"Doce años después, algunos no se convencen de que Francisco es uno de los hombres más apegados a la doctrina" Subirse a la barca con Pedro

"Ya han transcurrido doce años de pontificado, y aún algunos no se convencen que él es uno de los hombres más apegados a la doctrina cristiana y católica que pueda encontrarse"
"Como el vivo discípulo de Cristo que es, intenta vivir cada momento respirando el Evangelio, aperturándose a todos, sin excepciones, en una digna actitud que le ha generado más de un problema"
"A su vez, es también fiel a la doctrina, que curiosamente emana a borbotones —por si alguno no se percató— de ese mismo Evangelio que él intenta seguir y hacer llegar a todos"
"A su vez, es también fiel a la doctrina, que curiosamente emana a borbotones —por si alguno no se percató— de ese mismo Evangelio que él intenta seguir y hacer llegar a todos"
| Aurelio Armando Cáceres Alvarado
“Ustedes son (los periodistas), en efecto, profesionales de la comunicación. Y la evangelización, que es el deber primario de la Iglesia, la evangelización, como anuncio del Reino ¿No es acaso también comunicación?”. (S.S. Juan Pablo II)
Cuando el Papa Francisco hizo pública su exhortación apostólica “Amoris Laetitia” o “La Alegría del Amor”, no pude más que regocijarme en ella y del amor que nos dona en todo su contenido.
Fue una entrega para su revoltoso rebaño que, a veces presa de sus emociones, levanta más polvareda de la que debería. Fue presentada formalmente el viernes 8 de abril del año 2016, y firmada previamente por el santo Padre el día 19 de marzo, fiesta del Patrono de nuestra santa Iglesia, San José. No puedo imaginarme a nadie mejor que a la cabeza y protector de la Sagrada Familia para encomendarle este noble trabajo.
Como era de esperarse, aquel viernes ya se podía sentir el interés del mundo por lo que diría el Papa en el documento, porque resultó algo engorroso poder bajar la exhortación debido a la saturación por el tráfico que experimentaba el sitio web de la Santa Sede. Con más ansiedad que megas corriendo por la fibra óptica, al fin se pudo descargar el documento. Pero, antes de leer más de las dos primeras páginas del primer capítulo, en las que el Papa inicia hablando de las dos casas que Jesús describe en el evangelio en donde nos invita a introducirnos en una de ellas por medio del Salmo 128; la curiosidad empezó a hacer de las suyas, y comencé con cierto sarcasmo a leer los comentarios que pululaban por las redes sociales en aquel momento, abarcando en el fisgoneo desde sacerdotes y/o consagrados hasta medios de prensa seculares.

¡Oh sorpresa la mía! cuando descubrí, por un lado, que el documento tenía casi 300 páginas, que no había otra forma de conocerlo que leyéndolo con calma y detenimiento. Pero, algo más me llamó la atención, era algo que se veía venir. Me pareció como que todos se habían puesto de acuerdo en manifestar, por poco al unísono, que su primera impresión sobre la nueva exhortación apostólica del Papa Francisco era que “No iba en contra de la doctrina de la Iglesia”. En ese momento recordé cual acto reflejo las siguientes palabras del Papa emérito Benedicto XVI: “Lo que me llena de estupor no es la incredulidad sino la fe. Lo que me sorprende no es el ateo, sino el cristiano”.
Es que al Papa Francisco todos le tiemblan, eso es más que evidente. No, no encontré un solo comentario que mencionara o hiciera alusión al título de la exhortación, que al menos sugiriese que en él se resume lo más importante de la fe cristiana como bien dice San Pablo: “En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor”. (1 Col. 13, 13).
Parecía que el mundo se había dividido literalmente en dos, una parte para los conservadores y la otra para los modernistas, porque del lado del Papa no había nadie
Y esa relación unívoca entre el amor y la familia establecida por Dios y celebrada por el Papa en un título tan idóneo como “La alegría del amor”, pasaba desapercibida como un cuadro colgado en la pared de un pasadizo. Tampoco encontré mayores comentarios que dieran muestras de algún tipo de expectativa sobre la relación que se pudiese esperar en el documento en cuanto a la Misericordia —se vivía el jubileo de la misericordia— y su rol fundamental en las familias. Claro, había una expectativa terrible que soplaba a los cuatro vientos, es más, parecía que el mundo se había dividido literalmente en dos, una parte para los conservadores y la otra para los modernistas, porque del lado del Papa no había nadie y yo, debo confesar con cierta pena, me pareció que lo percibía inmerso en una gran soledad.
Y, curiosamente, esa expectativa que menciono era afín a ambos bandos, y fue, sin vergüenza alguna, la de poder finalmente constatar si el Santo Padre: “se pasó o no de la raya” con su postura sobre la familia, y especialmente, claro está, en el tema de los separados en nueva unión. A ver si de una vez por todas se animaba o no a dejarlos comulgar. Ese fue el tema central que se tocó, al menos las primeras horas que vio la luz tan digno documento. Esa fue la primera impresión que recorrió el mundo. Todos los demás temas relativos al amor y la familia parecieron ser —en el mundillo de las redes sociales— de poca monta en aquellos momentos.

