"Hasta siempre hermano y amigo, hasta el cielo papa Francisco" Se fue yendo a la cárcel en su último Jueves Santo

"Se nos fue el papa Francisco, el hermano de todos y cada uno de nosotros, especialmente de sus presos y sus pobres, y se fue como quiso estar siempre: al servicio"
"Este nuestro papa que hasta el final de sus días, hasta sus últimas horas quiso gastar sus energías, en la gente y con la gente"
"Se fue yendo a la cárcel en su último jueves santo, no podía despedirse de este mundo sin estar con presos, no pudo esta vez lavarles los pies, pero quiso compartir con ellos"
"Gracias por existir y por contar conmigo. Seguirás en mi corazón y en el de cada uno de los presos de Navalcarnero, hasta siempre hermano y amigo, hasta el cielo papa Francisco"
"Se fue yendo a la cárcel en su último jueves santo, no podía despedirse de este mundo sin estar con presos, no pudo esta vez lavarles los pies, pero quiso compartir con ellos"
"Gracias por existir y por contar conmigo. Seguirás en mi corazón y en el de cada uno de los presos de Navalcarnero, hasta siempre hermano y amigo, hasta el cielo papa Francisco"
| Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero
Hace una semana apenas, el pasado viernes santo, no podíamos imaginar lo que sucedió apenas tres días después: que nuestro hermano el papa Francisco, el papa de abajo, el papa de la cercanía, de la humanidad, de la misericordia, de la acogida y por tanto, del Evangelio, se nos iba a marchar. No podíamos imaginarlo porque, al menos aparentemente, iba remontando su infección y parecía que aún íbamos a poder disfrutar de él.
Ese mismo día, recibí un correo de su secretario personal, diciéndome que el papa había recibido mi última carta, del martes santo, y que me daba las gracias por preocuparme por él, por rezar por él y me deseaba una feliz pascua; y al tiempo, desde la humildad que siempre le ha caracterizado, me decía que esperaba entendiera que no podía escribirme él, y me pedía perdón por no poder hacerlo. Como en tantas ocasiones, al leer el correo se me cayeron las lágrimas, por su trato tan especialmente humano para conmigo y por su humildad evangélica: el papa Francisco, probablemente la persona con más poder del mundo, me pedía perdón a mí, a un simple cura de barrio y capellán de la cárcel de Navalcarnero.

TODOS, TODOS, TODOS
Pero este era Francisco, este era nuestro papa, este era el hombre que durante 12 años no es que dirigiera nuestra Iglesia católica, sino que estuvo al servicio de ella, como el buen pastor. Este, nuestro papa, que siempre nos pedía que rezáramos por él, y que siempre terminaba sus cartas diciendo: “Que Jesús te acompañe y la Virgen Santa te cuide”. Este nuestro papa que hasta el final de sus días, hasta sus últimas horas quiso gastar sus energías, en la gente y con la gente. Este papa que manifestaba su fuerza desde la debilidad de su enfermedad, este papa que no solo no se creía que tuviera poder, sino que ejercía su poder con ese gesto que tanto le gustaba: lavar los pies a todos, especialmente a los presos de las cárceles.
Este papa que en definitiva nos hizo amar a lo único que merece la pena amar en este mundo y en esta vida desde Dios: al ser humano, al “descartado”, como decía él, al pobre, al que no cuenta, al inmigrante, al que muere en el mediterráneo. Un papa que precisamente porque era humano era un gran cristiano que había entendido que la única manera de seguir al maestro de Nazaret era hacer lo que Él hizo: partirse y repartirse por los demás, hacerse pan para que todos pudiéramos comer. Eso sí, todos, porque como también decía siempre: “En la iglesia cabemos TODOS, TODOS, TODOS”.
Se nos fue el papa Francisco, el hermano de todos y cada uno de nosotros, especialmente de sus presos y sus pobres, y se fue como quiso estar siempre: al servicio. En su último jueves santo no podía perderse el estar con los presos, a los que siempre llamaba “los preferidos de Jesús”, a los que siempre me decía que cuidara, que estuviera cerca de ellos, que les transmitiera todo el cariño que él les daba. Se fue yendo a la cárcel en su último jueves santo, no podía despedirse de otra manera. Para él los importantes no eran los jefes, los ministros, para él los importantes eran los de abajo. Su último jueves santo quiso celebrarlo como el maestro de Nazaret, en la cárcel romana, casi sin fuerzas, desde la debilidad, pero desde la fortaleza que ellos le daban. Siempre me dijo “diles que Dios perdona todo, que lo importante es que nosotros seamos capaces de pedir perdón”. “Diles que son los preferidos, porque ya lo dice Jesús, estuve en la cárcel y me visitasteis, porque si no vamos a la cárcel de eso sí vamos a ser juzgados”.
