"Ahora es el momento de las iglesias locales (y, podríamos añadir, de las parroquias, que son sus células)" Al acabar el Sínodo: ¿Y ahora, qué?
"Se retorna al punto de partida: de allí arrancó la consulta y el discernimiento, y allí debe desplegarse el resultado del itinerario recorrido: entre quienes son protagonistas y sujetos del ser Iglesia. Es lo que exige la lógica sinodal"
"El Pueblo de Dios camina a través de la historia, reflejando una comunión que debe ser purificada y rescatada de numerosas contaminaciones"
"El n. 88 señala un triple “nada sin” que debe orientar el estilo de una iglesia sinodal: nada sin el obispo, nada sin el consejo de los presbíteros, nada sin el consenso del pueblo"
"El n. 88 señala un triple “nada sin” que debe orientar el estilo de una iglesia sinodal: nada sin el obispo, nada sin el consejo de los presbíteros, nada sin el consenso del pueblo"
| Eloy Bueno de la Fuente, asesor teológico del Sínodo
Es lógico que al finalizar la segunda sesión del Sínodo sobre la sinodalidad se plantee este interrogante. De modo rápido y breve, renunciando a desarrollos amplios, intentaré indicar el aspecto que considero nuclear. Desde mi punto de vista la respuesta es clara, y además apunta al sentido del itinerario sinodal: ahora es el momento de las iglesias locales (y, podríamos añadir, de las parroquias, que son sus células); de ellas, y de quienes las constituyen, porque allí viven, celebran y testimonian su fe. De ello depende su futuro.
Paradójicamente se puede afirmar que ahora se retorna al punto de partida: de allí arrancó la consulta y el discernimiento, y allí debe desplegarse el resultado del itinerario recorrido: entre quienes son protagonistas y sujetos del ser Iglesia. Es lo que exige la lógica sinodal.
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Es lo que de modo significativo ha hecho ver Francisco con su decisión en la clausura del Sínodo: restituir al “santo Pueblo fiel de Dios” un texto en el que se sintetiza un largo itinerario, cargado de ilusiones y de esperanzas, y también de perplejidades e incluso de decepciones, en el que han participado numerosas personas, animadas por una profunda experiencia de eclesialidad. El mismo Francisco se sitúa en la lógica y en el dinamismo sinodal: renuncia a la elaboración de una exhortación postsinodal, ratifica con su firma lo aprobado por la Asamblea (insertándolo de este modo en el magisterio ordinario de la Iglesia), y lo devuelve al lugar eclesial en el que se inició la consulta para que se asuman las decisiones correspondientes.
Este gesto sella la novedad de este Sínodo, que rompe con la tradición de Sínodos anteriores, que entregaban al Papa algunas sugerencias y recomendaciones con el objetivo de que elaborara un texto propio. De este modo el Sínodo (en el que han participado también no obispos) aparece como un sujeto eclesial con un perfil más acentuado, que ahora debe manifestarse en las iglesias locales.
A lo largo de varios años el proceso sinodal se ha ido abriendo camino entre quienes, por un lado, lo veían como una amenaza a la identidad de la Iglesia, y quienes, por otro lado, habían fijado como criterio de su eficacia la posición respecto a algunos puntos “candentes” del debate eclesial; junto a unos y otros crecía la distancia y la indiferencia en amplios sectores de la Iglesia respecto a un acontecimiento que resultaba lejano y teórico.
El Documento Final intenta mostrar, con sus limitaciones, que en realidad se estaba hablando de la vida concreta de las iglesias, de las relaciones y de las personas que las constituyen, en su diversidad de contextos y en la fluidez de los cambios socio-culturales. Ello constituye, a mi juicio, el desarrollo aportado a la eclesiología conciliar: el Pueblo de Dios camina a través de la historia, reflejando una comunión que debe ser purificada y rescatada de numerosas contaminaciones. Ahí se encuentra el sentido de la sinodalidad en cuanto dimensión constitutiva de la Iglesia, que no puede ponerse en ejercicio más que en procesos, lentos y difíciles pero necesarios y comprometidos.
En este itinerario las iglesias locales poseen una responsabilidad especial, porque se abren ante ellas caminos posibles y viables, ratificados en el documento papal-sinodal, en los que se juegan su propio futuro. Baste mencionar un par de ellos.
El n. 88 señala un triple “nada sin” que debe orientar el estilo de una iglesia sinodal: nada sin el obispo, nada sin el consejo de los presbíteros, nada sin el consenso del pueblo. En el fondo es el arte de conjugar el papel de uno (que preside), de algunos (que desempeñan ministerios diversos) y de todos (invitados a ser protagonistas activos).
A partir del n. 95 se menciona otra tríada fundamental para la vida de cada iglesia en lo concreto: transparencia, rendición de cuentas y evaluación, de todo el quehacer de la Iglesia en sus diversos niveles.
Para ponerlo por obra no se requieren normativas u órdenes que vengan de arriba, sino una reflexión elemental que brote de la conciencia eclesial, que además puede conducir a cambios rápidos y visibles. Como explicita el n. 94, “sin cambios concretos en un tiempo breve, la visión de una Iglesia sinodal no será creíble, y ello alejará a los miembros del Pueblo de Dios que del camino sinodal han obtenido fuerza y esperanza. Corresponde a las iglesias locales encontrar modalidades apropiadas para dar cauce a estos cambios”.
Ciertamente hay obstáculos numerosos, que proceden del mismo proceso sinodal (por la estrechez de los plazos), de la situación de las iglesias locales concretas (sometidas a desafíos múltiples), de la decepción o frustración provocadas por algunas decisiones que afectaban a la marcha del proceso. Pero todo ello no debería oscurecer el foco y el objetivo: configurar un modo de ser Iglesia que haga visible y transparente la misión para la que Dios la ha llamado a la existencia y para la que ha convocado a todos los bautizados.
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