"Una Iglesia en la que las clases no comparten la mesa eucarística, acaba siendo una Iglesia clasista" Miserabilismo y sumisión: neomovimientos pelagianos

Trump, el nuevo 'mesías' de los cristianos ultras
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"La Nueva Era autoritaria ha extendido un nuevo fundamentalismo cristiano en el que conviven dos cosas: la retórica de la más extrema humillación y la reivindicación más supremacista de la cristiandad. Y se ha hecho a través de dos expresiones del pelagianismo: el poder de la miseria y la exaltación de la sumisión"

"La exaltación y exposición de la sumisión y la postración es una de las caras de este pelagianismo, que suele aparecer cuando crece la impotencia social. En el mundo ha crecido hasta niveles insoportables la impotencia de la gente común ante la desigualdad, la soledad, el militarismo, la tiranía, el populismo, etc."

La Nueva Era autoritaria ha extendido un nuevo fundamentalismo cristiano en el que conviven dos cosas: la retórica de la más extrema humillación y la reivindicación más supremacista de la cristiandad. Y se ha hecho a través de dos expresiones del pelagianismo: el poder de la miseria y la exaltación de la sumisión. Mientras que la ascética del poder de la miseria ha surgido en clases precarias, entre la alta burguesía prospera la ascética de la sumisión.

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La exaltación y exposición de la sumisión y la postración es una de las caras de este pelagianismo, que suele aparecer cuando crece la impotencia social. En el mundo ha crecido hasta niveles insoportables la impotencia de la gente común ante la desigualdad, la soledad, el militarismo, la tiranía, el populismo, etc. A la vez, por la alianza entre ultraderecha y religión ―y Trump es el máximo exponente actual como autocoronado rey divino― se ha quintuplicado desde la década de 1980 el ateísmo en todo el planeta. Y la gente demanda sinodalidad, superar el clericalismo, respeto a la libertad, personalización. La reacción del fundamentalismo religioso ha sido la ascética de la sumisión. 

Necesitamos arrodillarnos y adorar solo a Dios, pero tras algunas prácticas de postración que han crecido en popularidad se puede estar colando una nostalgia del clericalismo, nostalgia del orden autoritario y exaltación de la humillación de la dignidad humana. Cuanto más pierde la alta burguesía la unión con el pueblo de Dios, más reivindica la ascética de la sumisión, y más desconfía de la sinodalidad. El problema es que la espiritualidad se ha despopularizado y una Iglesia en la que las clases no comparten la mesa eucarística, acaba siendo una Iglesia clasista. Y esa desvinculación es proporcional al auge y poder de los neomovimientos, y el abandono y desprestigio de la comunidad, pluralidad y sinodalidad parroquial y diocesana.

Trump reza en el Despacho Oval con sus consejeros
Trump reza en el Despacho Oval con sus consejeros 7 Margens

No es casualidad que esa ascética de la sumisión venga acompañada del hiperliderazgo del fundador líder perpetuo y el culto a su personalidad. Si el grado de postración de la gente es proporcional a la exaltación de su líder, hay que temer. La adoración de Dios nos libera de cualquier idolatría, y si, en vez de ello, produce idolatría del clero y su alzacuellos, la patria, la ideología, el poder, el orgullo identitario o el dinero, hay dentro una trampa que es necesario liberar.

El poder de la miseria

El pelagianismo también se expresa en los discursos del poder y la riqueza como camino de la esperanza: «si quiero, puedo», «si sueño, lo logro», «si encuentro mi talento, triunfo», «Cristo va a hacer que yo pueda todo», «tengo éxito, Dios está conmigo». Hace años en Kibera, el mayor suburbio pobre de África, me impresionó ver el nombre de una iglesia alzada en medio de toda aquella miseria: Los ganadores de Dios. No era irónico.

La ascética miserabilista busca llevar al sujeto lo más abajo posible, para luego levantarlo a lo más alto. Se insiste en la aniquilación de la persona: «no eres nada», «eres solo pecado», «eres malo», «el ser humano es una miseria», «eres un ser en manos del demonio». El mecanismo busca deprimir al sujeto haciéndole reconocer que es un miserable trozo de mal y nada, para luego, invocando la fuerza del Espíritu, prometerle el oro y el trono: «pero con Dios lo eres todo, lo lograrás todo, podrás todo, tendrás el poder de Dios».

Es el negativo de la Teología de la prosperidad, el reverso del mismo fenómeno. Si no tienes ya el éxito para proclamar la riqueza como signo de santidad, haz de tu miseria y precariedad la vía de salvación

No tener éxito y riqueza se debería, entonces, a que uno no se ha denigrado suficiente para recibir el poder de Dios. Es una ascética del poder de la miseria y la miseria del poder: cuanto más te hayas denostado, más probable es que recibas los poderes de ser como Dios. El sujeto se deja caer en un antiéxtasis de la miseria, se lanza ebriamente a la minusvaloración de sí mismo, hay una mortificación masoquista: el desprecio de sí mismo, produce un sucedáneo de consolación. Ya no es la economía ni la política la que te hace de menos, sino uno mismo como vía de santificación, y se impulsa a que uno radicalice esa denigración. El sistema social sale no solo indemne, sino reforzado. En este mecanismo de depresión y enaltecimiento, hay mucho de ebriedad dionisíaca en la que el ser humano acepta ser animalizado y despedazado, para poder hacerse luego con el mérito de la salvación. Es el negativo de la Teología de la prosperidad, el reverso del mismo fenómeno. Si no tienes ya el éxito para proclamar la riqueza como signo de santidad, haz de tu miseria y precariedad la vía de salvación.

Predicador
Predicador Diana Polekhina

En el fondo es un recurso mágico: cuanto más sacrifiques la autoestima, automáticamente se llenará lo vaciado con poder divino. Es un pelagianismo inverso: no lograrás la salvación con las conquistas de tu poder, sino con el poder de denigrarte y someterte. Paradójicamente, se usa la miseria como poder.

Y lo que siempre acompaña esta hiperhumillación es la exaltación del poder del pastor. Cuanto más empobrece moralmente a la gente, más poder (y dinero) se pone en sus manos como mediador de Dios. Uno debe infamarse más y someterse más al poder no solo de dios, sino también del líder, el clérigo o el predicador.

En vez de llevar a la gente a la lucha social, convierte la miseria en culpa del individuo, que aprende la indefensión

En Estados Unidos se generalizó entre las poblaciones afroamericanas más deprimidas como sublimación de su miseria social, y luego se ha extendido como un modo de consuelo y legitimación de la más obscena desigualdad del mundo. Bajo capa de humildad, se quiere llevar a la gente al poder que psicológicamente compense tanta precariedad. En vez de llevar a la gente a la lucha social, convierte la miseria en culpa del individuo, que aprende la indefensión, se humilla todavía más, ha denostado todavía más lo que en él hay de creación divina regalada, innata, permanente, inquebrantable.

Jamás el miserabilismo ni la sumisión han traído justicia ni paz. En los tiempos que vivimos, es necesario estar vigilantes porque una nueva cultura autoritaria está en posesión de los mayores poderes del mundo, sean pantallas, modelos educativos o tentadoras espiritualidades al servicio del crudo poder. Y siento tras escribir esto que la única vía para curarnos y permanecer atentos es profundizar en la espiritualidad eucarística de la mesa común extendida y abierta en la plaza del pueblo.

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