No se nos va a juzgar, me decía, de ritos, de formas, de cómo vamos vestidos, de si estamos divorciados, o si somos gays o lesbianas, se nos va a juzgar de la relación con los hermanos más necesitados, y entre ellos están especialmente los privados de libertad. Se nos va a juzgar de las veces que no hemos sido samaritanos de los demás, de las veces que no hemos estado cerca de los más descartados y caídos. De eso sí se nos va a pedir cuentas.
Cuando escribo estas palabras, y entre lágrimas parece que le estoy escuchando, parece que estoy escuchando cómo de manera sencilla él me hizo de nuevo recuperar mi amor a la Iglesia de Jesús, una Iglesia de los pobres y para los pobres. Es lo que parece le dijo el cardenal Suenes nada más ser elegido, al oído, “no te olvides de los pobres”, y no solo no se olvidó de ellos, sino que les hizo ser el centro de la Iglesia y de su vida.
Humildad evangélica
Recuerdo que la primera vez que lo visité, ya al final de la visita, le dije si podía grabarle un video; enseguida me preguntó para quién era y al decirle que para los presos, sin dudar me dijo “claro que sí, ahora mismo”. Y mientras se ponía “los cacharros de papa”, como me dijo, para que los “maestros de la ley” anti evangélicos no le criticaran me preguntó: “Oye, pero ¿qué les digo yo a los presos?” y al escuchar aquellas palabras me quedé sin respiración, sin saber que decir, incluso ahora al recordarlo de nuevo entre lágrimas de emoción, me parece estremecedor. Parece estoy viendo su mirada, su rostro de humildad, de cariño y de aprecio a mí y a los chicos. Y yo, desconcertado por este gesto, le dije; “Pero cómo me pregunta usted a mí eso, usted es el papa y sabe más que ello”. Y con una voz entrañable y tierna me dijo: “No te confundas, no es así, tú sabes más que yo de ellos porque los ves todos los días”. Jamás creo que olvidaré aquello, porque a mí nadie, considerado importante de la iglesia, me había preguntado nada. En mis 35 años de cura nadie de arriba me había hablado así, porque siempre “los de arriba” saben más, si no todo casi todo. Y me he tenido que encontrar con el que está arriba del todo para que me pregunte, desde esa humildad evangélica, algo, reconociendo que yo puedo saber más que él. Este es el papa Francisco.
Y claro en ese clima de fraternidad y de humildad tan cariñosa, yo empecé a decirle “bueno pues se me ocurre que puede darles su apoyo, que puede decirles que Dios les quiere…”. Luego me reía casi de mi atrevimiento, cuando lo recordada, porque estaba yo “dando clases al papa”; pero Francisco te daba tal confianza que te hacia comportarse así, sin tapujos, en una relación de tú a tú. Cuando terminó de ponerse el solideo y el fajín, me volvió a preguntar, “Tú cómo te diriges a ellos, como les llamas”. Yo les suelo llamar chavales o chicos, no porque sean jóvenes, sino porque bueno me parece cariñoso. Y cuando empezó a hablarles él dijo “Queridos hermanos”.
Y todo lo que después habló fue una catequesis perfecta sobre el perdón y la misericordia de Dios, sobre la acogida y el Dios del amor que perdona y quiere a todos y a todas por ser sus hijos y sus hijas. Y lo habló por supuesto desde dentro, desde sus “entrañas de misericordia”, como las entrañas del maestro de Nazaret. Cada vez que lo veo y lo recuerdo, me vienen a la memoria las palabras de algunos “maestros de la ley” condenando en nombre de Dios, como en el evangelio, y diciendo que “antes de comulgar hay que estar en gracia de Dios para poder hacerlo”. Esos maestros de la ley que aunque lleven muchos vestidos litúrgicos y cumplan todos los requisitos de las leyes, que aunque hagan a pie juntillas todas las oraciones del misal, en el fondo no celebran la Eucaristía de aquella última cena, porque ellos siguen considerándose “los buenos”, “los sin pecado”, “los sin mancha”. A ellos les contaría una vez más Jesús la parábola del hijo pródigo o les diría lo que dijo a Simón el fariseo, cuando le critica que atiende a la mujer pecadora. Les diría que no han entendido nada, que precisamente porque se creen buenos no entienden al Jesús del Evangelio. “¿Cómo que no pueden comulgar si no están en gracia de Dios?”, “¿Acaso Judas, el traidor, estaba en esa supuesta gracia a la que se refieren?, y sin embargo el Jesús del evangelio cenó con él hasta última hora”, decía el papa Francisco.
