"Dios, a ambos, les dio un gran corazón" Dos gigantes que se suceden en el carisma salesiano: Francisco de Sales y Juan Bosco
"Francisco de Sales y Don Bosco tenían el mismo don: madres llenas de fe"
"Tanto Francisco de Sales como Don Bosco hacen de la vida de cada día expresión del amor de Dios, que es recibido y también correspondido"
"Encontramos pensamientos ‘salesianos’ que vienen del mismo corazón de Francisco y que Juan hizo suyos en la vida con sus jóvenes"
"Don Bosco supo traducir, como ningún otro, la fuerza espiritual de Francisco de Sales en la cotidianeidad de la educación y evangelización de sus muchachos pobres"
"Encontramos pensamientos ‘salesianos’ que vienen del mismo corazón de Francisco y que Juan hizo suyos en la vida con sus jóvenes"
"Don Bosco supo traducir, como ningún otro, la fuerza espiritual de Francisco de Sales en la cotidianeidad de la educación y evangelización de sus muchachos pobres"
| Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos
En este mes de enero se cumplirán 400 años de la muerte de un gran santo, genial, único en sus tiempos. Se trata de San Francisco de Sales, de quienes los salesianos de Don Bosco llevamos su nombre. Un día Don Bosco dijo a un grupo de muchachos que habían crecido a su lado: “Nos llamaremos Salesianos. Y así comenzó esta fascinante ‘aventura en el Espíritu’ que daría lugar al gran árbol que hoy es la Familia Salesiana de Don Bosco, que hunde sus raíces y bebe cotidianamente de esta espiritualidad salesiana, es decir, la espiritualidad de Francisco de Sales leída y practicada con la sensibilidad de otro gigante, como ha sido Don Bosco.
Es por eso que hablo de dos gigantes que se suceden en el carisma salesiano, porque ambos son un gran don en la Iglesia, y porque Don Bosco supo traducir, como ningún otro, la fuerza espiritual de Francisco de Sales en la cotidianeidad de la educación y evangelización de sus muchachos pobres y, por ende, toda su familia salesiana sigue teniendo este deber en la Iglesia y el mundo de hoy.
Similitudes gigantes
Podemos decir que, simbólicamente, Francisco de Sales y Juan Bosco (Don Bosco), tienen mucho en común, ya desde la cuna.
Francisco de Sales y Don Bosco tenían el mismo don: madres llenas de fe. La madre del primero, Françoise de Boisy, era jovencísima cuando esperaba su primer hijo. En Annecy, frente a la Sábana Santa, emocionada, hizo una promesa: ese niño debía pertenecer a Jesús para siempre. En el caso de Don Bosco, Mamá Margarita le dirá a su hijo un día: “Cuando viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen”. Frente a la misma Sábana Santa, Don Bosco también se arrodilló en Turín. Las madres cristianas generan santos. En un castillo, como Francisco, o en una casa de campo destartalada, como Juan.
Dios, a ambos, les dio un gran corazón. Francisco estudió en París y Padua, en las universidades más prestigiosas del momento. Juan estudió a la luz de las velas en el nicho de una taberna. Pero el Espíritu no se detiene ante las dificultades humanas. Los dos estaban destinados a “encontrarse”.
San Francisco de Sales es una de las figuras de la historia que, con el paso del tiempo, han crecido en relevancia y significatividad, debido a la fecunda expansión de sus intuiciones, experiencias y convicciones espirituales. Después de 400 años no deja de ser fascinante su propuesta de vida cristiana, su método de acompañamiento espiritual y, su visión humanista de la relación del ser humano con Dios. Y Don Bosco, como ningún otro, supo interpretarlo.
Pensamientos ‘salesianos’
A lo largo de este año serán varios los acontecimientos en los que podremos acercanos a la figura de San Francisco de Sales y, a su lado en el espíritu salesiano con la mística de Valdocco, a Don Bosco.
Me gustaría hacer una invitación a todos los amigos del carisma de Don Bosco a saborear esa frescura humana y espiritual que atraviesa la espiritualidad salesiana que viene desde Francisco de Sales a Don Bosco. Encontramos pensamientos ‘salesianos’ que vienen del mismo corazón de Francisco y que Juan hizo suyos en la vida con sus jóvenes. He aquí algunos:
Dios, en su gracia, no actúa nunca sin nuestro consentimiento. Actúa con fuerza, pero no para obligar o constreñir, sino para atraer el corazón, no para violentar, sino para enamorar a nuestra libertad.
Dios, como le gustaba decir a Francisco de Sales, nos atrae hacia Él con su bondadosa iniciativa, a veces como una vocación o llamada, otras veces como la voz de un amigo, como una inspiración o una invitación y otras como una “prevención” porque se anticipa siempre.
Tanto Francisco de Sales como Don Bosco hacen de la vida de cada día expresión del amor de Dios, que es recibido y también correspondido. Nuestros santos han querido acercar la relación con Dios a la vida y la vida a la relación con Dios. Se trata de la propuesta de “la santidad de la puerta de al lado” o “la clase media de la santidad” de la que con tanto afecto nos habla el Papa Francisco.
Dios no nos ama porque seamos buenos, sino porque Él es bueno.
A hacer la voluntad de Dios no se llega por sentimientos de “indignidad”, sino por la esperanza en la misericordia y en la bondad de Dios. Este es el optimismo salesiano.
La convicción de que el amor de Dios no se basa en sentirse bien, sino en hacer la voluntad de Dios Padre, es el eje de la espiritualidad de Francisco de Sales y debe ser la guía para toda la familia de Don Bosco.
Hacer todo por amor, nada por temor, porque es la misericordia de Dios y no los propios méritos la que nos mueve a amar.
Tal y como quería Don Bosco: ¡Que el amor a Cristo nos lleve al amor a los jóvenes!, característica salesiana de nuestra vida y permanente desafío para la Familia de Don Bosco hoy y siempre.
La caridad es la medida de nuestra oración, porque nuestro amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo.
En esto consiste la “oración de la vida”: en realizar todas las actividades en el amor y por el amor de Dios, de tal modo que toda la vida se convierta en una oración continua.
Conviene encontrar momentos para retirarnos al propio corazón, apartados del ajetreo y el activismo, y conversar de corazón a corazón con Dios.
En Ella (María) comprobamos lo que Dios está dispuesto a hacer con su amor, cuando encuentra corazones disponibles como el de María. Vaciándose de sí misma, recibe la plenitud de Dios.
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