"Se contiene el aliento porque la Navidad es una nueva propuesta adánica" Pequeñez y sencillez de la Navidad
"Hay dos palabras que el teólogo alemán destaca para definir la Navidad: pequeñez y sencillez"
"En la Navidad del consumo y del exceso hemos olvidado que estamos ante un tiempo de encuentro para estar despejado y no llenos, empachados"
"Tenemos que asumir la Navidad como una oportunidad, una palanca para fortalecer el corazón, soltando amarras con lo que nos impide llevar a cabo una vida plena y feliz"
"Tenemos que asumir la Navidad como una oportunidad, una palanca para fortalecer el corazón, soltando amarras con lo que nos impide llevar a cabo una vida plena y feliz"
| José Miguel Martínez Castelló*
El pasado 3 de diciembre Religión Digital publicó una de esas noticias que suele pasar desapercibida. Se hacía eco de la conferencia que dirigió Joaquim Negel, decano de Teología de Friburgo, a toda la comunidad universitaria invitando a la necesidad de la lectura para comprender y situarse en esta época que podemos definirla como un tiempo de oscuridad.
A nadie se le escapa que vivimos tiempos oscuros, difíciles, porque a la inmediatez y a la liquidez de la vida se le han sumado la crisis sin precedentes de la política actual, de sus dirigentes e instituciones que se han mostrado y se muestran incapacitados para afrontar las necesidades y las tragedias que nos asolan. Negel se pregunta qué podemos hacer y recurre a la necesidad de la lectura, de los clásicos de cada siglo, que han descrito y han perforado el alma humana en tiempos convulsos, donde la maquinaria del mal ha tomado la delantera poniendo en jaque la creencia y la convicción de que el amor tiene la última palabra.
Cita autores que todos deberíamos conocer y leer como Varam Shalamov sobre sus escalofriantes relatos de Kolymá, el mayor complejo de campos de concentración de la extinta Unión Soviética perteneciente al Gulag tras su estancia de 17 años por escribir y relatar las verdaderas intenciones de Stalin. Sin olvidar a Tolstoi y a Grosman en su monumental Vida y destino. La gran literatura, y en la Biblia también la encontramos, como en el Libro de Job, el Eclesiastés o los mismos Evangelios, “interviene en nuestras vidas al transformar nuestras miradas sobre nosotros mismos, nos transforma a nosotros y, con nosotros, al mundo.
Y de repente comprendemos por qué los buenos libros son tan peligrosos para los potentados. Contienen dinamita que podría hacer saltar por los aires todos los raíles establecidos”. No es extraño que una de las primeras decisiones que Hitler tomó al llegar al poder fue la quema pública de libros en la mayoría de las plazas alemanas.
Negel hace uso de la carta muy poco conocida que Francisco escribió el 3 de agosto pasado con el siguiente título: “El papel de la literatura en la formación”. Se dirigía a todas las personas con responsabilidades consagradas en la Iglesia como un camino de conciencia, cultura, coherencia y honestidad. No podemos situarnos con guantes ante las diferentes lógicas de la historia, de sus desafíos y retos. Jesús asumió su destino desde el mismo momento de nacer para cambiar el mundo y nosotros tenemos que hacer lo mismo. Para ello la literatura puede ayudarnos a encontrar esos espacios de esperanzas que hombres y mujeres han asumido durante siglos.
Apunta Francisco: “Un buen libro puede ser un oasis para nosotros. En momentos de cansancio, de cólera, de decepción, de fracaso, cuando ni siquiera en la oración encontramos la calma, un buen libro nos ayuda a capear el temporal hasta encontrar un poco más de serenidad. Y quizá leer un buen libro nos abra nuevos espacios interiores que nos ayuden a no quedarnos encerrados en ideas obsesivas. A diferencia de los medios audiovisuales el lector es mucho más activo cuando lee un libro. En cierto modo, reescribe la obra, la amplía con su imaginación, crea un mundo, utiliza sus capacidades, su memoria, sus sueños, su propia historia. Al leer, el lector se enriquece con lo que recibe del autor, pero al mismo tiempo esto le permite hacer florecer la riqueza de su propia persona, de modo que cada nueva obra que lee renueva y amplía su universo personal”.
Cuando leí a Negel y esta carta de Francisco me recordó los dos libros que siempre leo cuando se acerca la Navidad porque amplían mi fe, mis sueños, mis esperanzas, mis dudas y me hacen caer en la cuenta que no todo está perdido desde que Dios se hizo uno de nosotros naciendo en el pesebre Belén. Hablo de Y Dios se hizo hombre y La infancia de Jesús de Joseph Ratzinger. El primero expone todas sus homilías de Nochebuena y Navidad como arzobispo de Múnich y como Papa; el segundo forma parte de su trilogía sobre Jesús de Nazareth. Cada vez que los leo renuevan mi fe y mi grado de compromiso con el mundo y con la Iglesia.
