"No se trata de una estrategia interesada ni de una cesión a la ideología dominante" El Sínodo sobre la sinodalidad: Una necesidad y un desafío
"Se enraíza en un momento anterior, cuando hace más de veinte años escribí con Roberto Calvo Pérez Una Iglesia sinodal. Memoria y profecía"
"Ahora, ante un momento decisivo de este itinerario se constata con mayor fuerza la necesidad del encuentro fecundo entre la memoria y la profecía"
"La responsabilidad se acentúa al percibir que se trata de un desafío enorme, pues no faltan las dificultades, las reticencias, las objeciones y hasta la oposiciones en el mismo ámbito eclesial"
"Hay sectores que se oponen radicalmente porque detectan peligros y amenazas enormes. Otros se cierran en la indiferencia o se clausuran en sus rutinas porque han perdido la capacidad de encantamiento"
"A ello puede contribuir sin duda la teología: haciendo ver que no se trata de una estrategia interesada ni de una cesión a la ideología dominante sino del modo de ser propio de una actitud auténticamente cristiana y católica"
"La responsabilidad se acentúa al percibir que se trata de un desafío enorme, pues no faltan las dificultades, las reticencias, las objeciones y hasta la oposiciones en el mismo ámbito eclesial"
"Hay sectores que se oponen radicalmente porque detectan peligros y amenazas enormes. Otros se cierran en la indiferencia o se clausuran en sus rutinas porque han perdido la capacidad de encantamiento"
"A ello puede contribuir sin duda la teología: haciendo ver que no se trata de una estrategia interesada ni de una cesión a la ideología dominante sino del modo de ser propio de una actitud auténticamente cristiana y católica"
"A ello puede contribuir sin duda la teología: haciendo ver que no se trata de una estrategia interesada ni de una cesión a la ideología dominante sino del modo de ser propio de una actitud auténticamente cristiana y católica"
| Eloy Bueno de la Fuente, asesor teológico del Sínodo
El Sínodo sobre la sinodalidad constituye, en la actual situación de la Iglesia Católica, una necesidad y un desafío. Por ello la designación como asesor teológico suscita una mezcla de satisfacción y de responsabilidad.
La satisfacción se debe a la posibilidad de seguir participando desde cerca un proceso que viene de lejos. Se inició de un modo directo al formar parte de la Comisión Teológica, que viene funcionando desde antes de la apertura oficial del Sínodo, y que ha ido reflexionando sobre las implicaciones, perspectivas y complejidades de un proyecto singular.
Pero se enraíza en un momento anterior, cuando hace más de veinte años escribí con Roberto Calvo Pérez Una Iglesia sinodal. Memoria y profecía; el título indica ya la tensión y la dialéctica que atraviesa la conciencia de la Iglesia: desde su tradición más genuina (memoria) brotan dinamismos que deben purificar y reajustar nuestra figura de Iglesia para que esta pueda proyectar su testimonio en medio de nuestra sociedad (profecía).
Ahora, ante un momento decisivo de este itinerario se constata con mayor fuerza la necesidad del encuentro fecundo entre la memoria y la profecía. Es, podríamos decir, una prueba de fuego, cuando nuestra Iglesia debe afrontar un cambio de época en la evolución de la civilización humana, en la cual ella se hace presente como una Iglesia auténticamente mundial, tal como estaba anticipada bajo forma de promesa en Pentecostés y tal como se ha percibido de modo patente en la etapa continental del Sínodo.
En encrucijadas de alcance histórico la Iglesia ha reaccionado siempre poniendo en marcha asambleas conciliares para discernir la situación y para aportar un testimonio unánime de la fe en el Señor que la ha llamado a la existencia. Ese fue el sentido y la función del Vaticano II. El actual Sínodo sobre la sinodalidad debe afrontar una tarea semejante.
De ahí la sensación de responsabilidad. La pequeña contribución que puede aportar una persona particular, desde su ministerio teológico, debe centrarse en la configuración del “nosotros” eclesial que pueda asumir y desarrollar -en este momento histórico- aquella misión que se desplegó en Pentecostés. Por eso misión es palabra primera de todo este proyecto, según destacó el papa Francisco desde el principio, la cual brota de una comunión que irradia, y que en consecuencia implica y reclama la participación de todos.
La responsabilidad se acentúa al percibir que se trata de un desafío enorme, pues no faltan las dificultades, las reticencias, las objeciones y hasta la oposiciones en el mismo ámbito eclesial. Este proceso sinodal, abierto desde sus comienzos al conjunto del Pueblo de Dios, ha ido creando una cultura eclesial más flexible y abierta, más plural y variada, más hospitalaria y acogedora. Esa cultura (un modo de pensar, un estilo, una espiritualidad) debe consolidarse consiguiendo que todos los bautizados se sientan en ella como en su hogar, abierto y ofrecido a quienes no lo conocen o lo desprecian.
Objetivo y fruto principal de tantos esfuerzos e ilusiones sería que ningún católico se niegue a caminar con los demás en el cumplimiento de esa misión que compete a todos y que por ello nos une a todos. A ello puede contribuir sin duda la teología: haciendo ver que no se trata de una estrategia interesada ni de una cesión a la ideología dominante sino del modo de ser propio de una actitud auténticamente cristiana y católica.
La conjugación de memoria y de profecía, sin embargo, no resulta fácil. La frágil barca que es la Iglesia en sínodo debe avanzar entre tensiones y controversias. No se puede esperar una respuesta automática y unánime. Es lógico que surjan actitudes y posiciones diversas y hasta contrarias. Hay sectores que se oponen radicalmente porque detectan peligros y amenazas enormes. Otros se cierran en la indiferencia o se clausuran en sus rutinas porque han perdido la capacidad de encantamiento. No faltan quienes sencillamente se cansan por un esfuerzo que parece dar vueltas sobre sí mismo sin desembocar en resultados tangibles. Tampoco faltan los entusiastas que viven el momento como una batalla que hay que ganar frente a los temerosos y los débiles.
Estas posiciones corren el riesgo de anquilosarse o de convertirse en islas debido a la banalización a la que está expuesto el término sinodalidad. Como sucede siempre que una palabra se convierte en símbolo, puede acabar transformada en cajón de sastre, en espejismo o en fantasma, con el riesgo de instrumentalización desde diversos ángulos. A mi modo de ver, la teología tiene aquí una tarea imprescindible, buscando la armonía del poliedro que somos, aunque deba cargar con suspicacias de unos y de otros.
El desafío se convierte en vértigo al constatar la amplitud de la tarea que está por delante. La lectura del Instrumentum laboris deja ver la serie inacabable de preguntas, de cuestiones, de incertidumbres… Es por ello lógico que no haya respuestas unánimes e inmediatas ni consensos automáticos, y asimismo que no se puedan solucionar todos los interrogantes.
Hay que asumir por tanto también un elemento de aventura, que es el ámbito más propio del Espíritu. De él procederá la capacidad de seducción para que todos se integren como protagonistas en la historia que él mismo abrió en Pentecostés, en la cultura eclesial que debemos construir. Y desde ahí se establecerán prioridades y ritmos, se señalarán los itinerarios, se animarán los cansados y los abatidos… Estamos sin duda ante un enorme desafío. Pero no podemos eludirlo porque se trata de una necesidad para abrir caminos de futuro.
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