Ya han transcurrido doce años de pontificado, y aún algunos no se convencen que él es uno de los hombres más apegados a la doctrina cristiana y católica que pueda encontrarse. Como el vivo discípulo de Cristo que es, intenta vivir cada momento respirando el Evangelio, aperturándose a todos, sin excepciones, en una digna actitud que le ha generado más de un problema. A su vez, es también fiel a la doctrina, que curiosamente emana a borbotones —por si alguno no se percató— de ese mismo Evangelio que él intenta seguir y hacer llegar a todos.
Tengo una imagen recurrente, que posee una relación muy fuerte —al menos así lo vivo—, entre la rectitud de la doctrina, la misericordia de Dios y su relación con todos nosotros, su pueblo elegido y pecador. Está graficada divinamente en el siguiente pasaje del evangelio de Mateo:
“Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa (de Mateo), acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con Él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores»”. (Mateo 9, 9-13)
¿Cuántos habrán llegado y llegan solamente hasta la puerta de la casa de Mateo, porque sintiéndose víctimas de la impresión de ver a ese tipo de personas dan la media vuelta y se marchan?
Veo a todos pululando en el mismo lugar, la casa de Mateo (el mundo y lo mundano), donde encuentro todo tipo de personas, especialmente pecadores, y los hay de todos los calibres, desde los más empedernidos hasta los menos recurrentes, todos aquellos que la recta ley de una u otra forma condena. También hay fariseos, promotores de esa ley que hipócritamente trasgreden y, en el medio de todos ellos, “compartiendo”, está la doctrina viviente: Cristo Jesús. En el corazón de ese mejunje está la Misericordia en persona: Nuestro Salvador. Me pregunto: ¿cuántos habrán llegado y llegan solamente hasta la puerta de la casa de Mateo, porque sintiéndose víctimas de la impresión de ver a ese tipo de personas dan la media vuelta y se marchan? ¿Cuántos se han privado y se siguen privando de conocer al Rey de reyes porque son víctimas de sus prejuicios, soberbia e idiosincrasia, porque pululan en su pequeño mundo?, y ¿cuántos Judas hay en la Iglesia?
Ahora estoy en el afán de releer una vez más la exhortación, este documento que me encandila, aún sigo en la tarea, gozosa tarea el hacerlo. Estoy tratando de situar a la familia en la estación de este tiempo que el Señor nos ha querido dar, una estación orientada hacia su Misericordia y Esperanza. Si no lo han notado, el ambiente se encuentra muy sobrecargado y lo seguirá estando hasta el final de los tiempos. Es la Misericordia de Dios y la Esperanza en Él que ha querido hacerse presente y quedarse con nosotros, fruto de su infinito Amor que desde los inicios ha querido ver claramente reflejada en las familias.
"Conocer la exhortación apostólica Amoris laetitia hace más atractivo para las personas el Evangelio del matrimonio y de la familia” (Cardenal Gerhard Muller).
"He mirado a tus ojos con mis ojos. He puesto mi corazón cerca de tu corazón" (S.S. San Juan XXIII).
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