Los recomiendo ahí donde voy y tengo oportunidad de hablar en público. Hay dos palabras que el teólogo alemán destaca para definir la Navidad: pequeñez y sencillez. La historia más grande jamás contada se inicia con los primeros que contemplaron el nacimiento de Jesús: los pastores. Tenemos que recordar que “acampaban al raso y estaban en vela; no tenían techo, como tampoco lo tenían José y María aquella noche. Los que vivían en los palacios, en las casas, no escuchaban a los ángeles. Dormían. Los pastores eran hombres de vigilia. Y en ello se hace visible algo profundo que también puede incumbir y tiene que incumbir a quienes tienen techo” (Homilía en la misa de Navidad, Catedral de Nuestra Señora de Múnich, 25 de diciembre de 1980).
La primera presentación de Jesús ante el mundo es la pobreza naciendo en el extrarradio, en la periferia, a las afueras donde nadie presta atención y las prioridades políticas destacan por su ausencia. ¿Cómo es posible que Jesús se presentase con esa humildad, necesidad y pobreza? Cuando la perdemos, la humanidad, hombres y mujeres se endiosan, y esa ahí el punto de arranque de las disputas y de las guerras intestinas. Sigue apuntando de forma extraordinaria: “Cada vez me doy cuenta con mayor claridad de que la muerte de la humildad es la auténtica razón de nuestra incapacidad de creer y, con ello, de la enfermedad de nuestro tiempo; y cada vez comprendo más por qué san Agustín declaró la humilitas, la humildad, como el núcleo del misterio de Cristo”.
Es curioso cómo echa mano de la relación entre humildad y estar vigilantes. Recordemos que Heráclito definió allá por el siglo VI a. de C. la actitud filosófica en la necesidad de estar despiertos frente a los dormidos. Estar despiertos implica que tenemos necesidad de cambiar nuestro estado actual y la Navidad significa eso mismo, cambio, volver a nacer. Para ello, tenemos que invertir tiempo, huir del ajetreo y del aturdimiento. En la Navidad del consumo y del exceso hemos olvidado que estamos ante un tiempo de encuentro para estar despejado y no llenos, empachados. Cuántas veces escuchamos al final de las fiestas de Navidad que ya pesan y que tienen que pasar para ponerse a dieta. ¿Dieta de qué? ¿De comilonas y de agrandes ágapes o a dieta del pecado, de aquello que nos destruye, nos marea y nos mantiene perdidos?
Cabe recordar que la Navidad se constituye desde la luz; una luz que nos guía, a partir de nuestros límites, reconociendo que necesitamos la caricia y la mirada conciliadora del portal de Belén. De ahí la humildad como uno de los fundamentos de la Navidad. Ratzinger habla de desasimiento, inspirado en el magisterio de Juan XXIII, es decir, situar en el centro de nuestra vida a Dios, y no a nosotros mismos. La Navidad conlleva aligerar las cargas emocionales y existenciales que nos distancian de los demás a partir de prejuicios y resquemores que nos van apagando.
Tenemos que asumir la Navidad como una oportunidad, una palanca para fortalecer el corazón, soltando amarras con lo que nos impide llevar a cabo una vida plena y feliz. Ya lo dice Francisco, la fe en el niño Dios y encarnado “no es una teoría abstracta, una teoría generalizada, no, la fe toca la carne y transforma la vida de cada uno. Pensemos en la concreción de nuestra fe. Mi fe: ¿es una cosa abstracta o es concreta? ¿La llevo adelante en el servicio a los demás, en la ayuda?”.
¿Y cómo lo hacemos posible? ¿Estamos capacitados para hacerlo factible y real? Efectivamente porque todo se resume en un gran SÍ. Uno de los misterios y, por tanto, la grandeza de la Navidad es la libertad. En la homilía del año siguiente, reflexiona del siguiente modo: “Dios se esconde. No nos deslumbra con el resplandor de su gloria; no nos obliga con su poder a caer de rodillas. Quiere que entre él y nosotros se suscite el misterio del amor, que supone la libertad”. Sólo podemos combatir el mal, la violencia, la guerra, la corrupción, los abusos, la extorsión, la injusticia si somos nosotros los que decidimos y nos implicamos. ¿Estás dispuesto a ello? ¿Te crees la misión que Dios tiene para ti de la misma forma que María asumió la suya iniciando el misterio de la encarnación y de la Navidad? ¿Puede existir una alternativa a esta forma de entendernos desde la libertad? ¿Por qué al mundo Ilustrado y moderno le cuesta tanto reconocer que es la libertad el fundamento último de la vinculación de Dios con el hombre?
