza del horror, de la muerte que se lo tenía creído, por el olor inmundo; el horror del cuerpo desgarrado, expuesto, irreconocible, que creímos aplastado sin remedio. A partir de ahora, este olor me hará buscarte… Adónde iré sino a los pobres, a los enfermos excluidos del mundo, a los excluidos que apestan… Más tentador que el más grande de los nardos, aunque disguste a otros. Este olor no podrá meterlo nadie en una botella; esa esencia, ningún tesorero podrá calcular su valor. Pero yo, lo sé, lo sabemos.
Al llegar ante la cueva, se mezcla con mis perfumes, me invade … No siento asco, tenía tus manos, tenía tu sonrisa, tenía tus pies, tenía tu voz, todo en mí vibraba con tu nombre… con tu cuerpo, con tu presencia. Respiro.
Respiras en mí, en nosotros, ahora y para siempre. Mientras vivamos, tu memoria respirará en nosotros, esparcida en millones de fragmentos, como los que recogimos en la colina, ¿recuerdas? Te había mirado raro cuando nos hiciste recoger las sobras. Pensé: “Hay que ver lo que le gusta el pan”, tus ojos tenían una mirada grave…
Tan grave, como esta mañana. “Mujer, ¿por qué lloras?”.Tienes cada pregunta… Tu vida se desborda en mí, muere por derramar y expandirse… Será peor que en las piedras resbaladizas, peor que atravesar los torrentes y navegar sobre las tormentas, será un insomnio sin fin, un rompecabezas inextricable, compartirlo con esas cabezas de chorlito que se han quedado en el redil, muertos de miedo y ofendidos. ¿Me has visto? Soy una mujer… “Lo sé, ¡ve y diles!”. Silencio… “Y que nunca falte el pan, ¿entiendes?”. “No te dejes dominar”.
Sólo tenemos que ser nosotros, nosotras, pan, vino, agua para los pies y las manos; vendrá la dulzura de un vuelo de Paloma, la memoria traerá de vuelta al cuerpo vivo dondequiera que estemos. Son sus órdenes, no se necesita nada más… despojarse del manto del miedo, superar el dolor, curar las heridas, dejarse lavar los pies y lavar los de los demás, dejarse alimentar y alimentar, aquí y ahora, en casa, en las montañas, en los hospitales y en todas partes… Su cuerpo ya no tiene límites, no se queda encerrado en vuestros cofres de oro y plata… ¿Acaso no lo sabíais?
"¿Me has visto? Soy una mujer… `Lo sé, ¡ve y diles!'. Silencio… 'Y que nunca falte el pan, ¿entiendes?'. 'No te dejes dominar'"
Nada, ni nadie, ni muerte, ni sufrimiento, ni poder de este mundo o de otros borrará lo que mis células han comprendido: la Presencia, el Cuerpo de aquel que mi corazón ama. Nada nos separará de él. Sabedlo y salid a buscarlo, remad mar adentro… Traedlo, invitadlo a vuestras mesas. ¡Que nada nos detenga! Sólo hace falta un poco de pan, un poco de vino. Una toalla, agua y amor… Un poco de audacia y una pizca de fe... Casi nada y nos os preocupéis… Él vendrá. Lo sabemos y eso basta. Se ha rodado la piedra… hace mucho tiempo. ¿La habíamos olvidado?