Sinodalidad y compasión en la perspectiva de Juan José Tamayo La compasión en un mundo injusto
"La intencionalidad del proceso sinodal consiste en una renovación de la Iglesia de consecuencias decisivas para su crítico presente y problemático futuro"
"La sinodalidad quiere avanzar con toda la humanidad para lograr la fraternidad universal"
"La compasión es el principio motor de la sinodalidad; sin ella no habrá auténtico proceso sinodal"
"Solo quien ‘com-padece’, ‘sufre con’ la otra persona, camina humanamente junto ella, con toda la creación"
"La compasión es el principio motor de la sinodalidad; sin ella no habrá auténtico proceso sinodal"
"Solo quien ‘com-padece’, ‘sufre con’ la otra persona, camina humanamente junto ella, con toda la creación"
| Félix Placer Ugarte, teólogo
El proyecto sinodal que, por iniciativa e impulso del Papa Francisco, ha comenzado realizándose en la base eclesial y culminará en el Sínodo de Obispos el próximo año, no se limita a una consulta. Va mucho más allá. Su intencionalidad consiste en una renovación de la Iglesia de consecuencias decisivas para su crítico presente y problemático futuro.
Se trata, en primer lugar de caminar juntos, sinodalmente, en todos los ámbitos de la Iglesia, de establecer relaciones nuevas u olvidadas durante siglos en una Institución excesivamente jerarquizada. Quiere dar la voz a todo el Pueblo de Dios no solo reconociendo el derecho a la palabra en todas las personas creyentes, sino para lograr que se sientan en comunión de igualdad, en participación responsable, en misión compartida.
Pero la sinodalidad en su espíritu, intención y profundidad en las que el Papa la entiende va, a mi entender, más adelante aún. Significa, siguiendo la Constitución pastoral del Concilio Vaticano (nº 1), la solidaridad con toda la familia humana. Quiere avanzar con toda la humanidad para lograr la fraternidad universal (id, 3; enc. Fratelli tutti).
La sinodalidad, en consecuencia, desborda los límites de la Iglesia-institución para hacerse relación con el mundo, “con sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias…sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (Vaticano II, Constitución pastoral, 1): “Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana” (Evangelii gaudium, 169). En esta ‘nueva’ sinodalidad destaca como principio motor, como motivación básica, la compasión. Sin ella no habrá auténtico proceso sinodal. La compasión se convierte entonces en palabra clave en este proyecto y es la que conducirá a un cambio de esta Iglesia, con frecuencia centrada en sí misma.
Pero la compasión se entiende y practica de maneras diversas y hasta opuestas. Indico dos. Hay quienes la ven como sentimiento de lástima, de pena, de conmiseración y la reducen a un simple sentimentalismo inoperante. Esta concepción implica una ideología de superioridad y distancia. Para otra compresión radicalmente distinta, la compasión es un principio humano, una virtud decisiva para ser persona humana. Sin compasión no hay humanidad y la humanización es un proceso de compasión.
En esta línea humanizadora Juan José Tamayo ofrece en su reciente libro un sentido de la compasión cargado de resonancias y significados enlazados desde diversas perspectivas religiosas, históricas, filosóficas, feministas, éticas, místicas. Son diferentes aproximaciones al denso y profundo significado de la compasión.
“El verdadero sentido de la compasión es ponerse en el lugar de las otras y los otros sufrientes en una relación de igualdad y empatía, asumir el dolor de las otras personas como propio, interiorizar a la otra persona dentro de nosotros y nosotras, sufrir no solo con los otros, sino en los otros, hasta identificarse con quien sufre y con sus sufrimientos, cuestión que no resulta fácil pero que es necesaria”.
A mi entender, su trabajo es un auténtica reflexión sinodal para caminar juntos y juntas aportando su razón última que radica precisamente en la compasión. Solo quien ‘com-padece’, ‘sufre con’ la otra persona, camina humanamente junto ella, con toda la creación, porque “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos”, afirma el papa Francisco en la Laudato si’.
En esta compasión se juega el presente y futuro de la humanidad, que o será compasiva o no será humana. Y acabará por autodestruirse. Por tanto, las mismas religiones tendrán razón de ser, si son compasivas, como lo muestran sus orígenes fundadores, según el recorrido que por ellas presenta Tamayo.
En este momento del mundo, en sus contextos, la compasión adquiere hoy una relevancia y significado específicos que Juan José Tamayo subraya en el mismo título de su libro: La compasión en un mundo injusto. Se refiere a la injusticia que abarca dramáticamente a todos los ámbitos de nuestra convivencia y existencia. Este contexto mundial de injusticias se opone frontalmente a la compasión. Vivimos en un mundo sin compasión, fraccionado por las “brechas de la desigualdad”.
