¿Valen hoy día los santos de ayer o anteayer? Nicolás Pons, sj: "Cada cristiano ha de buscar el santo a imitar"
"La concepción de Lutero y las diversas posturas reformadoras era que el hombre fue pecador y lo sigue siendo y Dios lo salva a pesar de su maldad"
"En los primeros siglos fueron normalmente los mártires a quienes se proclamó santos; en la Edad Media, los abades, teólogos, y vírgenes; en la edad contemporánea, los fundadores y misioneros"
"Uno que apunta que para ser santo necesita ser contemplativo y tiene sus medios para serlo, como San Bruno, no puede imitar en su vida lo que fue San Francisco Javier que fue un trotamundos por Occidente y por Oriente"
"Uno que apunta que para ser santo necesita ser contemplativo y tiene sus medios para serlo, como San Bruno, no puede imitar en su vida lo que fue San Francisco Javier que fue un trotamundos por Occidente y por Oriente"
Hoy día todo se mide según el valor que cada cosa pueda tener. O por el merecimiento que nosotros, por nuestra ignorancia o ganas de aprovecharnos de otro, le podamos dar.
Nosotros llamamos santos a quien por su fe y sus obras han vivido en santidad y un día el Sumo Pontífice ha proclamado esa santidad pública y solemnemente. ¿Pueden estos santos –muchos, de siglos lejanos- ser modelo de vida para quienes todavía andamos sumidos en este mundo nefando y en mil desorientaciones en el camino de la vida?
La concepción de Lutero y las diversas posturas reformadoras era que el hombre fue pecador y lo sigue siendo y Dios lo salva a pesar de su maldad y que por tanto aquellos a quienes llamamos santos en la Iglesia Católica, no nos sirven como modelos de actuación en nuestro obrar o en nuestro pensamiento.
En cambio, los obispos reunidos para celebrar los veinte años del concilio Vaticano II expresaron: Hoy tenemos una gran necesidad de santos, pues ellos han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de toda la historia de la Iglesia” (Relatio finalis, II, A, 4), reconociendo en esta legión de hombres y mujeres “las maravillas de Cristo” (Sacrosantum Concilium, 111).
En los primeros siglos fueron normalmente los mártires a quienes se proclamó santos; en la Edad Media, los abades, teólogos, y vírgenes; en la edad contemporánea, los fundadores y misioneros. Posteriormente, se han elevado a los altares a cristianos de cualquier condición social o profesión, como igualmente han sido canonizados personas de muy diversas naciones y continentes y de diferente sexo y edad. Cualquiera puede aspirar a la santidad y ser santo de verdad (Lumen Gentium)
Ahora bien, cada uno de los santos puede ser modelo o ejemplar en cuanto todos sin excepción creyeron en Cristo y asimilaron sus enseñanzas en sus andanzas y quehaceres concretos de su vida. Habrá santos a mí, en particular, que poca cosa me digan. A santo que no me agrada, ni padrenuestro ni nada. Como personas somos muy diferentes y nuestras rutas para ir a Dios son distintas.
Ejemplos. Uno que apunta que para ser santo necesita ser contemplativo y tiene sus medios para serlo, como San Bruno, no puede imitar en su vida lo que fue San Francisco Javier que fue un trotamundos por Occidente y por Oriente. Uno que apenas tiene estudios y no va de libros, nada puede copiar de santos que se pasaban horas y días cavilando en las Sagradas Escrituras y en los libros que dejaron escritos los Santos Padres o estudiosos del tema religioso. Un hombre acostumbrado a ver la religiosa con su toca y hábito, obediente y muda, siempre en oración y casi en éxtasis en la capilla de su convento, como Santa Gema Galgani o Santa Teresita de Lisieux, no entenderá que otra religiosa, como la dominica Santa Catalina de Siena se ponga a discutir y a pelear (hoy diríamos en TV, medios de comunicación, redes sociales) de asuntos que atañen a la vida social, a la vida religiosa e incluso a la vida política de su entorno. ¿Qué los santos son en general de otras épocas? El tiempo es tan corto y efímero que podemos llamarlo con verdad un hoy continuado. Nihil novum sub sole: bajo el sol no hay nada nuevo.
Es decir, cada cristiano ha de buscar el santo a imitar según sea hombre o mujer, según sean los mismos aconteceres o circunstancias del vivir, que cada uno tenga, según profesión, gustos, estudios, e incluso según el nombre que tenga, porque será del parecer que, llamándose como él, el santo no se le irá al cielo, como pasa a veces y le va a proteger y así éste su devoto se interesará por la vida de su homónimo. Son tantos los santos que casi es imposible no encontrar un santo que no quepa en mi modo de ser, de actuar, de pensar y de relacionarme con Dios.
Ah, pero, cuando encuentre un compañero o compañera que su modelo de santo o santa sea diferente del que yo tengo y venero, no vaya yo a poner el grito en el cielo, porque, como dijo el Señor, allá hay muchas moradas y también en esta pecadora tierra hay muchas formas de santificarse e ir hacia Dios, aunque yo, ringo-rango, no entienda ni acepte sus arrebatos místicos, que a mí, incluso a veces, me pueden parecer arrebatos de un exaltado o de un político en ciernes.
Y aún más. Yo no puedo aceptar y pedir a Dios que los santos, tanto los que ya subieron al cielo como los que culebrean por nuestras plazas, sean del mismo encaje que el mío, es decir, que sean como yo, que me considero el personaje cabal e irreprochable. Conviene que sepas que hay numerosas avenidas, incluso atajos pedregosos, que también, y a veces con más rapidez, llegan a la gran Casa de Dios. Y no hagas –chiste va- como aquel que “más quería trato con Santo Tomé, que con San Donato”.
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