Meditación para el cuarto día de la novena de Navidad Contemplemos la tierra, que dará su fruto

Navidad
Navidad

"El Señor, que primero cuida de nosotros, nos enseña a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala. Esta es la primera ecología que necesitamos"

"No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Somos invitados a «labrar y cuidar» el jardín del mundo"

"Seguiremos defendiendo la Madre tierra para que siga siendo un bien para toda la humanidad"

"Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío". (Is 55, 10-11) (Cfr. QA 41-42; LS 67-71)

Celebrar la Navidad exige también una preparación contemplativa. Solo se contempla desde dentro; el contemplativo se hace uno con lo contemplado. Hoy, vamos a hacernos uno con la tierra, esa que acoge la semilla, en la que echan raíces los cultivos, los bosques y los jardines, esa tierra que nos da sus frutos, que alimenta los ganados, que nos sirve de hogar, esa que es nuestra Casa Común. El Misterio de Dios encarnado, siempre ha sido identificado con estas palabras del profeta Isaías, porque la Palabra fecunda la tierra al hacerse una con ella. La tierra es femenina, es receptiva y se hace Madre: Y nosotros somos tierra.

Los daños a la naturaleza nos afectan de un modo muy directo y constatable: «Somos agua, aire, tierra y vida del medio ambiente creado por Dios. Por lo tanto, pedimos que cesen los maltratos y el exterminio de la Madre tierra. La tierra tiene sangre y se está desangrando, las multinacionales le han cortado las venas a nuestra Madre tierra».

Naturaleza dañada
Naturaleza dañada

En una realidad cultural como la Amazonia, donde existe una relación tan estrecha del ser humano con la naturaleza, la existencia cotidiana es siempre cósmica. Liberar a los demás de sus esclavitudes implica ciertamente cuidar su ambiente y defenderlo, pero todavía más ayudar al corazón del hombre a abrirse confiadamente a aquel Dios que, no sólo ha creado todo lo que existe, sino que también se nos ha dado a sí mismo en Jesucristo. El Señor, que primero cuida de nosotros, nos enseña a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala. Esta es la primera ecología que necesitamos.

Si el cuidado de las personas y el cuidado de los ecosistemas son inseparables, esto se vuelve particularmente significativo allí donde «la selva no es un recurso para explotar, es un ser, o varios seres con quienes relacionarse». La sabiduría de los pueblos originarios de la Amazonia «inspira el cuidado y el respeto por la creación, con conciencia clara de sus límites, prohibiendo su abuso. Abusar de la naturaleza es abusar de los ancestros, de los hermanos y hermanas, de la creación, y del Creador, hipotecando el futuro».

Una navidad con sabor de Amazonía
Una navidad con sabor de Amazonía

No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Somos invitados a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. «La tierra es del Señor» (Sal 24,1), a él pertenece «la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra» (Lv 25,23).

Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo, porque «por la sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19). ¡Basta un hombre bueno para que haya esperanza! La legislación trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con los demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el pueblo.

Naturaleza
Naturaleza

Esta tierra compartida para todos, por la bondad del Señor, nos hace un llamado a ser tierra fértil a sus palabras, a sus llamados para que Él mismo la fecunde en esta Navidad que preparamos en silencio, en oración, en contemplación. Nuestro cuerpo hecho de tierra ha sido también asumido por Él, y ha consagrado todo lo que somos.

Contemplamos la tierra, reconocemos sus dinamismos, nos descubrimos femeninos con ella por su receptividad a la Palabra, que llega para fecundarla, y nos hacemos fértiles mediante la oración y la contemplación. Los frutos vendrán: 30 por cien, setenta por cien, 100 por cien; sólo Él dirá, de acuerdo a la capacidad de cada una… Mientras tanto, seguiremos defendiendo la Madre tierra para que siga siendo un bien para toda la humanidad.

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