"Aceptemos los tiempos de Dios sobre los hombres y la historia" Reflexión sobre las elecciones: "Ser realistas"
"La fe y las buenas costumbres no se heredan, no pasan de padres a hijos, eso solo sucede con las herencias y las deudas. Hay que evangelizar y no cansarse"
"Construyamos estructuras de justicia, honradez, lealtad y de tantas virtudes buenas y convenientes para nuestra sociedad"
"Meter a Dios entre los pucheros de la vida (parodiando a Sta. Teresa) es peligroso"
"La Iglesia jerárquica y los cristianos en general no vivimos el mejor momento histórico como para dar consejos a nadie, empecemos por construir nuestra vida a la luz del Evangelio"
"Meter a Dios entre los pucheros de la vida (parodiando a Sta. Teresa) es peligroso"
"La Iglesia jerárquica y los cristianos en general no vivimos el mejor momento histórico como para dar consejos a nadie, empecemos por construir nuestra vida a la luz del Evangelio"
| Antonio Nadales Navarro, sacerdote
A más de uno el pasado domingo por la noche se le puso una cara transfigurada, y no era, no, precisamente por una experiencia mística, sino constatación de una debacle electoral, mala para unos e impensable para otros.
Por fin se iba a terminar con el “sanchismo” que no es el socialismo al que estábamos acostumbrados. Todo parecía que iba a salir bien a las “derechas”: cambio de candidato, victorias autonómicas y municipales, esa marea azul que se extendía por las tierras de la católica España, esas encuestas y sondeos a la salida de los colegios electorales, esos debates tan arrolladores, esas súplicas a toda la Corte celestial implorando “justicia”, y la vuelta al bien y la moral cristiana.
En general, hay un abismo entre la concepción sanchista y la popular: la vida, la educación, el Estado, la nación, los derechos y las libertades, e, incluso, algo tan básico como saber qué es una mujer. ¡A estas alturas de la humanidad y no saber qué es una mujer! Por lo mismo no sabremos qué es un hombre, ni una familia, ni unos niños, esos de los que decía Serrat: “niños dejad de joder con la pelota”.
Si nos lo tomamos como cristianos hemos de constatar que hay mucho que hacer, como siempre.
Primero: Ser realistas. La fe y las buenas costumbres no se heredan, no pasan de padres a hijos, eso solo sucede con las herencias y las deudas. Hay que evangelizar y no cansarse. No dar nada por supuesto, ni siquiera lo más obvio como el derecho a la vida. Alcanzar la rectitud de mente y corazón es fruto de un proceso de conversión abierto a la Verdad, al Bien y al Amor. Las mentes de los hijos de las tinieblas son más astutas que las mentes de los hijos de la luz.
Segundo: Trabajar sin estrés. Construyamos estructuras de justicia, honradez, lealtad y de tantas virtudes buenas y convenientes para nuestra sociedad. Sin reconocerlo, añoramos los viejos tiempos del franquismo, donde los medios hablaban en católico y todo parecía ser mejor. Humanamente reconozcamos que estamos solos, la mayoría anda a su bola, generalmente desquiciada, desde nuestro punto de vista.
Tercero: Aceptemos los tiempos de Dios sobre los hombres y la historia. Considero que a veces somos más hijos de la Iglesia que discípulos del nazareno. Como católicos queremos resultados ya y visibles. Recurrimos a cadenas de oración, lanzamos amonestaciones (sobre todo algunos obispos), nos ponemos la armadura de la fe, y descuidamos al Jesús histórico, lleno de limitaciones y cargado con la cruz de la humanidad. Nosotros como Pedro no estamos por el fracaso, sino por la victoria al precio que sea. Juzgamos que nuestros deseos y propuestas son buenos y convenientes para la sociedad, pero, tal vez, convendría recordar la parábola del trigo y la cizaña.
Por último: Meter a Dios entre los pucheros de la vida (parodiando a Sta. Teresa) es peligroso. Confiemos en Dios y su sabiduría para guiar a todos los hombres al encuentro omega con Él. Tengamos cuidado en orar, suplicar y pretender forzar la voluntad divina supuestamente por conseguir un bien mayor. Esto es harto peligroso, porque abrimos la puerta a la increencia y la superstición.
Lo peor, es que acabemos como aquellos judíos en el desierto de la vida preguntándonos: “¿Está o no está el Señor en medio de su pueblo?” Aunque pidamos conforme al Espíritu, en el decir de san Pablo, hay, también, que recordar las palabras de Jesús llamando a la calma a sus discípulos y a aceptar que el día y la hora de todo, solo Dios la conoce.
La Iglesia jerárquica y los cristianos en general no vivimos el mejor momento histórico como para dar consejos a nadie, empecemos por construir nuestra vida a la luz del Evangelio, y, tal vez, con ello no hagan falta ni palabras, ni amonestaciones, ni nada, solo con vernos se darán cuenta de lo que conviene al bien común.
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