¿Por qué no? Pensar en un Sínodo en nuestra Iglesia de Navarra

Sínodo
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"Me pregunto si no sería posible pensar en la conveniencia de un Sínodo en la Iglesia de Navarra, es decir, un 'camino eclesial' que pueda ser razonablemente tranquilo y espaciado en el tiempo y, probablemente, nada fácil de realizar (y laborioso, lleno de desafíos)"

"¿Por qué no un Sínodo en nuestra Comunidad Foral? … ¿Tiene nuestra Iglesia la fuerza/los recursos humanos, culturales y espirituales para emprender un camino sinodal que responda a la visión del Papa Francisco?"

"Al aceptar la propuesta sinodal de Francisco para toda la Iglesia universal, nuestra Iglesia de Navarra se expondría a un importante giro de reflexión, planificación y organización"

"En definitiva, la invitación podría ser la de poner un poco de orden en un campo en el que los sacerdotes sufren, los laicos se detienen o se deprimen, mientras que las mujeres ya no se contentan, con razón, con elogios más laudatorios que sustanciales"

"…Porque una Iglesia que no hace todo lo posible por reequilibrar su presencia / servicio en la sociedad, es una Iglesia destinada a quedar al margen de la historia"

Me pregunto si no sería posible pensar en la conveniencia de un Sínodo en la Iglesia de Navarra, es decir, un "camino eclesial", no sé si ya explorado en algún momento de nuestra historia o hasta ahora inédito, que pueda ser razonablemente tranquilo y espaciado en el tiempo y, probablemente, nada fácil de realizar (y laborioso, lleno de desafíos).

¿Por qué no un Sínodo en nuestra Comunidad Foral?

¿Cuál podría ser la fuente de inspiración de esta propuesta? ¿El factor Francisco, que ve en la sinodalidad una herramienta decisiva para la renovación de la Iglesia y de la catolicidad tanto a nivel mundial como en las distintas naciones (así como en las diócesis)? O, ¿el drama una tercera secularización que ha puesto o que está poniendo patas arriba el mundo entero y sus instituciones, y que también ha condicionado fuertemente a las comunidad cristiana de nuestra Diócesis?

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Es una pregunta que dejo conscientemente abierta, porque creo que puede haber sobradas evidencias de ambos factores para imaginar y proponer un acontecimiento eclesial como un Sínodo en nuestra Diócesis de Navarra con la intención de regenerar el rostro y las opciones de nuestra Iglesia. Seguramente, y soy consciente de ello, puede haber tanto razones de prudencia o de apego al statu quo como dudas razonables, para pensar en la hipótesis de un Sínodo en esta Iglesia.

Podría haber una duda representada por el deseo de no hacer de contrapeso al Sínodo aún en curso en nuestra Iglesia universal. Pero sobre esta duda tal vez prevalezca con mucho otras dudas que pueden resumirse en una pregunta básica:¿Tiene nuestra Iglesia la fuerza/los recursos humanos, culturales y espirituales para emprender un camino sinodal que responda a la visión del Papa Francisco? Una Iglesia (y un catolicismo) donde no faltan situaciones fecundas, compromisos de frontera, pero que en su conjunto revela un cansancio sin precedentes, pierde atractivo, tiene cada vez menos incidencia en la vida pública y en las conciencias. ¿No se corre el riesgo de que con estas premisas la "convención sinodal" sancione oficialmente la dificultad de la Iglesia y de las comunidades cristianas para regenerarse en esta sociedad?

No lo sé a ciencia cierta pero quizá hasta pueda decirse que el acontecimiento externo de la reciente pandemia pueda jugar un papel decisivo para superar la perplejidad sobre la conveniencia de lanzar un Sínodo, que no sólo trastoque antiguas costumbres, sino que hasta pueda hacer más evidente la fragilidad de la presente situación eclesial y los muchos nudos críticos que condicionan desde hace tiempo la presencia de la Iglesia en nuestra Comunidad Foral.

Como si dijéramos: ¿no es éste el momento más propicio para hacer un discernimiento de la situación religiosa en nuestra sociedad y repensar (en clave evangélica y a la luz del Espíritu) el modo de ser de la Iglesia y de las comunidades cristianas en este pueblo? Entonces: si no es ahora, ¿cuándo? Y ello para quitar pesadez a la acción eclesial, para devolver ligereza a la presencia cristiana, para orientarla más hacia las cosas que cuentan; para preguntarnos qué hay de cristiano que realmente merezca la pena decir hoy.

También porque hay una doble lección que aprender de la reciente pandemia, que no sólo ha puesto en jaque a la Iglesia y a las comunidades cristianas, sino que también ha hecho emerger signos de renovación. ¿Es posible anunciar el Evangelio en un tiempo de cambio?

