'La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II', de Herder El libro de Planellas, arzobispo de Tarragona, contra una Iglesia al servicio de los ricos
Examen de conciencia para la jerarquía eclesiástica
La 'Iglesia de los pobres' se ha asociado negativamente al marxismo, alejando el concepto de la Teología de la Liberación
Al acervo de controversias sobre independentismo, Planellas ha sido nombrado arzobispo y ha publicado este libro
Al acervo de controversias sobre independentismo, Planellas ha sido nombrado arzobispo y ha publicado este libro
| Antonio Aradillas
El libro, editado por Herder, en su colección “Biblioteca” cuenta exactamente con 300 páginas y su título completo es el de La Iglesia de los pobres en el concilio Vaticano II. Su autor es Joan Planellas i Barnosell, sacerdote de la diócesis de Girona, doctor en Teología, “que impartió las materias del Misterio de Dios y Eclesiología en el Consejo Superior de Ciencias Religiosas de la citada ciudad catalana. Cuando lo escribió, y se imprimió tal libro (B- D.L. B. 7942-2014), jamás se le hubiera ocurrido pensar que, al reseñarlo en su día, pudiera ser exornado su nombre con el título canónico de “Ilustrísimo y Redmo. Sr.”, por haber sido ya nombrado y tomado posesión de la sede arzobispal de Tarragona, “primada” por perseverante y lógica tradición paulina, en la historia eclesiástica de España, en competencia con la de Toledo.
Síntesis de tan recomendable libro de mi referencia es la que refieren de modo breve estas palabras: ”La cuestión de la pobreza ha tenido una recepción defectuosa en la Iglesia postconciliar, sobre todo en el contexto occidental del primer mundo. Con frecuenta el concepto “Iglesia de los pobres” se ha asociado negativamente al marxismo y se ha desplazado del acontecimiento conciliar a la Teología de la liberación… Con la serenidad que brinda el tiempo transcurrido el autor presenta y valora los debates y los textos conciliares sobre la cuestión, para que, rescatados del olvido, puedan convertirse en clave para la Iglesia del siglo XXI. Lo estimula también el hecho de hallarnos en otra etapa eclesial, marcada por el pontificado del papa Francisco, con sus gestos genuinos y la propia elección de su nombre…”.
Al acervo de controversias desatadas en los alrededores de la figura de Joan Planellas, por supuestos independentismos, y las prisas en haber sido elevado a la “dignidad” arzobispal sin antes haber pasado por ningún “noviciado” episcopal, se une la publicación de su libro, manual de eclesiología del pasado y presente siglo, es decir, desde el inicio del concilio Vaticano II. De su santo papa convocante, Juan XXIII, son estas palabras que en el atrio del texto rememora su autor: “Otro punto luminoso: ante los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal y como es y quiere ser: la Iglesia de todos y para todos, y particularmente la Iglesia de los pobres”.
Convencido de la veracidad y sentido eclesial y evangélico del libro, me siento obligado a referir que se trata de un texto ciertamente provocador, a la vez que “des-secuestrador”- liberador, de la doctrina reformadora que justificó y justifica la existencia de tan bendito y providencial concilio Vaticano II.
La Iglesia es pobre. Es de los pobres. Los ricos-ricos no tienen Iglesia. Ni la necesitan, ni la quieren, para sí ni para los otros. La Iglesia es y quiere seguir siendo pobre y de los pobres, al estilo de Jesús y en conformidad con sus convicciones, palabras y ejemplos de vida. La Iglesia no es rica de por sí, aunque tantos signos prediquen y testifiquen todo lo contrario. Es solemnemente pobre. Pobre de solemnidad. Las riquezas adscritas a los países occidentales, todos ellos “desarrollados y cristianos”, carecen de sentido cabalmente religioso, y no pueden hacerla coincidir con la que fundara Jesús, pese a que teólogos, sobre todo los “oficiales”, adoctrinen y actúen con frecuencia, es decir, sistemáticamente, de modo y manera contrarios.
Las riquezas adscritas a los países occidentales, todos ellos 'desarrollados y cristianos', carecen de sentido cabalmente religioso
Pero aconteció triste y dramáticamente, que la doctrina conciliar del Vaticano II, ya desde la aprobación de sus actas, y dados los primeros pasos para su aplicación, fue literalmente secuestrada –“retención por la fuerza o censura que impide su distribución”-, nada menos que por quienes debieron haber sido los vigilantes supremos - “epíscopos”- de las mismas sedes de Roma, con mención para Juan Pablo II y Benedicto XVI, hasta que el papa Francisco comenzó a intentar su aplicación con cuanta generosidad le está siendo posible y permitida, pese a sus denodados esfuerzos conciliares. La tarea del autor del libro que recomiendo, con el título y tema reivindicadores de la “Iglesia de los pobres”, es incuestionablemente evangélica, además de provocadora e incómoda, y más “por el Reino de Dios”.
El mismo autor, ahora arzobispo tarraconense y “primado”, al igual que la mayoría de sus “hermanos en el episcopado”, habrán de ser, y sentirse, los primeros aludidos en la denuncia conciliar de que la Iglesia- la nuestra, la que tenemos y la de que decimos de ella que es la católica, apostólica y romana-, se encuentra a “años luz” de que, comenzando por los miembros de su propia jerarquía, sea, aparezca, y se presente ante el pueblo de Dios, como sempiterna y desbordantemente rica y al servicio de los ricos, con todos los predicamentos y apuestas parroquiales, diocesanas y curiales. Aconsejo la lectura del texto completo de las “Trece propuestas de algunos obispos –“Compromiso de las catacumbas”-, reproducido en las páginas 153 y ss. del libro de nuestro teólogo, a modo de puntos de examen de conciencia para nuestra jerarquía en relación con los pobres, esto es, con lo que es la Iglesia, antes de que se jubile, o la jubilen, por no ser “santa, ni madre, ni nuestra”.
A título de sana y santa curiosidad, transcribo estos dos puntos del citado compromiso episcopal de las Catacumbas: “Trataremos de vivir según el modo ordinario de nuestras poblaciones en cuanto concierne a habitación, comida, medios de transporte y similares. Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en los vestidos (telas ricas, colores llamativos), a las insignias de materias preciosas, pues estos signos deben ser efectivamente evangélicos…” .