"El profesor fue uno de los principales renovadores de la historia religiosa española" En memoria de Feliciano Montero, "maestro y puente"
(Joseba Louzao Villar, Centro Universitario Cardenal Cisneros, Universidad de Alcalá de Henares).- El historiador Feliciano Montero falleció la tarde del pasado 19 de diciembre en Madrid. Hacía poco más de unas semanas que se le había rendido un homenaje en la UNED en relación a un libro de reciente publicación en honor a su rica trayectoria académica, 'De la Historia Eclesiástica a la Historia Religiosa. Estudios en homenaje al profesor Feliciano Montero García'.
Como el título de esta obra deja entrever, el profesor Montero fue uno de los principales renovadores de la historia religiosa española. Su magisterio es un legado en el que se reconocen decenas de contemporaneístas de nuestro país. Aunque haciendo gala de su característica humildad, nada impostada, siempre quiso desahacerse del apelativo de maestro. Lo fue sin ningún lugar a dudas porque tantos díscipulos no pueden estar equivocados.
Varias generaciones de historiadores han reconocido en sus numerosos trabajos una influencia y un estímulo directo. No se pueden consignar aquí todos los proyectos que puso en marcha, los encuentros académicos que organizó y las tesis doctorales que dirigió o ayudó a mejorar considerablemente. Porque Feliciano Montero era un maestro sencillo y abierto.
Una de sus últimas aventuras fue la puesta en marcha de la Asociación Española de Historia Religiosa Contemporánea (AEHRC)de la que fue su primer presidente. Su capacidad de acogida y su facilidad de generar espacios de debate franco son sobradamente conocidos entre los que le conocieron. No era extraño que en torno a su figura se encontrasen personas de diversas tendencias, intereses y personalidades.

Feliciano Montero nació en Guijo de Granadilla (Cáceres) en 1948. Su formación académica se desarrolló en Salamanca. En esta ciudad castellana se licenció en Filosofía y Letras y, desde 1972, fue becario predoctoral en aquella universidad. Como miembro de la Juventud Estudiante Católica (JEC), en un contexto de crisis de la Acción Católica especializada que tan bien estudió décadas después él mismo, su vivencia eclesial se centró en la experiencia específica de una comunidad cristiana basada en el modelo "ver-juzgar-actuar".
En aquellos años universitarios, marcados historiográficamente por un marxismo difuso y la escuela annalista, asistió a las clases de profesores como Miguel Artola, que fueron fundamentales a su hora de decantarse por la historia. Eran tiempos en los que las inquietudes historiográficas se unían a las políticas.
Poco después se mudó a Madrid para trabajar en un centro de Enseñanza Media, pero acabó formando parte de la generación que puso en marcha la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Tras doctorarse con la tesis "Reformismo conservador y catolicismo social en la España de la Restauración, 1890-1900" (dirigida por María Dolores Gómez Molleda), consiguió la titularidad en la UNED, donde también se ocupó de poner en marcha su Programa de Doctorado en Historia Contemporánea.
En paralelo a este estudio sobre la cultura política conservadora en relación a la cuestión social, Feliciano Montero analizó la recepción de la encíclica Rerum Novarum de León XIII en nuestro país. Su fruto fue un libro que continúa siendo una referencia inexcusable para los interesados en este tiempo El primer catolicismo social y la Rerum Novarum en España.

Poco a poco fueron llegando diversos proyectos de investigación en los que se concentraba en el análisis de la Iglesia y del catolicismo español. Eran trabajos inspirados en los estudios innovadores que se estaban haciendo en Francia e Italia. Se trataba de utilizar aquellos esquemas y conceptos para interpretar el caso español. De entre todos estas innovaciones, el profesor Montero fue el introductor del concepto "Movimiento Católico" y su capacidad explicativa para España. En los noventa publicó un pequeño libro que pretendía ser una síntesis apretada de lo que sabíamos entonces. Hace menos de dos años, tuvimos la suerte de poder releerlo en la edición actualizada y ampliada que se publicó con el título El Movimiento Católico en España (Universidad de Alcalá de Henares).
En 1995, consiguió la cátedra de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá de Henares, con un ejercicio de oposición sobre la crisis de la Acción Católica en los años sesenta. Ya en Alcalá creó, dinamizó y dirigió un grupo de investigación, "Catolicismo y laicismo en la España del siglo XX", con el que anualmente reunió a los más importantes investigadores de la historia religiosa a nivel nacional e internacional. Se trataba de estudiar conjunta y recíprocamente los dos polos del conflicto, que definidos en positivo podríamos resumir como el movimiento católico (recristianizador) y el secularizador.
Todas las publicaciones que impulsó desde entonces han permitido normalizar la historia religiosa española y enriquecer debates académicos y públicos de forma respetuosa y plural. Todo ello se sintetizó en un Encuentro Internacional sobre la Historia Religiosa en la España Contemporánea, que se ha convertido en un gigantesco estado de la cuestión sobre este ámbito historiográfico. Y, aunque el propio Feliciano no lo aceptaría, en una prueba de su importancia de su legado intelectual y personal.
Dos anécdotas que nos permiten ilustrar todo esto. En las últimas semanas, a pesar de su debilidad, intermedió para que los archivos de la Acción Católica (hoy en la Universidad Pontificia Salamanca) pudieran ser accesibles en un plazo de tiempo breve y terminó de mejorar considerablemente el manuscrito de un libro colectivo de próxima publicación sobre la Asamblea Conjunta de Obispos-sacerdotes de 1971, un hito de nuestro pasado eclesial española que consideraba debía ser más estudiado.
Fue un lector inteligente y atento. Una persona que siempre tuvo una palabra de aliento para cualquier investigador (senior o novel tanto da). Como he dicho al inicio, no le gustaba la palabra maestro. "Creo que solo he sido coordinador, estimulador, animador. Un puente a veces", dijo en varias ocasiones. Pero lo fue en letras mayúsculas. Porque, ante todo, fue una buena persona. Tenía razón al hablar de sí mismo como un puente. Lo fue: robusto, cercano y acogedor.