Nos queda su vida gastada como la de Jesús. Sus bromas, su cercanía y su estar al pie de los crucificados
El papa del Evangelio, el papa de la humanidad, el papa de la misericordia, se nos ha ido, pero nos quedan mucho más que sus gestos, nos queda su vida gastada como la de Jesús. Nos quedan sus bromas, su cercanía y su estar al pie de los crucificados.
Por eso no se trata de un papa “abierto” o “progre”, como ahora desde algunos sectores se está diciendo. Se trata de un papa humano que ha descubierto el rostro de Jesús en los más machacados de nuestro mundo, un papa que ha descubierto el rostro humano de Jesús en los más pobres de la tierra. Pero es cierto que para seguir siendo humano, a pesar de todo el poder Vaticano, hay que ser muy íntegro, y para eso no vale todo el mundo.

Es difícil estar en el Vaticano doce años y no creerse que eres el importante, el salvador, el bueno. Es difícil estar en el Vaticano y luego preguntarle a un capellán de una cárcel qué dice a los presos. Hace falta una “pasta“, muy especial, una “pasta muy evangélica”, que pocos como Francisco han tenido en la historia de la Iglesia, y desde luego, yo en mi corta historia no he conocido a nadie así. No es cuestión de ideologías, no se trata de ser comunista o de derechas, no se trata ni siquiera de formular dogmas de fe, porque el único dogma de fe es la pregunta que ya aparece en el génesis, ¿dónde está tu hermano? Y que el evangelio, en el capítulo 25 de san Mateo, reformula, “tuve hambre, tuve sed, estuve en la cárcel y enfermo, y me asististeis.
El próximo papa por eso debería de ser no abierto, no progre, no comunista o carca, debería de ser evangélico, humano y no creerse Dios, ni el importante, creerse que está el servicio. Y para eso despojarse de todo el poder y de toda la grandeza que el Vaticano tiene, un poder que no es solo la riqueza material. Y debería seguir siendo íntegro, como Francisco, aunque estuviera en el Vaticano. Debería vivir en la casa modesta, no en un palacio, y debería sobre todo saber que quien salva es solo Dios, y que El es “solo el bueno”.
En una carta que dirigió a los presos de Navalcarnero, en Febrero del año pasado, como respuesta a otra que ellos les escribieron les decía: “Les cuento una cosas: cada vez que entro en una cárcel me digo a mí mismo: '¿por qué ellos sí y yo no?'. Y lo repito en mi interior. Sobre todo cuando los jueves santos voy allí a lavar los pies a los internos”. Francisco reconocía su debilidad y su humildad le hacía por eso mirar al Dios del Evangelio; reconocer que él solo no podía le hacía volver su vista y su corazón al evangelio, no para leerlo solo, sino para hacerlo vida en su entrega y preocupación por los más necesitados.
"Todos nos necesitamos"
Le dije que si podía ir con los chavales a visitarle y enseguida me dijo que sí, que lo organizara para ir. Y tras muchos esfuerzos, lo conseguimos, fuimos hace casi un año a visitarlo, presos de navalcarnero, familias de los presos y voluntarios. Fue un encuentro fraterno, y evangélico, donde como siempre perdimos la conciencia de que estábamos con el papa Francisco, porque él tenía una especial capacidad para que así nos sintiéramos. Sin protocolos, sin reverencias, sino con abrazos, con risas y con mucho “olor a oveja y a evangelio”.
Fue un encuentro que nunca olvidaremos, “sin reloj” como siempre que, sin ritos , sino desde dentro, y en todo momento nos decía que miráramos para adelante “porque lo importante no es caer, sino no permanecer caído”, que nos decía con la letra de una canción alpina. Y en ese mismo encuentro, buscó a uno de los presos para que le ayudase a levantarse porque después de tres horas estaba un poco entumecido. ¿Hay algo más evangélico que un preso ayudando a levantarse a un preso? Uno de los “malos” levantando al papa, como cuando Jesús se acerca a cualquiera las personas pecadoras del evangelio; el papa no rechistó, solo le pidió que le ayudara, porque como dijo después “todos nos necesitamos”. Y ese gesto arrancó probablemente las lágrimas más maravillosas y redentoras de aquel muchacho, lágrimas como las de Pedro tras la negación, lágrimas de amor y de vida. El papa hizo que aquel muchacho desde su amor y su acogida pudiera llorar su pecado, como hizo el mismo Jesús con Pedro.

