"Misión del monje es hacer realidad en nuestra vida la triple 'a': amar, acoger y animar" San Benito, mensajero de paz, constructor de unidad

San Benito
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Con motivo de la solemnidad de San Benito que celebramos hoy, el P. Guillermo Arboleda, abad presidente de la Congregación de Subiaco y Montecasino, ha dirigido a los monjes una carta donde nos recuerda la importancia de San Benito en Europa, en su consolidación

Anima a “sentir más intensamente el desafío de una comunión evangélica hoy” y añade "La misión de los monjes y de las monjas es la de hacer realidad en nuestra vida la triple 'a': amar, acoger y animar"

Es así como el papa Pablo VI definió a San Benito, cuando el 24 de octubre de 1964, por medio de un Breve Pontificio, proclamó al padre de monjes, patrono de Europa. El papa Montini reconocía en san Benito, el hombre, el monje que fue “maestro de civilizaciones y heraldo de la fe cristiana”.

Con motivo de la solemnidad de San Benito que celebramos hoy, el P. Guillermo Arboleda, abad presidente de la Congregación de Subiaco y Montecasino, ha dirigido a los monjes una carta donde nos recuerda el Breve Pontificio, en el cual el papa Pablo VI remarcaba la importancia de San Benito en Europa. La vida y la obra del padre de monjes fue providencial, para que “en el Continente Europeo despuntara la aurora en un mundo nuevo, en un momento en que se derrumbaba el Imperio Romano y muchas regiones de Europa se precipitaban en las tinieblas, en tanto que muchas otras permanecían privadas de valores espirituales y de civilización”.

Como remarcaba el papa Pablo VI en el documento donde proclamaba a San Benito patrono de Europa, “con la cruz, el libro y el arado, San Benito y sus hijos transmitieron la civilización cristiana a todas las poblaciones, del Mediterráneo a Escandinavia, de Irlanda a las llanuras de Polonia”. Por eso, como nos dice el abad presidente Guillermo, “la historia reconoce el aporte benedictino a la consolidación de la Europa naciente”.

Como nos recuerda el abad Guillermo, con “la fragilidad de nuestros monasterios y la precariedad de la institución monástica benedictina, corremos el riesgo de caer en la tentación de intentar vivir de las glorias del pasado y evadirnos de nuestra realidad, buscando a toda costa hacernos visibles con iniciativas desfasadas carentes de sentido y que pueden rayar en el ridículo”. Por eso hace falta que en los monasterios, los monjes y las monjas nos comprometamos a ser “mensajeros de paz y constructores de unidad”.

San Benito

Como nos dice en esta carta el abad presidente de nuestra congregación, “vivimos en un mundo fraccionado, desintegrado y violento”, como podemos constatar viendo “los problemas que amenazan la Unión Europea, la dificultad para un acuerdo en las políticas de inmigración, el cierre de fronteras y el control que restringe la libre circulación en el ámbito de los países que la forman”. Por eso los monjes hemos de tener en cuenta “el drama de los millones de inmigrantes que buscan una vida mejor en los países del norte, sea en América, Europa, o los millones de exiliados empujados por las guerras y los más de tres millones de venezolanos que buscan refugio en los países hermanos”.

Siguiendo el ejemplo de San Benito, el abad Guillermo nos recuerda que “el mundo necesita mensajeros de paz y constructores de unidad”. A pesar de las dificultades que existen, no podemos quedarnos de brazos cruzados, paralizados por “la inercia derrotista o las iniciativas desfasadas”. Como nos pide a los monjes el abad Guillermo (un deseo que también es válido para todos), “tenemos la obligación de hacer frente a la desintegración y a la violencia que contradicen el proyecto del Padre revelado por su hijo Jesucristo” y que es “el reinado de Dios, comunión de amor en la paz y la justicia”. Por eso la “vida de las comunidades monásticas ha de ser profecía, anuncio salvífico para el mundo, de la vida nueva inaugurada por Jesucristo en su Pascua, vida nueva por la acción del Espíritu de Dios que actúa en el corazón de cada uno de sus hijos e hijas y en el corazón de la historia humana”.

Ora et labora

Como nos recuerda el abad Guillermo, eso solo será posible “por nuestro humilde testimonio de comunión de vida en el Señor, de fraternidad evangélica” y también por “nuestro testimonio de acogida indiscriminada de todos los hijos e hijas de Dios”.

El abad Guillermo pide a los monjes que nos “preguntemos con sinceridad de corazón, por la calidad de nuestra vida de comunión fraterna, por la disponibilidad de cada uno en el seno de la comunidad para ser así mensajeros de paz y constructores de unidad”.

En los monasterios hemos de saber “cuáles son los criterios que rigen nuestra convivencia fraterna”, si son “los de Jesús o los del mundo”. El Evangelio nos propone “el servicio humilde al hermano, haciéndose el último”, en la humildad y en la mansedumbre, unos valores que se oponen a “unas relaciones de dominio y a la lucha por el poder”, imperantes en nuestro mundo.

El abad Guillermo acaba su carta dirigida a los monasterios de la Congregación de Subiaco y Montecasino, animando a los monjes a “sentir más intensamente el desafío de una comunión evangélica hoy”, debido a “la necesidad urgente que tiene el mundo de esta profecía”. Y pidiendo a los monjes que seamos “mensajeros de paz para el mundo y constructores de unidad, por nuestro humilde testimonio de comunión de vida en el Señor”.

Ahora y siempre, la misión de los monjes y de las monjas es la de hacer realidad en nuestra vida la triple “a”: amar, acoger y animar, ya que solo si amamos, seremos capaces de acoger de verdad al otro. Y si acogemos al hermano amándolo, también podremos animar a los que se encuentran abatidos, desanimados o heridos por la dureza de la vida.

Amar, acoger, animar

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