Algunas persona sentirán lástima, lamentarán determinadas condiciones de vida de los pobres, de personas emigrantes, desplazadas, hambrientas,marginadas… Incluso aportarán ayudas y apoyarán ONGs. Pero no serán compasivas. La compasión no será su principio básico, sino una simple sentimiento inoperante para tranquilizar sus conciencias y mantener todo como está, en un beneficio excluyente. Por supuesto, en modo alguno, como subraya Tamayo siguiendo a Ellacuria, aceptarán ‘cargar con la realidad’, de la que no se sienten culpables y menos aun ‘tomarán a su cargo’ un hacer real que subvierta el injusto estado de cosas. En lugar de mirar con ‘ojos abiertos’, como pide Johann Baptist Metz, citado por Tamayo, les dirigirán una superficial mirada. Evitarán ahondar sus causas y avanzar subversivamente con “las mujeres olvidadas… por los caminos de la liberación y emancipación”.
Por eso precisamente la reflexión de su libro, comienza desde esa constatación en la que, como ya lo hizo en su anterior trabajo de denuncia, La internacional del odio, se elimina todo atisbo de compasión para llegar a ser incluso en sus formas religiosas neofascismo o ‘cristoneofascismo’.
Desde el punto de vista de la fe cristiana, esa falsa compasión es todo lo contrario del sentido de la encarnación que es la definitiva revelación de la compasión de Dios con la humanidad. Su caminar humano tomando forma de esclavo le llevó a la muerte con los últimos, no como consecuencia de su ‘exceso de compasión’, como afirmaba F. Nietzsche, sino por su total solidaridad con ellos y ellas. Ahí brotó, según la fe cristiana, el ‘principio-esperanza’ liberador para la humanidad, como lo expuso Jon Sobrino.
La ética de la compasión, como ética fundamental, que desarrolla Tamayo, se apoya en importantes reflexiones de filósofos que han hecho de la compasión centro de sus planteamientos: A. Schopenhauer, E. Levinas, J. Butler, J-C. Mèlich aportan, en la síntesis que nos ofrece su libro, reflexiones decisivas e impactantes.
Basta citar, entre otros, al filósofo autor del libro Totalidad e infinito que es, según J. Derridas, “un inmenso tratado de la hospitalidad”, de bondad, de amistad, en definitiva de caminar juntos buscando y realizando la justicia incluso más allá de imperativos categóricos para acercarnos con ternura, con responsabilidad al otro/a, en un “cara-a-cara”, en relación ética con todas las consecuencias, en auténtico amor. Un amor, como subraya Tamayo siguiendo a J.B. Metz, que se hace políticamente eficaz desde las víctimas.
Este planteamiento y orientación que nos ofrece y desarrolla el libro de Juan José Tamayo es profundamente espiritual. Por eso termina su reflexión con el capítulo dedicado a “una mística de ojos abiertos”. Es la espiritualidad radical que inspira un auténtico amor. Nos lleva a caminar hacia la unidad del género humano en esa común experiencia del Espíritu, en su energía. Nos impulsa a la justicia e igualdad, al respeto de las diferencias, a la relación dialogante y liberadora, a la bondad. “Descubre la única felicidad o bienaventuranza verdadera, la de la paz, la mansedumbre y la compasión con los heridos”, como Jesús de Nazaret, afirma José Arregi.
El proceso sinodal en su Vademecum llama precisamente a mirar más allá de los confines visibles de la Iglesia, a dialogar sin exclusiones, a convencernos de que “Dios habla a menudo a través de aquellos que podemos excluir, desechar o descartar fácilmente “. Como subrayó otro Sínodo anterior (1971), reconocer “las injusticias sin voz que oprimen nuestro mundo…” nos exige ponernos “al servicio de nuestro hermanos para ayudarles a encontrar los caminos para establecer una humanidad más justa”; para, según Fratelli tutti, “avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados”.
Entonces nuestro camino sinodal se ira haciendo ‘camino al andar’ con las personas hambrientas, desnudas, marginadas, oprimidas (Mt 25) en la justicia y solidaridad. Esta sinodalidad compasiva será auténtica conversión y comunión de la Iglesia con el mundo, verdadera participación solidaria en el drama de la humanidad y nos hará fieles al Espíritu que, como a Jesús, nos envía a anunciar la buena nueva a los pobres y liberar a los cautivos (Lc 4,18).