El Dios de Jesús es el Dios de la libertad porque la encarnación de Jesús procede de un SÍ, sin remilgos, con dudas, por supuesto, pero con determinación. En La infancia de Jesús, y recurriendo a Bernardo Claraval, decía Benedicto XVI sobre la libertad humana: “Dios busca ahora una nueva entrada en el mundo. Llama a la puerta de María. Necesita de la libertad humana. No puede redimir al hombre, creado libre, sin un ‘sí’ libre a su voluntad. Al crear la libertad, Dios se ha hecho en cierto modo dependiente del hombre. Su poder está vinculado al ‘sí’ no forzado de una persona humana. En el momento de la pregunta a María el cielo y la tierra, por así decirlo, contienen el aliento”.
Se contiene el aliento porque la Navidad es una nueva propuesta adánica. Jesús es el nuevo Adán, ya que es el inicio de una nueva forma de entender la persona humana y a toda la humanidad desde el sí claro a la misericordia y a la justicia. Ante tanta miseria, ante tanta oscuridad y tiniebla, en la Nochebuena se alza la posibilidad de vivir de otra forma desde una directriz clara: el cuidado, la atención y la urgencia ante lo frágil y lo que está desamparado. Jesús nos pide que lo acojas, que lo hagas real en la realidad cotidiana que vivimos, en la concreción de los invisibles, en los problemas de tu familia, amistades, en el colegio, en el vecindario. En definitiva, de lo pequeño e indefenso.
Aquí se cierra el círculo: la libertad de la Navidad tiene el fin de inaugurar un ethos diferente, que se renueva a diario para dignificar aquello que no se vale por sí mismo, que está huérfano y roto. Por ello, alejémonos de la Navidad de los envoltorios, de las cáscaras que nos aturden y marean y nos hacen mirarnos únicamente al ombligo. Viremos nuestra mirada y nuestro interior hacia aquellos que pasan hambre, que arriesgan sus vidas en mares y océanos, aquellas personas que están encarceladas bajo el yugo de las cadenas de la desesperanza.
Frente a ello tenemos que dar luz en forma de esperanza y servicio incondicional a los pequeños y a los invisibles del mundo: “Dios se hizo niño, un niño que necesitaba a una madre. Se hizo un niño, un ser que entra en el mundo con una lágrima, que como primer sonido emite un grito que pide ayuda, cuyo primer ademán son los brazos extendidos, que buscan cobijo” (Homilía en la misa de Navidad, catedral de nuestra Señora, Múnich, 25 de diciembre de 1978). ¿No ha sido esta la gran lección de la dana? ¿Ha hecho falta una riada histórica de barro y lodo para darnos cuenta que la única verdad que existe es la hospitalidad y el compromiso con nuestros hermanos que abarca a la humanidad entera más allá de lenguas, identidades y fronteras? ¿Tanto hemos endurecido nuestros corazones? Sólo un niño, en su situación de profunda y radical necesidad y vulnerabilidad puede transformar y redirigir nuestra existencia entera.
Tenemos que asumir como propio aquello que solía decir Dietrich Bonhoeffer en Resistencia y sumisión: “Debemos aprender a considerar a la persona no tanto por lo que hace o deja de hacer, sino más bien por lo que experimenta y sufre”. Dios nos ha amado tanto que se ha hecho uno de nosotros, para acompañarnos, para ensuciarse con nuestros lodos diarios que embarran nuestros sueños e ilusiones. Como valenciano, no puedo pasar por alto en estos días tan especiales, recordar una de las imágenes que la Dana nos ha dejado y es la del Cristo embarrado.
Gustavo Riveiro, párroco de la Iglesia San Jorge de Paiporta, mostró el rostro de un Cristo lleno de barro. La imagen se ha hecho viral. El Cristo embarrado, como ha escrito Miguel León, “pisó la Tierra hasta embarrarse con afán de rescatar a la humanidad, arrastrada por la riada del pecado. No se reservó, ni temió mancharse del polvo de los caminos de la tierra, del sudor en el taller y de sangre en la cruz. Desde entonces no deja de embarrarse. Si buscas a Cristo, hazlo allí donde la humanidad sufre embarrada”.
Está con nosotros hasta el final de los días, sin rechistar, sin atajos, con fidelidad granítica, porque nos considera, te considera único. Cada Navidad, sin hacer ruido, sin un techo cálido en el que reclinar la cabeza, nos llama a la puerta de nuestro corazón, de nuestra interioridad y autenticidad y nos pregunta si queremos convertirnos en luz. La respuesta depende de ti porque nos quiere libres y no esclavos. Hagámonos pequeños para hacer grandes cosas con el convencimiento de que Dios ha venido a nuestra vida, que está aquí, nos ama hasta la muerte y es para siempre. Somos, por tanto, responsables de nosotros mismos y de toda la humanidad. ¿Existe una alegría tan completa y profunda? ¿Seguimos viviendo una Navidad inercial? ¿O la vivimos para renacer de nuevo desde la humildad y la pequeñez alimentadas desde el amor y el servicio a los demás? FELIZ NAVIDAD.
*Doctor en Filosofía y profesor de bachillerato de filosofía, psicología y religión en el Patronato de la Juventud Obrera de Valencia (PJO)
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