Con la “canonización” de los “curas villeros” empezó también el proceso de “domesticación” de Carlos Mugica Un paralelo indeseado: Mugica (+1974) y Romero (+1980)
"El arzobispo fue sistemáticamente maltratado por los estamentos oficiales de la Iglesia, incluido el Papa Juan Pablo II"
"Mugica también fue negado e invisibilizado. En las misas que anualmente se celebraban con motivo de su asesinato, ¡nunca! participó un obispo, salvo con motivo de los 10 años en la que participó Jaime De Nevares"
La “experta en domesticar” logró (en algunas partes) que Romero no sea Romero; que Mugica no sea Mugica, que no molesten, que nos dejen en paz para seguir con nuestros ritos, nuestros ornamentos y, sobre todo, nuestro “statu quo”
La “experta en domesticar” logró (en algunas partes) que Romero no sea Romero; que Mugica no sea Mugica, que no molesten, que nos dejen en paz para seguir con nuestros ritos, nuestros ornamentos y, sobre todo, nuestro “statu quo”
Ya hemos señalado, en otra ocasión, que hay algunos mártires que son asesinados “en la ruta”, como es el caso de Angelelli, de Lucho Espinal, de Rutilio Grande, y otros que son matados “en el altar”, como es el caso de Carlos Mugica y Oscar Romero. No hace falta destacar que esos momentos son los escogidos por los asesinos, no por los asesinados, pero algo nos dicen ambos a nivel simbólico.
Señalemos, sin embargo, que esto no debe exagerarse: no significa que Angelelli, Rutilio o Lucho descuidaran “el altar”, ni que Mugica o Romero le escaparan a “la calle”. Ambos grupos – por mártires – son una palabra de Dios para el ministerio en América Latina, y ambos – ¡juntos! – nos hablan.
Pero hay otros elementos que quisiera señalar que tienen – creo – en común Mugica y Romero.
El arzobispo fue sistemáticamente maltratado por los estamentos oficiales de la Iglesia: el nuncio Gerada, muchos de sus “hermanos obispos”, la presencia “todopoderosa” de Alfonso López Trujillo, el enviado (“interventor”) Antonio Quarraccino y el mismo Juan Pablo II no hicieron sino cuestionar, criticar, atentar contra todo lo que Romero hacía o significaba. ¡Pero Romero fue asesinado!, y, entonces, algo cambió… “– ¡Romero es nuestro!” bramó en El Salvador el papa polaco que hasta ayer lo negaba (y ofendía). Es que ahora, muerto, parecía que ya no molestaría…
Claro que, aun muerto, siguió inquietando, desafiando, incomodando, y – entonces – toda mención a su persona fue invisibilizada, o negada (la mención a Romero del cardenal Van Thuan en el retiro de fin de milenio en la curia vaticana desapareció en la publicación de los textos). Y recién cuando se lo empezó a “domesticar” negando aspectos de su vida y su palabra, simulando otros, manipulando también, ahí sí se pudo avanzar en la beatificación. Ahora sí Romero “era nuestro” … el que hasta ayer era “de ellos”. Y Romero fue beatificado con el hijo de D’Abbuison en el altar (y Bukele) y canonizado en Roma en una solemne misa en latín. Ahora se podía presentar a “ese” Romero para que fuera amable y tiernamente recibido (domesticado).
Carlos Mugica, el mismo que temía “que el arzobispo me eche de la Iglesia”, el que cuando fue asesinado el mismo arzobispo le dijo al P. Héctor Botán, delegado para el “equipo pastoral de villas de emergencia” (así se llamaba entonces, no “curas villeros”): “– ¡Ahora no me va a negar que Mugica era montonero!” (sic). Mugica también fue negado e invisibilizado. En las misas que anualmente se celebraban con motivo de su asesinato, ¡nunca! participó un obispo, salvo con motivo de los 10 años en la que participó Jaime De Nevares.
Una vez el obispo le dijo a Carlos: “– Padre, ¿por qué habla tanto de los pobres si acá no hay pobres?” a lo que él le respondió: “– Tiene razón, monseñor, acá, en la curia, no hay pobres”. Precisamente creo que allí empezó la distancia. Los pobres lo eran. Y no fue extraño que en las misas que año a año se celebraban en San Francisco Solano fuera evidente la ausencia de curas de la arquidiócesis de Buenos Aires con la excepción de aquellos que elegían compartir su suerte “con los pobres de la tierra”.
Pero algunas cosas cambiaron en la arquidiócesis: el nuevo arzobispo empezó a acompañar la pastoral en las villas (ahora se hablaba de “curas villeros”, a partir del libro de Jorge Vernazza); algunos obispos – particularmente auxiliares – empezaron a aparecer en las misas del 11 de mayo, e incluso el mismo cardenal Jorge Bergoglio celebró tanto la misa con motivo de los 25 años del martirio como la que se realizó cuando se trasladaron los restos mortales del cementerio a la villa 31 (ambos en 1999), aunque en una y otra eligió no predicar (en la primera lo hizo Guillermo Rodríguez Melgarejo, lamentablemente, y en la segunda, fue Héctor Botán).
Con la “canonización” de los “curas villeros” empezó también el proceso de “domesticación” de Carlos Mugica. “Mugica es nuestro”, parecía decirse ahora. Del “Mugica montonero” del arzobispo Aramburu al “Mugica sacerdote” de García Cuerva pasaron muchos años, mucha agua bajo el puente… Ahora Carlos puede ser domesticado.
La imagen de Oscar Romero cuando su beatificación mostraba un arzobispo solo (sin gente), bendiciendo episcopalmente. Ya no estaba con los pobres (que quedaron a cientos de metros de distancia del altar). La Santa Madre lo había recuperado, el “sentir con la Iglesia” ya no era sentir lo que sienten los pobres, sentir lo que sienten los torturados, los desaparecidos, sentir lo que sienten las víctimas, sino sentir desde lo alto…
La Imagen de “Mugica sacerdote”, revestido o rezando solo, listo para (o durante) la misa, también sin gente, sin sus “hermanos villeros”, sin los desalojados, sin los que se enfrentaban a los Torino o al Sheraton, también desde lo “alto” (altar). La “experta en domesticar” logró (en algunas partes) que Romero no sea Romero; que Mugica no sea Mugica, que no molesten, que nos dejen en paz para seguir con nuestros ritos, nuestros ornamentos y, sobre todo, nuestro “statu quo”.
«Frente a las consecuencias de este sistema el sacerdote no puede no hablar. No puede no actuar, si quiere seguir siendo sacerdote de Jesucristo y no sacerdote del statu quo» (Carlos Mugica).
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