Generada por el inmoral capitalismo Vida real y sentido metafísico en tiempos de crisis

(Agustín Ortega).- Esta crisis casi eterna, inhumana e injusta, generada por el inmoral capitalismo: mata, acaba con la vida en todas sus dimensiones. Una prueba evidente son los innumerables casos de suicidios que se están llevando a cabo, u otras psicopatologías sociales, por parte de gente desesperada sin trabajo, sin bienes, sin futuro...

Y otra, por supuesto, son las muertes por hambrunas en el mundo, fruto de la malvada especulación con los precios de los alimentos y materias primas. Valen más los beneficios, los balances económicos y los ajustes estructurales que la vida de las personas.

La eliminación de la deuda y los déficits, con los consabidos recortes de todo tipo: están antes que la dignidad y los derechos de las personas. En estos tiempos de crisis sin sentido, donde el capitalismo impone su inherente nihilismo, su vacío existencial y moral con su caos y destrucción masiva: se hace necesario e imprescindible volver a lo esencial.

Esto es, buscar el sentido de la vida, el significado profundo y la realidad honda de la existencia. Esta tarea y misión ha ocupado y preocupado al pensamiento y la filosofía desde antiguo, ha sido en muy buena medida su razón de ser, en especial de aquella materia o disciplina filosófica que se denomina metafísica. Y esta metafísica se ha fecundado, a su vez, en dialogo con la teología, como veremos.

Ya en la época antigua, Sócrates propone su mayéutica pedagógica, en donde se trata de sacar de lo más profundo del ser humano: lo que es y lo que está llamado a ser. Platón entiende el conocimiento desde el bien. Y Aristóteles, con su obra metafísica, propiamente dicha, quiere ir a lo hondura o esencia de las cosas, al ser, a la vida que hace posible la sustancia o el fundamento de todas las cosas, por la que existen.

Si no tienen vida las cosas no son; en el caso del ser humano, es el alma la que da la vida, la que informa (vivifica) al cuerpo, y el alma se hace vida en (mediante) el cuerpo. Elementos importantes para nuestra realidad actual. Ya que es lo profundo del ser humano, la educación y el desarrollo, el bien y la vida: las claves que deben orientan la existencia, en una amistad profunda entre los seres humanos, tal como se culmina en la filosofía aristotélica.

Al mismo tiempo, en la conexión entre esta época antigua y la edad media, con pensadores como San Agustín, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino se va abriendo otro paradigma, que marcará decisivamente la historia de la humanidad y del pensamiento. Es sabido que el pensamiento helénico, en general, se movía sobre todo en una visión naturalista o cosista. Donde el ser humano y su constitutiva inte-relacionalidad con los otros y con el mundo e historia: no aparecían debidamente expresados o manifestados.

La cosmovisión bíblica o judeocristiana, en la que se fundamentan estos autores, en dialogo con el pensamiento helénico, posibilita una comprensión antropológica o personalista. No es solo ni tanto la sustancia de las cosas, sino que la clave de compresión de la realidad es el sentido de la existencia para el ser humano y su mundo e historia, historia de la salvación liberadora en Dios.

Porque para la cosmovisión bíblica, la creación y su dinamismo, el tiempo histórico, sobre todo la historia de sufrimiento e injusticia que padecen los pobres: es el lugar y manifestación del Dios de la alianza, Dios salvador y liberador. El tiempo bíblico no es el helénico, el kronos, de tipo más cuantitativo, sucesión acumuladas de tiempos en blanco, tiempo cíclico y repetitivo de lo mismo. Sino que es el kairos, el tiempo más cualitativo, tiempo salvífico y mesiánico, donde Dios fiel, creativa y renovadoramente interviene de forma liberadora ante el mal, la destrucción y la injusticia.

Un tiempo histórico con altibajos de justicia y libertad o de mal y opresión por parte de los seres humanos. Pero envuelto siempre en la fidelidad y en el dinamismo salvador-liberador del Dios de la alianza. El Dios de la compasión y la justicia desde las víctimas y pobres de la tierra, que culmina en el Dios Amor revelado en Jesús.

Así, en San Agustín, con su Ciudad de Dios, aparece la primera propiamente filosofía y teología de la historia, cuyo sentido se decide entre la dinámica egoísta, egolátrica del ser humano y la donación (Gracia) y amor del Otro, Dios, y de los otros que es lo más esencial. La historia está teñida por el conflicto entre el egoísmo humano y el amor que es su dinamismo más hondo. Ya que, en este sentido, el conocimiento verdadero se corelaciona con el amor, humano y divino, que alcanza en los pobres, sacramentos de Cristo Pobre, y en la justicia que se les debe: su más alto valor salvífico y liberador.

Del genio agustiniano pasamos al buenaventuriano, en el que (de forma similar a como estudió el joven profesor de teología, J. Ratzinger) se encuentra una filosofía y teología de la historia. Para el Doctor Seráfico, toda la creación está acuñada cristológica y trinitariamente: ella es símbolo e itinerario del bien y del amor difusivo del Dios Trino en Cristo.

Llegamos así a Santo Tomás, el Doctor Angélico en dialogo con Aristóteles y su redescubrimiento por parte de pensadores como Avicena o Averroes. En este dialogo, Santo Tomás distingue metafísicamente entre existencia y esencia, que para Aristóteles era lo mismo. Y le da la principalidad al ser como acto, a la existencia frente a la esencia. Antes que la finalidad y función de lo que es, más que lo que es o para que sirve, lo primigenio o fontal es que algo sea, que exista, que algo o alguien es o exista: "esto lo es místico" (dirá después Wittgenstein); y el porque es o existe, que quien da la existencia.

