"Ningún otro Papa recordó tanto su condición de obispo" 2 jesuitas: Papa blanco y Papa negro

(Ángel Aznárez, notario)- La Plaza de San Pedro, llena y contenta, no dejaba de cantar y de bailar; esperaba un Papa Scola o un Papa Scherer, con mucha imagen, buena planta y recursos para hacer llorar emocionados a muchos. Todo estaba dispuesto, risas y lágrimas, como en la noche que Karol Wojtyla (octubre de 1978), desde el gran balcón de la Basílica, enamoró a la multitud con su física y química.

El cardenal protodiácono, gran diplomático y de Burdeos, con mucha dificultad por el desgraciado Parkinson, anunció el magnum Gaudium, que muy pocos entendieron, y nada entendieron al saber que el nuevo Papa se llamaría Franciscum. Total, que, como los reunidos in Piazza son gente buena, del desconcierto pasaron al silencio, y la plaza se hizo silencio. Minutos después apareció el nuevo Papa, Bergolio, con sotana blanca, con un sencillo pectoral, sin oros ni piedras preciosas -que tanto gustaban a mi bendito Benedicto- y sin muceta colorida de finos hilos.

Y las rarezas continuaron: cuando dijo sapete (un sapete que sonó italo-argentino) que deber de Cónclave es designar al Obispo de Roma; cuando recordó al Obispo emérito (Benedicto XVI) por el que rezó un Padre Nuestro y una Ave María; cuando pidió comunión entre la comunidad diocesana de Roma y su Obispo; y cuando antes de dar su primera bendición pidió al pueblo que rezara por el Obispo -él, se inclinó delante del pueblo y ambos rezaron-.

Y la rareza viene por el hecho de repetir, repetir lo de Obispo y no pronunciar la palabra Papa. Nunca desde el balcón de la Basílica, en día tan destacado, un Papa recordó tanto su condición nuclear de Obispo. Esto es algo esencial desde el punto de vista pastoral y eclesiológico, que, sin duda, va a marcar su Pontificado, pudiendo estar en ello las claves de su Pontificado y siendo ésa la respuesta del Colegio Cardenalicio a los escándalos que motivaron la renuncia de Benedicto. Es que el susto con la renuncia debió ser morrocotudo.

Surgen las preguntas: ¿Cómo es posible que quien recibió muchos votos en el anterior Cónclave, en el presente haya pasado tan desapercibido? ¿Cómo es posible que los cardenales electores lo tuvieran tan claro y saliera destacado en los primeros escrutinios? ¿Tanto y tan bien discernieron y rezaron los cardenales o el Espíritu Santo, en esta ocasión, fue muy contundente? Desde luego a los cardenales del presente Cónclave no hay que hacerles reproches por indiscretos.

Hay una cosa que si me gustaría saber: ¿Cuántas veces el ahora Papa se reunió secretamente en los pasados con Bergolio, ya Francisco (no y nunca Francisco I)? ¿Será Papa Francisco el políglota, el decidido, el enérgico, que tantos cardenales pedían? ¿Su nacionalidad argentina, asunto importante, podrá tener riesgos?

Y resulta que un jesuita es el Papa Francisco; él, el Papa blanco, y otro jesuita es el Papa negro: P. Nicolás, hispanos-parlantes. Y un Jesuita, que en la línea actual de muchos jesuitas, es como franciscano mendicante de San Francisco cerca de las fronteras. O sea, S.J. por una parte y de las Órdenes terceras por otra; todos con los pobres, dialogantes expertos con el Islam, ecologistas, de piedad simple y de simplicidad que no simpleza.

En la homilía de la Misa Pro eligendo Pontífice, anteayer, 12 de Marzo, el Decano Sodano advirtió con palabras de Jesús: "Dar la vida por los propios amigos y ofrecerla es fundamental en el Buen Pastor". Esas palabras tan fúnebres, aunque evangélicas, vistos los antecedentes y precedentes, me asustaron. Pienso en todo ello, ahora que miro al nuevo e inesperado Papa, deseándole larga vida y, como los franciscanos, PAZ Y BIEN.

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