La Iglesia no está para fiestas No más 'arreos litúrgicos' (En Belén y alredores)
"'Arreos', 'aparejos', 'ornamentos litúrgicos'… Ornar, aderezar, preparar… es lo que da de sí, con generosidad, precisión y acierto, la palabra latina 'ornamentum' de la que proceden los verbos citados"
"Bautizar y dedicar como 'sagrado' un ornato y en mayor proporción si este es más valioso y jerárquico, no parece ser cristiano, sino todo lo contrario"
"Da la impresión de que los ornamentos sagrados responden al único, o preferente, fin, de destacar la figura de quienes los emplean, enalteciendo su poder sobre la colectividad"
"No más arreos, ni aparejos ni 'ornamentos sagrados'. Y ya, y de momento, más pobreza y humildad en su uso. Los tiempos no están para coheterías litúrgicas. La Iglesia no está para fiestas"
"Da la impresión de que los ornamentos sagrados responden al único, o preferente, fin, de destacar la figura de quienes los emplean, enalteciendo su poder sobre la colectividad"
"No más arreos, ni aparejos ni 'ornamentos sagrados'. Y ya, y de momento, más pobreza y humildad en su uso. Los tiempos no están para coheterías litúrgicas. La Iglesia no está para fiestas"
Los más castizos, por supuesto que todos ellos cristianos y sin pizca de mala intención, los llaman “arreos”, que quiere decir “conjunto de adornos o cosas accesorias que pertenecen a otra, o que se usan con ella”. Otros, también cristianos y con limpias intenciones, en ambientes campestres agrícola-ganaderos, hacen uso del término “aparejos” en su acepción de “materiales y elementos necesarios para hacer algo o para desempeñar un oficio”.
El resto de cristianos, ilustrados y leídos un poco más y dentro de lo que cabe, en la formación-información litúrgica que recibieron, se expresan y señalan con las palabras más cultas y certeras de “ornamentos sagrados”, al adorno, o conjunto de adornos “que sirven para enaltecer algo o hacerlo más vistoso”, especialmente referido a “las vestiduras sagradas que se pone el sacerdote para celebrar una ceremonia religiosa…”
Ornar, aderezar, preparar… es lo que da de sí, con generosidad, precisión y acierto, la palabra latina “ornamentum” de la que proceden los verbos citados que, en su relación de “ornamento” y “sagrado”, generan una auténtica contradicción, carente de religiosidad, anti académica y, sobre todo, extramuros de los santos evangelios. Bautizar y dedicar como “sagrado” un ornato y en mayor proporción si este es más valioso y jerárquico, no parece ser cristiano, sino todo lo contrario.
A la liturgia cristiana -“orden y forma de los oficios y ritos con que cada religión rinde culto a la divinidad”- le sobran ornamentos, pese al inefable e indecoroso empeño con que los acentúen de “religiosos”. Y tal abundancia se da y se percibe no solo en los ritos y ceremonias solemnes protagonizadas por los ejercientes en sus más altas esferas, sino también en las consuetudinarias, propias de iglesias-parroquias, capillas y estancias populares o rurales.
Arco-iris poblados de todos los colores, tonos y matizaciones, se hacen deslumbrantemente presentes, por imperativo ritual, y con insistencia y el uso debido, como si su descolorido, o su posible equivocación, constituyera pecado grave y desacralizara la ceremonia que enaltece y santifica. No hace falta reseñar que en los colores litúrgicos de los ornamentos sagrados no se escatiman gastos, con aspiraciones la mayoría de ellos a convertirse en otras tantas piezas de los museos diocesanos, en cuya visión, arte e historia, se pretenda inútilmente educar en la fe y en el evangelio a impávidos, sorprendidos y hasta escandalizados visitantes. Lo de que los museos diocesanos, previo pago, sean otras tantas lecciones e catecismo, carece de consistencia, evangelio e Iglesia.
El capítulo y tratado de los ornamentos sagrados precisan un soberano y serio proceso de revisión a la luz de la fe , con referencias a la historia. El simbolismo “religioso” que se les pretende adscribir resulta ser, además de una invención inconsistente y falaz, un descrédito y una infamia. No educan. Deseducan. Engañan, equivocan y engatusan a los pocos contempladores que decidieron admirarlos en los actos de culto y “en vivo y en directo”, o reposando ya en los museos.
Da la impresión de que los ornamentos sagrados responden al único, o preferente, fin, de destacar la figura de quienes los emplean, enalteciendo su poder sobre la colectividad, con todos sus predicamentos y proyección en este vida y en la otra y con preclaras exigencias de humildoso reconocimiento de que su respuesta será la del Amén y del arrodillamiento corporal y espiritual.
El trato con Dios -con la divinidad en general-, tanto en público como en privado, no necesita liturgias. Estas mayoritariamente dificultan, distraen, entorpecen, equivocan y engañan…
"¿Quién se imagina a Jesús, amigos y amigas, revestidos de ornamentos, para conversar entre sí, comentar sus parábolas, participar en su mesa, con vino o sin vino, panes y peces y parte del cordero pascual?"
¿No se les ocurre pensar a obispos, arzobispos, curas y miembros del “Alto o Bajo Clero”, que precisamente por ser y estar revestidos de ornamentos sagrados, pudiera en alguna ocasión hacerse Él mismo presente, al igual que lo hizo en el templo de Jerusalén, tirando al suelo mesas de cambistas y tenderetes, en los que se compraban y vendían toda clase de objetos, con pingües ganancias para los Sumos Sacerdotes y el resto del personal cualificado?
No más arreos, ni aparejos ni “ornamentos sagrados”. Y ya, y de momento, más pobreza y humildad en su uso. Los tiempos no están para coheterías litúrgicas. La Iglesia no está para fiestas. Habrá de limitar hasta el máximo su testaruda condición de proclividad a exhibir sus riqueza humanas y divinas”, con reverencial mención y recuerdo para los pobres, canonizados o por canonizar.
Ni los mismísimos Reyes Magos y sus servidores, a propósito de las fiestas y festejos de la NAVIDAD en Belén y sus alrededores, se vistieron con tantos “arreos” litúrgicos, con o sin permiso de Herodes.
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