En esta línea, las famosas 5 vías tomasianas, para llegar a la existencia de Dios, nos presenta a la creación y el mundo con sus dinamismos, como el lugar y camino para vislumbrar la presencia y acción de Dios en la creación. Una acción vivificadora y renovadora. Pero además, como mostró Metz, en Santo Tomás prima el paradigma bíblico, el antropológico y espiritual. El ser humano es el prototipo del ser, con su existencia, con su vida y espíritu, con su alma-cuerpo que son inseparables: es la clave de referencia e interpretación de la realidad; no tanto la naturaleza.

Se abre así una filosofía y teología de la historia, donde Dios y su gracia de amor salvadora no hacen violencia a lo humano y toda su realidad. Al contrario, Dios y su don de amor liberador asume y plenifica lo humano, quiere hacer el bien más difusivo por toda la creación. Ya que en esta óptica, para el Aquinate, la humanidad de Jesús, el Verbo encarnado: es el camino para la salvación liberadora. Dios en Jesús se hizo humano para manifestarme su amor y liberarme integralmente.

Esta metafísica o filosofía y teología de la historia se va renovando, en el transito de la modernidad, con autores imprescindibles como Kant y Hegel. Y llega hasta la época contemporánea, por ejemplo, en la fenomenología con Husserl y en la hermenéutica con Heidegger, o en el personalismo con Rosenzweig y Levinas, Mounier, Zubiri y Ellacuría en dialogo con la teología. Efectivamente, teniendo en cuenta a estas mencionadas corrientes o autores modernos y contemporáneos del pensamiento, la teología del siglo XX.

Con nombres como Barth y Balthasar, Chenu y de Lubac, Rahner, Pannenberg y Metz, G. Gutiérrez y Ellacuría, etc.: nos ha legado, con sus matices propios, una serie de claves y perspectivas muy significativas para esta metafísica o filosofía y teología de la historia. La Revelación de Dios se hace manifiesta, a través de sus palabras y obras, en la historia, es constitutivamente histórica y, asimismo, abre a lo trascendente y espiritual (teología fundamental).

Ya que es el ser humano, espíritu en el mundo, con su inherente temporalidad e historicidad, en apertura a la trascendencia: quien acoge esta palabra y acción salvadora-liberadora, esta Revelación de Dios que es histórica y a la vez transcendente (Rahner). La fe que es salvífica (escatológica) se da, así, en la historia y en la sociedad, tiene relevancia pública y social. La fe es memoria transformadora de la Pasión de Jesús en la compasión y justicia hacia las víctimas (Metz).

El Evangelio de Jesús se realiza en el tiempo, que mediante su Encarnación ha asumido lo histórico y social. Y, de esta forma, salvar y liberar globalmente a toda la humanidad, a la historia y al cosmos, donde se van manifiestando los signos de los tiempos en la santidad del amor y la justicia (Chenu). Solo hay una historia de la salvación, que se va anticipando en las liberaciones históricas e integrales, en la defensa y promoción de la vida desde los pobres.

Lo cual, nos manifiesta al Dios de la vida y de la salvación en Cristo, desde el reverso (los pobres) de la historia (Gutiérrez, Ellacuría). Y es que en una filosofía y teología de la historia, hay que recorrer la vía de la belleza en el amor, que solo es digno de fe, sobre todo a los pequeños y los pobres, allí donde confluye lo humano y lo divino. Esta estética teológica, la belleza en el amor, se nos manifiesta de forma culminante en la Pascua del Crucificado-Resucitado, en el Dio Trinitario (V. Balthasar).

Ojala que en esta crisis injusta, frente a al deshumanizador y nihilista capitalismo, sigamos promoviendo este caudal de amor y vida. Un torrente de solidaridad, justicia y de salvación liberadora integral desde los pobres, de mística, espiritualidad y trascendencia, que es lo que da sentido a la existencia.

Es primero el ser, la vida y su dignidad, la solidaridad desde los pobres, antes que el poder y el tener o poseer (el mercado y el beneficios como ídolos). Esta idolatría nihilista que da lugar a estructuras de pecado, de injusticia y dominación que hay que moral y solidariamente erradicar. Ya que el camino de la iglesia es el ser humano, concreto, social e histórico. Tal como fue el itinerario de Jesús, el Verbo encarnado en lo humano, para regalarnos su amor salvador (Juan Pablo II).

La iglesia es así símbolo (sacramento) de amor, tiene su razón de ser en la vida del amor verdadero e inteligente, social y político desde los pobres. Lo que supone el compromiso por la justicia y promover el desarrollo integral. Todo ello es lo que conlleva la esperanza, comunitaria y social, que salva en Jesús. Ya el Señor, nuestro Dios, se hace servicio y amor entregado (eucaristía) para todos. De dicho amor vive (es) la iglesia, comunidad de fe, esperanza y amor que camina con Dios en la historia de la salvación hacia la vida, plena, eterna (Benedicto XVI).

Agustín Ortega Cabrera es subdirector del Centro Loyola (Las Palmas de GC.), Centro Fe y Cultura de la Compañía de Jesús (jesuitas), y Profesor del Instituto Superior de Teología de Las Islas Canarias (ISTIC, Sede Gran Canaria, Departamento de Praxis).

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