"Búsqueda radical de un nuevo nombre para la mal llamada 'Obra de Dios'" “Obra de Dios" y chapuza de humanos

Escrivá
Escrivá

¿Pero cómo fue posible que el correspondiente Dicasterio Romano que le concediera el “plácet” al proyecto de vida religiosa, en la pluralidad de versiones clericales o laicas, permitiera su registro con el bautismo de “Obra de Dios”?

En la historia de la época moderna de la Iglesia, el “Opus Dei” fue y es noticia principal, siempre acaparadora de titulares de privilegios en los medios de comunicación social, divinos y humanos. Lo son aún más, desde que al papa Francisco le encomendara el Espíritu Santo la responsabilidad pontificia de la manija de la barca, que, armadas y articuladas sus piezas a orillas del minúsculo “Mar de Galilea”, coronara su importancia en  los ”astilleros" de  “Ostia”, el  puerto de la Roma imperial. 

(Es de anotar que la referida noticia “opuística” más o menos consuetudinaria, recientemente se acrecienta con el añadido complemento de la publicación y análisis de los documentos decorados con el sobrenombre de “fraudes normativos” y la mención específica de la implicación en ello de la “Santa Sede”.)

Así las cosas, y tal y como aseveran los expertos, con las palabras del papa Francisco respecto al tema del Opus -“renovación y reforma penitencial”- apenas sí ha comenzado a iniciarse la dirección y el ritmo ajustándose al nuevo caminar de la Iglesia, pese a ser ellas tan expresas, denodadas, martiriales e irreversibles, así como algunas de las  determinaciones del papa Bergoglio.

Y a la conclusión primera a la que se está ya a punto de llegar, es a la búsqueda radical de un nuevo nombre para la mal llamada “Obra de Dios” - “Opus Dei” en latín, en liturgia, en cánones y en “religiosidad”-.

¿Pero cómo fue posible que el correspondiente Dicasterio Romano que le concediera el “plácet” al proyecto de vida religiosa, en la pluralidad de versiones clericales o laicas, permitiera su registro con el bautismo de “Obra de Dios”?

Acaparamiento

¿Nadie pensó en el acaparamiento infeliz, anti eclesial y anti evangélico que comportaba y comporta decidir, canonizar y bendecir con carácter de exclusividad, la condición de “Obra de Dios” para una organización determinada y concreta y para los adscritos a ella, o simpatizantes de la misma? ¿Cómo apellidar, considerar y tratar canónica y ascéticamente a los de otras Congregaciones y Órdenes Religiosas registradas, o registrables algún día, en el nomenclátor oficial de la institución aureolada como única y verdadera “Iglesia de Jesús y del Evangelio”?

¿De qué clase de razonamientos habría que valerse para hilvanar y justificar tal monopolio? ¿Serían suficientes los de procedencia “divina”, con reverencial  rememoración para los contenidos en el Evangelio? ¿Haría falta algún complemento “humano”, por supuesto que sin rechazar los que toman nombres, apellidos y actividad  de “Simón Mago”, quien decidió “comprar” sus poderes sobrenaturales a los mismos Apóstoles, y que en la actualidad refleja el término académico de “simoníaco”, que resulta ser uno de los más abyectos -“despreciables o rastreros”- de la RAE?

Escrivá de Balaguer
Escrivá de Balaguer

Conservándose incólume la connotación de “Obra de Dios” –“Opus Dei”-  sería imposible otro comportamiento distinto al observado por tal entidad hasta el presente. No hay otra opción. La de los “parches” o retoques añadidos, por buenas y “santas” que se digan ser las intenciones, de una y otra parte, con inclusión de las “pontificias”, no serán factibles  ni perderá una sola sílaba del término gramatical de “engañifa”.

La “Obra de Dios” por antonomasia, con exclusión doctrinal y práctica de otras obras, piadosas, religiosas y espirituales, ya en su misma génesis y santoral, por ejemplo, jamás podría crear -generar- en clérigos y laicos la confusión de que en tan frecuentes ocasiones el sufijo académico SA definiera la condición empresarial de “Sociedad Anónima”, a la vez que el apócope de “santo” aplicado habitualmente a actividades y comportamientos de los miembros de la “obra” de nuestra referencia.

Avergüenza y abruma -¡y de qué modo!- el dato complementario de que “la Santa Sede pudo y puede, estar implicada “de hoz y coz” –“sin precauciones ni reparos”- en estas tristes  e impiadosas historias. Pero cuanto se refiere a la “Santa Sede”, por “santa” y por “sede”, es capítulo aparte, que se deja en entredicho, al igual que cuanto se relaciona con canonizaciones y beatificaciones.

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