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Un Sínodo así estaría obviamente ligado a formas anteriores de "convención eclesial" que en los últimos 60 años -desde el postconcilio en adelante- ha tomado la forma en esta Iglesia de Navarra. Quiero decir que la iniciativa o el camino de un Sínodo no nacerían seguramente hoy sino que tendría su propia tradición producida a lo largo de los años con frutos de discernimientos, decisiones, opciones, planes pastorales, etc., que yo desconozco pero que estoy prácticamente seguro que han existido o existen.

Al aceptar la propuesta sinodal de Francisco para toda la Iglesia universal, nuestra Iglesia de Navarra se expondría a un importante giro de reflexión, planificación y organización. Las novedades parecen ante todo de método, como se desprende de la perspectiva sintética del camino indicado en el Sínodo de la Iglesia universal.

En primer lugar, habría que pasar de un modo de proceder deductivo y aplicativo a un método de investigación y experimentación que construye la acción pastoral desde la base y a la escucha de los territorios. Es decir, pasar de un esquema en el que el Obispo o la Curia Episcopal dan una orientación - esquema deductivo - a un esquema en el que construimos juntos y, al mismo tiempo, aprendemos el método.

En segundo lugar, un camino de comparación circular, en el sentido de que la reflexión desde abajo debe desembocar en un momento unitario, para luego volver a enriquecer a las comunidades locales.

En tercer lugar, una vía que exige la implicación de los distintos actores de la Iglesia.

De nuevo, un camino que no se puede indicar desde el principio, por dos razones convergentes: por una parte, porque por ejemplo la reciente pandemia nos ha enseñado a no confiar demasiado en planes preestablecidos; por otra, porque el sinodal es un camino que se desarrolla con el tiempo, que se forma a través de la escucha, la investigación, la confrontación y la comunión.

Prefigura, por tanto, un "camino eclesial" mucho más abierto que posibles experiencias similares del pasado, hecho posible por la implicación generalizada, por la participación de todos los componentes eclesiales en la construcción de un proyecto común. Una implicación que no es imposible, pero sí compleja e, incluso, difícil, en la medida en que es necesario recrear esa confianza y esa pasión por los retos exigentes que han sido durante mucho tiempo recursos escasos en los diversos ambientes eclesiales en nuestra Diócesis.

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Además, ¿cómo se producirá la síntesis de este camino de reflexión y comunión, en un momento en el que la fragmentación también habita entre nosotros?

Además, ¿cuál es la perspectiva de fondo del camino sinodal: identificar y aplicar a los nudos críticos que lastran la presencia de la Iglesia y del catolicismo en nuestra Comunidad Foral, o (reflejando el estilo con el que el Papa Francisco se relaciona con la Iglesia universal) dejar huella, mover el cuerpo de nuestra Diócesis, crear un nuevo dinamismo (inspirado en el Evangelio) que la haga más fecunda en sus tareas y en los diversos ambientes?

Entre los temas propuestos (a modo de ejemplo) para la agenda sinodal, algunos podrían los clásicos campos de compromiso de la Iglesia, otros derivan de la crisis experimentada por los círculos eclesiales de unos años a esta parte.

Entre los primeros por ejemplo: la formación de las conciencias en una época carente de referencias éticas; los procesos de iniciación a la fe cristiana; la urgencia de fomentar las vocaciones al compromiso político, para evitar que el campo privilegiado de la presencia pública de los católicos sea el (aunque esencial y fecundo) del voluntariado;…

Entre los segundos: la siembra de la Palabra a través de nuevos canales de escucha y herramientas tecnológicas que se integren con las modalidades presenciales; la implicación de las familias en la propuesta de fe, para que el nuestro no sea sólo un cristianismo de Iglesia, sino también de hogar; la preocupación por la fuerte disminución de la presencia de niños en los ambientes eclesiales, un signo más de una socialización religiosa cada vez más precoz de las jóvenes generaciones;…

Los temaspastorales debieran estar bien presentes en la agenda sinodal. Pero, en la misma, se debiera incluir una reflexión sobre las cuestiones estructurales que condicionan desde hace tiempo la vida de la Iglesia y del catolicismo en Navarra.

Seguro que no faltan ideas que van en esta dirección aunque a veces las fórmulas utilizadas sean demasiado genéricas como para pensar que el "camino sinodal" debería tratar también estos temas. Con todo, sí creo que en la "convención sinodal" se debieran abordar aquellas cuestiones organizativas y culturales que se viven a nivel eclesial y cuya solución puede hacer más fructífera (y más adecuada a los tiempos) la presencia de la Iglesia en nuestra sociedad. Este capítulo podría titularse como la reflexión sobre la "forma de la Iglesia", y nutrirse de las muchas ideas sobre el tema que circulan en los círculos eclesiales de base y entre los expertos. A modo de ejemplo:

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-¿Sigue teniendo sentido una presencia tan prolijadeparroquias sobre todo en las ciudades, cuando una amalgama de estas estructuras haría más ágil a la Iglesia y liberaría recursos humanos y espirituales para el trabajo pastoral?

