"Carmen" de José Bada El amor y la muerte

(Andrés Ortíz-Osés).- El amigo José Bada Panillo me regala su librito "Carmen", un lúcido testimonio de la asunción amorosa de una realidad desamorosa y devastadora, como ha sido el cáncer de estómago de su esposa. El texto da cuenta de la operación, radiación y quimioterapia, la metástasis generalizada y los cuidados paliativos finales, en la vivienda familiar, hasta la sedación final en la Clínica San Juan de Dios de Zaragoza.

Carmen la protagonista del texto fue una mujer maja y abierta, monegrina de Candasnos, en la que nuestro autor descubre un auténtico fondo religioso y vital, cristiano y comunitario. Por eso comparecen en estas páginas familiares y amigos de ambos, muchos reconocibles como A.Fierro e I.Sotelo, L.Betés y J.Vived, J.A.Rojo y Pilar de la Vega, E.Fernández Clemente y B.Bayona, A.Ruiz y A.Nogueras, así como Araceli, la hermana de Wirberto, el famoso cura crítico de Fabara.

Yo mismo he participado en alguna comida amical en el restaurante Le Parisienne, sito en el Parque cercano a la Plaza de santo Domingo, entre el Ebro y el monumento a La Aguadora, así como en el famoso huerto familiar en las afueras dela ciudad.

Y es que Pepe Bada es teólogo y filósofo, antropólogo y político, y ha sido Consejero de cultura del Gobierno aragonés, así como fundador del Seminario para la Paz en el Centro Pignatelli, junto con J.M.Alemany. Pero en este texto se despoja de todo título para auxiliar a su esposa, cuyas fuerzas le van abandonando paulatinamente, ya que apenas si puede comer algo, pues le sienta mal casi todo.

Y ahí vemos a Pepe al cuidado de su esposa, como enfermero del cuerpo y también del alma. Por eso le trae del huerto plantas aromáticas, ontina, romero y salvia. Y por lo mismo la cuida y administra sus múltiples medicamentos. Finalmente recurre a un Dios cercano y lejano, a quien reza sin rezar, preguntándose en soledad acompañada si "hay alguien ahí fuera" que le escuche:

"A diferencia de Carmen que siempre ha vivido para los demás y con los pies en tierra, yo me he distraído y abstraído demasiado. Y cuando rezo es como si Dios no escuchara; recé un padrenuestro y fue como si rebotara en el firmamento".

Sin embargo, sigue rezando sin rezar, e incluso sueña con celebrar la misa en su vivienda, ya que ha sido sacerdote y ello imprime carácter, rodeado de su mujer, familia y amigos. Pero la realidad es acuciante, y es testigo de la reducción vital de su esposa, de su creciente debilidad, de su angustia y dolores, de la sed que no puede saciar por su estómago enfermo. La propia enferma comparece como una niña tomando polos de limón o leche y regaliz de palo, asomándose frágil a la ventana de la vivienda, viendo alguna serie de TV como "Amar en tiempos revueltos", aunque cada vez más perdida. En el tramo final se le aplican parches de morfina, también inyectada, hasta llegar a la sedación definitiva.

La enferma, tan fuerte en su fragilidad, acabará pidiendo a Dios "que se acabe todo esto", ya que el proceso final "debería ir más deprisa", pensando no solo en ella misma sino también en sus propios cuidadores. Todo lo cual debería llevar a preguntarnos, por cierto, si los cuidados paliativos palían suficientemente, habida cuenta de que al final se desea el final sin largas demoras agónicas.

En fin, del libro extraigo una especie de clave existencial que yo reformularía así: sin amor la vida no tiene sentido, resulta absurda; y con amor la vida obtiene sentido, resulta misteriosa. Nada más y nada menos, un misterio no resuelto, desde luego, pero sí abierto. Es así como el amor se enfrenta a la muerte en duelo decisivo, en el que muere la vida pero el amor reflota como alma del mundo.

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