Nuevas confidencias de un cura jubilado Obispos: analfabetos en teología y en audacia
(A. Aradillas).- ...Y ahora, ¿quién puede y debe compensarnos, resarcirnos y desagraviarnos por los males que nos ocasionaron las declaraciones "oficiales" de parte de la jerarquía, de denuncias de "herejes", cismáticos y aún apóstatas, contra quienes, adelantándonos un poco, y siempre al amparo y a la sombra del Concilia Vaticano II, espoleamos la llegada de la primavera en la Iglesia , que el Papa Francisco se esfuerza en encarnar, con sensatez y evangelio?.
Ya sé que, así redactada, la pregunta tiene muchas lecturas, lo mismo "de tejas abajo", que "de tejas arriba", y aún sin tejas, es decir, a la intemperie. Pero fue, es, y tiene que ser, uno de los argumentos que surjan con mayor frecuencia y veracidad como baricentro de tertulias de los jubilados.
Resulta que, por haber defendido algún día la conveniencia de la coeducación, por instar a clausurar las puertas del acceso de las "gratuitas" a los "colegios de monjas", por insistir en el carácter eminentemente social de lo religioso, con respeto a lo procesional y a las letanías, por catequizar con ciertas dosis de misericordia acerca de la verdad del infierno, por ser comprensivos con los divorciados, por mostrar nuestro desacuerdo con la indisolubilidad ultramatrimonial de las relaciones Iglesia-Estado, por sugerir que la Iglesia católica abriera sus brazos y arrepentimiento a otras Iglesias y dejara de barbarizar de que "fuera de ella, por católica, no hay salvación", por salir en defensa del celibato opcional, de la posibilidad del sacerdocio para la mujer y del esclarecimiento de doctrinas y praxis relacionadas con las sexualerías, y de que ciertas "revelaciones" de santos y santas no eran dogmas de fe y que tantas otras obviedades demandaban reflexión y teología, a quienes fuimos los patrocinadores o abanderados de tales "audacias", extra o contra, canónicas, nos expulsaron de cátedras, medios de comunicación, ministerios y oficios, con su consecuencia incidencia negativa en los estipendios- emolumentos establecidos.
Por supuesto que la actualidad de los lamentos como "jubilados" tiene sempiterna vigencia, por el hecho de la incidencia negativa de tales recortes económicos en el cómputo de la pensión a percibir.
¿Quiénes nos indemnizan por tales "demasías", al dictado de deformaciones "religiosas", envidiejas e intereses, o rivalidades "profesionales"? ¿Quién, o quienes, reparan los daños, también ético-morales, que a lo largo de nuestra vida sacerdotal nos supuso la declaración "oficial" de la condición de "peligrosidad dogmática" que nos ha acompañado en el ejercicio del ministerio, relegados a poco más que a "sacristanes distinguidos de los párrocos", y satisfechos de que, por fin, algunos optaran por la secularización, la apostasía, el cansancio, el desdén o el portazo, confiando en la misericordia de Dios y en su piedad y jamás en la que creían, y alardeaban encarnar, la jerarquía y sus representantes, corchetes o esbirros?
Por cierto que en el doloroso recuento de nuestras ya más que prescritas, olvidadas y perdonadas reivindicaciones socio-laborales- religiosas, ninguno de nuestros contertulios pudo referir que, ni en privado ni en público, la jerarquía hubiera aprovechado cualquier ocasión para disculpar su comportamiento inquisitorial, haciendo uso de subterfugios o pretextos tridentinos, o niceno- constantinopolitanos. Y es que la jerarquía es, y cree poseer, "patente" sempiterna de infalibilidad y hasta de impecabilidad, y tan solo en muy singulares situaciones y momentos reconocerá sus fallos o debilidades, cuando no tenga más remedio o judicialmente le obliguen a ello. Es este el comportamiento normal y canónico, y otra cosa distinta se convertiría en noticia.
En general, estuvimos piadosa y resignadamente de acuerdo, sin sentirnos mártires de ninguna causa, y aún comprendiendo que a la hora gloriosa de las canonizaciones y beatificaciones pontificias, resultaría de todo punto innecesario que nuestro testimonio se hubiera hecho de alguna manera presente. La Iglesia es así, sin dejar por ello de ser "nuestra, santa y madre".
La Iglesia somos todos, pero sin que esta condición y convencimiento nos hagan insensibles, y nos obliguen a vivir ya extra- terrenalmente, o "en el mejor de los mundos".
Destaco la actitud indulgente de los contertulios, sin desmedido afán por exponer y encarecer las señales inconfundibles de las contusiones y heridas recibidas en las "batallitas" libradas por el Reino de Dios. No obstante, comentamos, una y otra vez, que unas palabras de disculpa, y algún gesto discreto de expiación, no habrían sobrado entre personas decentes y religiosamente educadas, pese a reconocer que la de la educación es asignatura pendiente también, y de modo eminente, en la jerarquía, y más en los casos en los que se trata de obispos analfabetos en teología pastoral, y en audacia, - a quienes el Concilio "pilló" con el pie cambiado-, suspensos en convivencia y en humanidad, "enmitrados", aferrados a sus báculos, y al amparo del "Nos" mayestático "por la gracia de Dios"..