Romero y Bergoglio, Bergoglio y Romero
Es curioso que un hombre que ha tenido todo el poder del mundo, que ha tenido durante 38 días al mundo a sus pies, durante su internamiento en el Gemelli, cuando sale al balcón por primera vez, lo primero que hace no es dar gracias a los grandes, sino a aquella mujer que durante esos días, día tras día, le ha llevado flores, y lo ha hecho de manera callada y silenciosa. El papa, el Dios del mundo, dando las gracias a aquella mujer, mientras otros en nombre de Dios niegan la comunión a los pobres, porque ellos se creen superiores. Habría que preguntarse quién es el pecador, o el traidor, quién está realmente en gracia de Dios.
Y por eso al lado de Francisco y junto a él, me parece estar viendo a Monseñor Romero, el obispo asesinado en El Salvador mientras celebraba la Eucaristía. El que era voz de los sin voz, ha estado y está junto al papa Francisco. Me imagino cómo habrá sido su encuentro en el cielo, como se habrán abrazado juntos y cómo les habrá abrazado el buen Dios. El obispo martirizado, junto al papa acogedor y misericordioso para el que los pobres eran los primeros. Cuanto habría dado por ser testigo de ese encuentro. Ahora ya ambos nos cuidan y nos protegen. Francisco canonizó al obispo asesinado, y ahora él se encuentra por fin a su lado. Recuerdo que en una de mis visitas le regalé una estola blanca bordada por campesinas en El Salvador que me hicieron cuando estuve allí, y al recibirla me dijo: “era un hombre de Dios, que captó profundamente el mensaje del Evangelio”. Y luego me llevó ante la reliquia de Monseñor Romero que tenía en el vestíbulo de su casa de Santa Marta: un trozo de la sotana, llena de sangre, del día que fue asesinado.
Romero y Bergoglio, Bergoglio y Romero, ambos unidos para siempre con el mismo vínculo que les unió en esta vida: el amor al Evangelio y a los pobres. El papa Francisco y Monseñor Romero dándose la mano eternamente y rezando por todos nosotros.
Se fue yendo a la cárcel en su último jueves santo, no podía despedirse de este mundo sin estar con presos, no pudo esta vez lavarles los pies, pero quiso compartir con ellos. En la sala de estar, al lado de su despacho, una sala pequeña, donde recibía a sus amigos, tiene los pies de un preso, que le hizo uno de los primeros presos a los que lavo los pies en la cárcel, en su primer año como papa, como me confesó, “son mi mejor reliquia, mi mejor tesoro”, me dijo, cuando me los enseñó, y allí los tiene al lado del sillón donde compartimos juntos parte de nuestra vida.
Gracias Francisco, gracias hermano y amigo, gracias por tu vida, gracias por haberme acogido como acogiste desde el principio, gracias por darme tu confianza, gracias por creer en el Dios de Jesús que está en el evangelio. Gracias por creer en lo que hago cada día y en los presos, gracias por apoyar lo que vivimos y hacemos en la cárcel de Navalcarnero. Estarás para siempre en mi corazón, y ahora te digo lo que me decías tú a mí siempre, reza por mí, no me dejes, ayúdame a seguir cuidando a los presos como siempre me decías, ayúdame a estar cerca de ellos y de sus familias, ayúdame a descubrir que yo no soy el importante por mucho que haga por ellos , sino solo Dios. Ayúdame a no dejar a nadie de lado, ayúdame a hacer de la famosa M-30 de Navalcarnero un lugar de vida, que esa M-30 pueda ser un espacio de resurrección y de esperanza en cada abrazo que nos demos, en cada lágrima que derramemos y en cada sonrisa que tengamos, los chavales y yo. Y como terminabas tus cartas, así también me lo aplico yo ahora: “que Jesús me bendiga y la Virgen Santa me cuide”, y que tú, definitivamente vivo junto al Dios de la vida, sigas acompañando siempre mi vida como cura en la cárcel, haciendo de esa vida una entrega especial y profunda a cada uno de los presos, a quien cuidaré en tu nombre. Gracias por existir y por contar conmigo. Seguirás en mi corazón y en el de cada uno de los presos de Navalcarnero, hasta siempre hermano y amigo, hasta el cielo papa Francisco.
Navalcarnero 25 de Abril de 2025

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