-La fórmula parroquial no parece estar en entredicho; sin embargo, debe replantearse en una época de escasez de clero y de gran movilidad (también religiosa) de la población; en diversos territorios, ¿serán las "unidades pastorales" las parroquias del futuro?

-¿Sigue teniendo sentido pensar en la Navarra religiosa evocando la imagen de un catolicismo del pueblo o de la devoción popular? Cuando todas las encuestas (pero también la experiencia eclesial) atestiguan que bajo la "sagrada bóveda católica" coexisten identidades religiosasmuy diferentes (por ejemplo, católicos comprometidos y católicos culturales o de nombre), que requieren por tanto enfoques pastorales específicos y dedicados.

-Si el Sínodo fuera orientado también a superar una estructura piramidal de la Iglesia ¿cómo atraer y potenciar un laicado activo y deseoso de compartir responsabilidades, capaz de ocuparse también de diversas tareas de gestión que agobian a la Iglesia local, descargando así al clero de tareas impropias?

-En cada "convención eclesial", pues, la comunidad creyente se ve interpelada por la cuestión de la mujer en la Iglesia.

-En definitiva, (con estos últimos puntos) la invitación podría ser la de poner un poco de orden en un campo en el que los sacerdotes sufren (por las demasiadas obligaciones y responsabilidades a las que tienen que hacer frente), los laicos se detienen o se deprimen (y muchos se dedican a otra cosa), mientras que las mujeres ya no se contentan, con razón, con elogios más laudatorios que sustanciales.

"En definitiva, la invitación podría ser la de poner un poco de orden en un campo en el que los sacerdotes sufren, los laicos se detienen o se deprimen, mientras que las mujeres ya no se contentan, con razón, con elogios más laudatorios que sustanciales"

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Temas como estos, aunque no estuviera expresamente en la agenda sinodal, sí podrían estar sin duda en el centro de los trabajos, gracias a esa escucha desde abajo (esa consulta capilar al Pueblo de Dios) que esta "convención eclesial" pretendería promover. También porque otra palabra clave del Sínodo es la invitación a la concreción, es decir, a traducir los grandes ideales (comunión, corresponsabilidad, primacía de las personas sobre las estructuras) en opciones realistas e incisivas en la vida concreta y real de la comunidad cristiana.

Lo dicho (el realismo, la capacidad de traducir grandes valores u objetivos en un modelo organizativo adecuado) me lleva a dos consideraciones finales.

En primer lugar, una reflexión sobre la importancia dada en este proceso a la escuchadesde abajo, a la consulta amplia al Pueblo de Dios. Se trata de una perspectiva importante, en la visión de un Sínodo en nuestra Diócesis, ya que el estilo de escucharse unos a otros se considera preparatorio para "construir juntos" y tender a la comunión.

Sin embargo, sabemos que en los ambientes eclesiales, precisamente entre la porción más comprometida del Pueblo de Dios, las diferencias de sensibilidad son muy pronunciadas en cuanto a la manera de entender la fe, la relación Iglesia-mundo, la autoridad de la Iglesia, el ser creyentes en una sociedad plural.

En resumen, la unidad en los valores es un objetivo atractivo, pero también es necesario estar preparados y equipados para manejar las tensiones que siempre han atravesado al catolicismo de base cuando se ve llamado a enfrentarse a cómo dar testimonio de la fe en la ciudad terrenal.

Entonces pueden surgir intuiciones interesantes de la escucha de un Pueblo de Dios más amplio, de los cuasi creyentes, de los cuasi católicos o de los católicos comprometidos, o de los hombres de buena voluntad, de los que creen de otra manera. También aquí el Sínodo puede recibir palabras de verdad, intuiciones muy fecundas; pero aquí hay que tener un espíritu fuerte (o un "estómago" fuerte), porque hay muchas personas que declaran explícitamente que no saben qué hacer con la Iglesia, o para quienes la Iglesia no tiene ninguna resonancia afectiva, o que desearían que fuera drásticamente distinta, tal vez porque tienen tras de sí una larga disputa de heridas.

La otra reflexión se refiere al tema ya mencionado (recurrente desde hace décadas) de la emergencia educativa.

No sé si realmente nuestra Iglesia se siente interpelada por este desafío, cuando internamente de año en año se reducen los recursos humanos que se aplican en este campo, se cuenta con una pastoral de acciones puntuales y eventos porque faltan sacerdotes, religiosos o animadores laicos que trabajen diariamente por esta causa. No sé si en nuestra Diócesis hay más personal dedicado a la pastoral de la salud o de la enfermedad que animadores de la pastoral de la infancia, adolescencia, juventud.

Si así fuera quizá hasta se trataría de una tendencia que tendría sus razones en el aumento de la edad tanto de la población como del clero y de las figuras religiosas. Pero una Iglesia que no hace todo lo posible por reequilibrar su presencia / servicio en la sociedad (en este caso invirtiendo en la relación con los jóvenes, para seguir a las nuevas familias) es una Iglesia destinada a quedar al margen de la historia.

Iglesia para servir a todos - Nihil Obstat

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