Una lectura filipina de 'Ladate Deum' Adorar sólo al Dios vivo y verdadero
Como su antecesor, Laudate Deum es una llamada a la solidaridad, a la responsabilidad compartida. Dicha llamada supone la superación de todas las formas del egoísmo e individualismo
Yo nunca había visto un documento papal tan concreto en los datos que aporta, en las reflexiones de sus hermanos en el episcopado más cercanos a los hechos
En Filipinas, como en otras partes del mundo, hay hombres, gobernantes que se creen dioses por lo cual se convierten en el peor peligro para sí mismos y para sus conciudadanos. A la luz de ello, en el fondo, Laudate Deum es una llamada a la adoración del Dios vivo y verdadero y no a estos falsos dioses, muchas veces colocados o entronizados por nosotros mismos en los pináculos del poder
En Filipinas, como en otras partes del mundo, hay hombres, gobernantes que se creen dioses por lo cual se convierten en el peor peligro para sí mismos y para sus conciudadanos. A la luz de ello, en el fondo, Laudate Deum es una llamada a la adoración del Dios vivo y verdadero y no a estos falsos dioses, muchas veces colocados o entronizados por nosotros mismos en los pináculos del poder
| Macario Ofilada Mina
El 04.10.2023, memorial del Poverello de Asís, se publicó la secuela o la continuación de Laudate Sii, a las puertas de un Sínodo muy significativo y que merece un comentario aparte. Más bien creo que Laudate Deum junto, con su ‘antecesor’, forman un díptico franciscano, centrado en la creación. Ahora el título se centra en el Creador, pero el discurso se decanta por lo antropológico y dentro de este sendero por lo ético. Comienza con una doxología teológica y termina con ella.
Otra vez más el tema ecológico. Particularmente, el cambio climático global. El Papa quiere hablar a los hombres y mujeres de este, mejor dicho, nuestro ‘sufrido planeta’. De entrada, ya habla de la responsabilidad colectiva partiendo de la belleza de lo creado que supera incluso el esplendor del legendario rey Salomón. Y Dios cuida de su creación, de cada uno de sus componentes, nos recuerda Francisco, citando a Lucas 12, 16 (1). Es esta la lección teológica principal de esta exhortación que no aspira a construir en sí una teología ecológica. Pero, por el hecho de su aparición, esta exhortación es una llamada a los que tengan competencia a emprender este camino de reflexión.
Yo nunca había visto un documento papal tan concreto en los datos que aporta, en las reflexiones de sus hermanos en el episcopado más cercanos a los hechos. Hasta el número 18, habla el Papa de hechos ya constatados, cosas que ya saben todos. Lo más llamativo es que todos estos datos, que son un llamamiento en sí para un mayor cuidado del planeta, ahora pasen a formar parte del magisterio ordinario de la Iglesia. Una pena que todos hayamos tomado a la ligera todo esto en el nombre del progreso, por lo que el Papa ha pedido una mayor responsabilidad (18), dado que está en cuestión nuestra herencia para el futuro. Por lo pronto, esta exhortación es una llamada a una mayor concienciación acerca de esta responsabilidad.
La gran lección de la pandemia del covid-19, que es ‘la estrecha relación de la vida humana con la de otros seres vivientes y con el medio ambiente… lo que ocurre en cualquier lugar del mundo tiene repercusiones en todo el planeta’ (19), debe despertarnos de nuestro letargo colectivo e indiferencia generalizada. De esta gran lección, el Papa recalca dos convicciones fundamentales, a saber: ‘todo está conectado’ y ‘nadie se salva solo’ (Ibid.) Como su antecesor, Laudate Deum es una llamada a la solidaridad, a la responsabilidad compartida. Dicha llamada supone la superación de todas las formas del egoísmo e individualismo.
Los pobres, los más vulnerables
Los que más sufren por todos estos pecados ecológicos, frutos del egoísmo e individualismo, son precisamente los pobres, los más vulnerables en el sentido económico y que en Filipinas y en todo el mundo forman la gran mayoría. A estos, por tener muchos hijos, se les tacha de los culpables por todos estos problemas (9). Y a estos, dadas las circunstancias, se les puede denominar ‘la masa pasiva y silenciosa’.
