Felices quienes no sólo contemplan en los momentos de gozo, sino también en los de oscuridad.
Felices quienes no confunden la contemplación con éxtasis ni raptos místicos, pues no los valoraron positivamente ni siquiera los que gozaron de ellos.
Felices quienes descubren que contemplar es mantener una mirada que va más allá de lo que ven, que es transparente ante las cosas, las personas, las situaciones, ante todo lo que les rodea.
Felices a quienes el trabajo por construir un mundo nuevo, por crear una sociedad más fraterna y justa, no les priva de la contemplación, sino que les sumerge más profundamente en ella.
Felices quienes contemplan por igual el hermoso curso de un río, que el dolor de un enfermo grave; la belleza de un atardecer sobre el mar, que las muertes prematuras por hambre o por violencia.
Felices quienes no han nacido contemplativos, quienes descubren en lo más profundo de su espíritu que la contemplación que les surge les hace más humanos y más libres.
Felices quienes sufren hasta las lágrimas cuando contemplan el dolor, el sufrimiento, la injusticia, la violencia, el hambre y la guerra, y les brota natural el compromiso por los más débiles.
Felices quienes contemplan sin pensar que contemplan, quienes no se sienten superiores por vivir contemplativamente, quienes contemplan al mirar, al respirar, al abrazar.