El retorno del otro, el encuentro con el otro Juan José Tamayo: "Los refugiados son ciudadanos y ciudadanas del mundo, que no tiene fronteras"
"Un elemento común a los partidos políticos de extrema derecha, organizaciones sociales integristas y grupos religiosos fundamentalistas es el ataque a la inmigración"
"Las democracias tienden a identificar ciudadanía con país o estado y niegan dicha ciudadanía a quienes no han nacido en el territorio al que llegan, aunque vivan, trabajen y generen riqueza en él"
| Juan José Tamayo
Un elemento común a los partidos políticos de extrema derecha, organizaciones sociales integristas y grupos religiosos fundamentalistas es el ataque a la inmigración y el rechazo de las personas migrantes, a quienes se demoniza y sobre las que se elabora el discurso del odio, que desemboca en xenofobia, racismo y aporofobia. No se trata de fenómenos marginales, sino que están muy presentes en el imaginario colectivo y en no pocas prácticas políticas de gobiernos democráticos, que tienden a identificar ciudadanía con país o estado y niegan dicha ciudadanía y el ejercicio de los derechos cívicos a quienes no han nacido en el territorio al que llegan, aunque vivan, trabajen y generen riqueza en él.
La presente reflexión intenta desmontar los citados argumentos desde un planteamiento antropológico inclusivo e integrador. Emmanuel Lévinas reconoce a la ética el estatuto de filosofía primera. Entiende por ética la responsabilidad de cada uno para con los demás; una responsabilidad que es irreemplazable e indelegable. En un texto de clara influencia lévinasiana, Umberto Eco afirma: “Cuando los demás entran en escena, empieza la ética. Son los demás, es su mirada, lo que nos define y confirma”. Ahora bien, ¿quiénes son los demás? ¿Quién es el otro, la otra, los otros, las otras?
No un simple elemento de la especie, ni un concepto o una sustancia, ni algo que se defina por sus propiedades, su carácter, su status social o su lugar en la historia. Tampoco son un mero objeto de conocimiento, estudio o investigación. El otro, la otra, son el rostro, pero no en cuanto fijado en la memoria o en una fotografía, sino como realidad expresiva.
Es el rostro del otro, de la otra, el que me cuestiona e interpela, el que se torna desafío ético para mi subjetividad libre, y especialmente el rostro del huérfano, la viuda y el extranjero, dirá Lévinas rememorando el mensaje ético de la legislación veterotestamentaria, que supera en radicalidad humanista a no pocas declaraciones de derechos humanos actuales.
El otro, especialmente el otro excluido, marginado, empobrecido, es palabra, solicitud, súplica, que pide respuesta, ayuda, compasión. De ahí emana la responsabilidad para con los demás, que no es, por tanto, resultado de un contrato, sino fruto de la entrega, de la donación, del colocarse en el lugar del otro. A partir de aquí, Lévinas introduce en su filosofía nuevas categorías que expresan su vertiente prioritariamente ética: rostro, huella, otro, alteridad, cara a cara, hospitalidad.
Hay una precedencia del afecto y de la existencia sobre el ser de la razón. Totalidad e infinito, la obra más emblemática de Lévinas, es, según J. Derrida, “un inmenso tratado de la hospitalidad”. Con dicha categoría, Lévinas se refiere al primer gesto, al primer movimiento en dirección al otro. “Incorporar al Otro en el discurso es acoger su expresión en la que desborda en todo momento la idea que de él pudiera llevar consigo un pensamiento. Es, pues, recibir de Otro más allá de la capacidad del Yo”.
En palabras del mismo Lévinas al final de Totalidad e infinito, la esencia del lenguaje es bondad, amistad y hospitalidad. También la intencionalidad es hospitalidad, hasta el punto de que no existe intencionalidad sin, ni antes de, la acogida del rostro, como tampoco existe acogida del rostro sin rectitud y justicia. Pero la hospitalidad no como una región o parte de la ética, sino como la eticidad misma, el todo y el principio de la ética.
La conciencia es la urgencia de una orientación que conduce al otro, y no un eterno retorno de sí. Es inocencia sin caer en la ingenuidad, rectitud que no desemboca en necedad, rectitud absoluta que es crítica de sí, que leo en los ojos de aquel cuya mirada me pone en cuestión. Es movimiento hacia el otro que no vuelve a su punto de origen como vuelve la diversión incapaz de trascendencia. Es movimiento más allá de la preocupación y de la muerte.
El rostro se niega a la posesión, a mis poderes, se resiste a todo apresamiento; desafía no la debilidad de mis poderes, sino “mi poder de poder”; me habla y me invita a una relación en paralelo. Por eso muestra una resistencia ética al homicidio. La precedencia del rostro del otro y de la ética es la idea central de la filosofía de Lévinas. La ética es anterior a la ontología y va más allá de ella, es anterior al Estado y a la política y va más allá de uno y otra.
Pero va también más allá de la ética. Estamos ante la idea clave de la filosofía de Lévinas: “El Otro como lo absoluto es una trascendencia anterior a toda razón y a lo universal, porque es, precisamente, la fuente de toda racionalidad y de toda universalidad”. La propia arquitectura de su obra Totalidad e infinito no se apoya en la racionalidad de la razón ni en la objetividad de la totalidad, sino en la “interpelación obsesiva del Otro”. De ahí que su lenguaje esté más cerca del lenguaje profético que de la neutralidad razonable de los tratados de filosofía.
El ser humano no puede quedarse encerrado en su conciencia subjetiva ni ver encallado su impulso de trascendencia “dejando al yo cautivo de sí mismo”. Lo que Lévinas rechaza por igual es la ontología de la subjetividad aislada y la ontología de la razón impersonal de Hegel, “que no muestra a la conciencia personal más que sus trucos”. Rompe igualmente con la filosofía de lo Neutro y con el ser del ente heideggeriano, que viene a exaltar la obediencia, cosa que ningún rostro manda.
En continuidad con la reflexión de Lévinas y Derrida, Ángel Gabilondo, catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, reflexiona sobre el retorno del otro como otro, que define como un volver de su diferencia y que irrumpe de manera desconcertante e irreductible. “Vuelve de nuevo alguien otro, otro que uno mismo. Otro tan otro que propicia otra amistad, una amistad otra, la del mediodía de la vida, la de la esperanza, más que la de la expectativa, la espera de nuevos amigos”.
La alteridad no es pura identidad, pero tampoco pura diferencia, dice con razón Gabilondo, quien observa que es necesario crear condiciones para el retorno del otro. Sólo después de una larga convivencia con el problema, recuerda citando el Banquete de Platón, después de haber intimado con él, de repente (exaifnes), como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece espontáneamente.
El cara-a-cara, el encuentro del rostro y la experiencia viva de la existencia del otro están en el centro de la nueva axiología, donde la justicia se convierte en la experiencia de la alteridad absoluta. Hacer la experiencia de ser otro para los otros lleva a la no-indiferencia. Reencontrar en identidad y diferencia el impulso para la mutua pertenencia de justicia y libertad. Diferencia, identidad y alteridad, como subraya el subtítulo de esta obra.
Espero que estas reflexiones contribuyan a dejar sin fundamento antropológico la xenofobia, el racismo y la aporofobia, a deslegitimar el discurso del odio y a sustituir dichas actitudes por la hospitalidad, la alteridad, la projimidad, el respeto, el reconocimiento y la no-indiferencia hacia las personas migrantes, refugiadas y desplazadas que llegan a nuestros países huyendo de las dictaduras, las guerras y de la miseria. Son ciudadanos y ciudadanas del mundo, que no tiene fronteras.