Este egoísmo se está viviendo en Filipinas de manera intensa, sobre todo a nivel institucional. La pandemia vivida en Filipinas es un botón de muestra de la corrupción y las medidas opresivas tomadas por el régimen dutertiano y que ha desembocado en secuelas desastrosas, sobre todo de tipo económico. Y ahora, con este nuevo régimen, que lleva ya más de un año al frente del gobierno, que se preocupa más de fondos confidenciales inexplicables y persecución de críticos del gobierno (iniciada por el anterior régimen), con el incremento vertiginoso de la deuda exterior, en vez de centrarse el mencionado régimen las necesidades básicas como el control de los precios de los comestibles en un país pobre y asolado ahora por El Niño. Por este fenómeno desconcertante, ahora Filipinas está pasando por una época no solo caracterizada por la sequía extendida sino también por supertifones con los acompañantes destrozos en la agricultura y en la infraestructura, así como la pérdida de numerosas vidas.
La vida en Filipinas se caracteriza por una palabra: la precariedad. Esta se ha acrecentado de manera dramática por el cambio climático global. Tampoco ha de olvidarse la historia sangrienta de esta tierra, la única cristiana en Asia, que se ha convertido en campos de exterminio en tiempos recientes. Recuérdense el holocausto de la Ley Marcial de los años setenta y ochenta que es una cultura de violencia que ha continuado a través de diversos regímenes y que tienen sus muestras más recientes en la guerra contra las drogas de Duterte y de la continuación de esta ola de violencia en contra de los indefensos en el régimen actual.
El problema prevalente en Filipinas, en medio de toda esta precariedad arraigada en la pobreza económica de longue durée, se debe a los intereses egoístas que el Papa acertadamente ha denominado un ‘paradigma tecnocrático (que) se retroalimenta monstruosamente’ (21). El resultado —y ahora el Papa pone el dedo en la llaga— consiste en ‘acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio. Todo lo que existe deja de ser un don que se agradece, se valora y se cuida, y se convierte en un esclavo, en víctima de cualquier capricho de la mente humana y sus capacidades’ (22). Se han visto todas las consecuencias de dicho paradigma no solo en los efectos del cambio climático en el país, sino también en el incremento de la contaminación medioambiental experimentada por todo el país. Las riadas en las estaciones húmedas de los monzones proverbiales de estos pagos nos devuelven todos los deshechos eliminados de manera irresponsable.
La esclavitud de toda una nación
Este régimen actual, como su antecesor inmediato, vive del poder no para servir sino para abusar, es decir, vive por el poder en sí mismo, mas sin el crecimiento tecnológico de que el Papa habla (que es más propio del primer mundo) sino más bien con un crecimiento de deshumanización caracterizada por la centralización del poder, de todas las facilidades (ya que la tecnología en el fondo es facilitación) por intereses propios, por reclamar, reivindicar ante todo el puesto perdido por el régimen actual años atrás por medios extraordinarios cuyo resultado en la esclavitud de toda la nación y de todos sus recursos. En otras palabras, los intereses del régimen son propios y no los de sus conciudadanos.
Todo esto es el resultado de la pérdida lamentable, empezando en estas clases políticas y elitistas, de la noción metafísica del don de la creación de la cual los hombres somos cuidadores y no dueños. Al respecto prestemos atención a estas palabras de antología del Sumo Pontífice: ‘todo lo que existe deja de ser un don que se agradece, se valora y se cuida, y se convierte en un esclavo, en víctima de cualquier capricho de la mente humana y sus capacidades’ (Ibid).
"Nosotros mismos nos arrastramos hacia el abismo y con nosotros arrastramos también a nuestro hogar común, a nuestro planeta, que debería ser nuestro legado a las generaciones venideras"
Hombres, como nosotros, con motivaciones no del todo honestas, se constituyen para los hombres, para los más débiles de esta tierra filipina que necesitan un mayor cuidado, una gobernanza benévola sobre todo en estos tiempos precarios, en nuestros peores enemigos. Homo hominis lupus, como nos recuerda el proverbio latino. Nosotros mismos nos arrastramos hacia el abismo y con nosotros arrastramos también a nuestro hogar común, a nuestro planeta, que debería ser nuestro legado a las generaciones venideras. En efecto, todos los consabidos problemas, algunos de los cuales el Papa subraya en esta exhortación apostólica, tienen su raíz en los intereses egocéntricos de muchos hasta legitimar un régimen que ha olvidado que los hombres mutuamente nos condicionamos no solo los unos a los otros sino que también condicionamos a la naturaleza, a nuestra tierra, a nuestro hogar común.
Claramente lo que se necesita es repensar el poder (24-28) con su correspondiente aguijón ético (29-33). Superando los formalismos heredados de la tradición kantiana, la exhortación apostólica fenomenológicamente propone datos, filones, análisis, perspectivas históricas, contenido material que no agotan su temática central, sino que nos invitan a pensar más y a repensar hasta lograr trazar y forjar, sobre todo por el consenso y el diálogo, caminos concretos.
