¡Señores obispos! sean y compórtense como personas normales Oropeles y oropéndolas
Imaginarse a Jesús vestido de “payaso”, embutido en los ornamentos que revisten a los “sucesores de los apóstoles” conocidos y tratados hoy como obispos, rebasa los límites del buen gusto
La impresión generalizada que imparten los miembros del episcopado, desde la ritual solemnidad de sus ceremonias, y aún en el trato pastoral, carece de evangelio
La ocasión para redactar estas leves reflexiones me la proporciona el hecho de que, en conformidad con las estadísticas comerciales del sector, las mitras y otros ornamentos “pontificales”, convertidos en otros tantos objetos festivos de los pasados Carnavales, rebasó este año los cálculos más optimistas. Convencido además de que mis reflexiones insten a algunos a su declaración de heréticas, provocadoras e irreverentes, confieso que tal contingencia no me hizo retroceder ni en la idea ni su concreción.
En fiel conformidad con la RAE, el término “payaso” es referido a “una persona que tiene facilidad para hacer reír con sus hechos o con sus dichos”. Procedente del italiano “pagliáccio” –“saco de paja”- se aplica a quienes disfrutan de la gracia de hacerles agradable, dulce y amable la existencia a quienes se relacionan de alguna manera con ellos.
“Payaso” es por tanto una cualidad inspiradora de convivencia, de respeto y de consideración. Es decir, de comunicación social, o común unión, en la terminología religiosa y más en la cristiana. Llamarles “payasos” a aquellos que se visten y revisten con ornamentos que se dicen sagrados, pero raros y de incomprensible e imposible interpretación, podría suponerles, y es seguro que le supongan, una ofensa o un agravio tanto en las celebraciones de corte y ámbito litúrgico, como en las normales relaciones cívicas, familiares o sociales.
No obstante esta contingencia o afirmación, epítetos tales como “abusadores”, “pederastas” o “corruptores” de alumnos/as de colegios religiosos, y aún de monjas en sus reductos claustrales, o de sus comunidades respectivas, habrían de ser los adjetivos y calificaciones sancionados hasta judicialmente, los que anatematizaran el pueblo y las autoridades eclesiásticas correspondientes, aunque parte de ellas mismas precisaran tratamientos idénticos, o superiores, por aquello de “corruptio óptimi, péssima”.
En el contexto general de la Iglesia, así visto este, contemplado y juzgado por el propio papa Francisco, siguen sobrando símbolos y signos tales como mitras, báculos, cáligas, capas magnas, colorines, solideos, manípulos y multitud de oropeles y “oropéndolas”, fantasías e imaginaciones, que no ayudan a la educación de la fe en las celebraciones solemnes de la Eucaristía, administración de sacramentos y otros actos. Tales ornamentos distraen y escandalizan, sobre todo cuando fueron aprovechados para exhibir de algún modo la riqueza y el poder, que “en el nombre de Dios” ejercen y administran sus representantes “oficiales” u oficiosos.
Convertir las mitras en otros tantos objetos y artilugios de juegos y expresiones carnavalescas, será siempre, y por definición, más propio de “payasos” que de miembros de la jerarquía, con sus respectivos títulos reverenciales y reverendísimos, ajenos al concepto sagrado en cualquiera de sus manifestaciones. No obstante tan descalificadora aseveración, esta resultaría menos provocadora, agraviante y desafiante, que proseguir con su uso y “disfrute”, sin querer pensar que su procedencia real e histórica se enraíza en el paganismo guerrero del dios Mitreo, de sus Sumos Sacerdotes y de los Generalísimos de los todopoderosos ejércitos persas…
Con los nudillos de los dedos de las manos, y a patadas en las puertas y ventanas de las iglesias, llama hoy la reforma con gritos y prisas generadas por los santos evangelios. Imaginarse a Jesús vestido de “payaso”, embutido en los ornamentos que revisten a los “sucesores de los apóstoles” conocidos y tratados hoy como obispos, rebasa los límites del buen gusto, de la ponderación y del sentido común. Sería absurdo y empecatado que en tales “sustitutos” suscitara la “payasería” o payasada, reacciones tanto o más molestas que las de los “abusadores”, pederastas y corruptores, tal y como está aconteciendo en la Iglesia católica.
Así como en el fondo, las “payasadas” divierten, distraen y hasta indican el grado de cultura-incultura de la formación- información, en este caso, “religiosa”, las otras descalificaciones jerárquicas destruyen, profanan, indignan y degradan a las personas e instituciones.
Orondos, bienquistas, arrogantes, orgullosos de sí mismos, principescos, palaciegos, enjoyados, sátrapas, omniscientes, todopoderosos, todavía con derechos y tufillos feudales y “en paz y en gracia de Dios”, la impresión generalizada que imparten los miembros del episcopado, desde la ritual solemnidad de sus ceremonias, y aún en el trato pastoral, carece de evangelio. Los atuendos –del latín “attónitus”- facilitan la tarea…
¡Señores obispos, sean y compórtense ustedes siempre y en todo, al menos como personas normales, pese al rango y categoría que tengan, o crean detentar y pordioséenles a los liturgistas de turno algunas explicaciones veraces, crédulas y asequibles acerca del simbolismo imposible que hasta ahora les están adscribiendo!