Se debatirán tanto la presentación de los datos como los análisis alegados. Seguramente este documento provocará discusiones y discrepancias. Pero no cabe duda que el mérito principal de Laudate Deum es el camino espiritual que propone sobre todo al final y que puede resumirse con esta advertencia lapidaria que tiene el sabor vetusto de una cautela o un dictamen de los maestros clásicos de la espiritualidad: ‘un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo’ (73).
"En Filipinas, como en otras partes del mundo, hay hombres, gobernantes que se creen dioses por lo cual se convierten en el peor peligro para sí mismos y para sus conciudadanos. A la luz de ello, en el fondo, Laudate Deum es una llamada a la adoración del Dios vivo y verdadero y no a estos falsos dioses"
En Filipinas, como en otras partes del mundo, hay hombres, gobernantes que se creen dioses por lo cual se convierten en el peor peligro para sí mismos y para sus conciudadanos. A la luz de ello, en el fondo, Laudate Deum es una llamada a la adoración del Dios vivo y verdadero y no a estos falsos dioses, muchas veces colocados o entronizados por nosotros mismos en los pináculos del poder y a quienes hemos constituido en los agentes vicarios de nuestro propio egoísmo, en nuestros propios castigadores y en los destrozadores de nuestra tierra común. Este morbo tan patológico de elegir a los peores dirigentes refleja la mentalidad colectiva que no sabe eliminar correctamente los deshechos políticos y éticos lo cual tiene su dramatización visible en la devolución mencionada durante las riadas causadas por los monzones de los deshechos materiales eliminados incorrectamente. Este retorcimiento parece insuperable, pues refleja la falta de educación y concienciación ética a nivel colectivo. Nuestra historia es incomparable testigo de esta triste realidad. Efectivamente, es el trastorno nacional; el malestar del pueblo que se deja arrastrar por las corrientes de personalismos rimbombantes, con su retórica vacía y aduladora, en vez de dejarse guiar por criterios racionales que suelen ser sobrios y discretos. Constituye esta la lección vital que los filipinos todavía no hemos aprendido. Es, sin lugar a dudas, la gran asignatura nacional que para nosotros filipinos, grandes amantes de los espectáculos y de las exhibiciones, sigue siendo pendiente.
El primer paso para que Filipinas salga de este atolladero consiste en escarmentar, de una vez por todas, a la hora de elegir a sus gobernantes. De ahí se puede trazar el camino concreto de la conversión de nuestra actitud colectiva dañina que puede resumirse en los siguientes términos: en el fondo queremos ser dioses egoístas y caprichosos y queremos tenerlo, acapararlo todo y no dar, ser dones a los demás, sobre todo a los más necesitados. Solo la adoración del Dios vivo y verdadero nos puede enseñar el camino de la salida. Ya en tiempos antiguos, el vínculo de la política o la gestión de la ciudad con la buena religión o camino de la religación hacia lo trascendente estaba patente. Lo que pasa es que se ha optado muchas veces por el camino equivocado de la religación, esto es, se ha optado por sendas desacertadas que han confundido la transcendencia que es gracia, don y gratuidad, por el esplendor de las riquezas inmanentes que se identifican con el ensanchamiento mundanal de egos temporales y lábiles.
La necesaria conversión a nivel colectivo (que necesariamente supone el nivel individual), conforme al espíritu de Laudate Deum, halla su raíz en este reto: el de aprender a adorar solo al Dios vivo y verdadero que solo desea nuestro bien y que todos seamos buenos dones a los demás. En otras palabras, todos debemos saber quién es el Dios vivo y verdadero para no confundirlo con los ídolos que las circunstancias y los hombres proponen en las pasarelas culturales de la historia. Ir en contra de esto significa sufrir y hacer sufrir a los demás, sobre todo a los más vulnerables, todas las consecuencias nefastas ecológicas y económicas cuyo núcleo es el egoísmo, aquel ‘paradigma tecnocrático’ denominado por el papa, cuya única finalidad es destrozar y no construir. Solo entonces, en medio de nuestra conversión cuyo resplandor consiste en vernos a todos mutuamente como hermanos, con el empeño común de mejorar la situación en nuestro país y en nuestro mundo, empezando con la elección de dirigentes cabales para crear ámbitos propicios y ampliados para colaboraciones beneficiosas, todos podríamos gritar al unísono la gran doxología: Laudate Deum!
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