Que ni el estrés ni la impaciencia me impidan en el naciente año
atender a quien desconsolado se cruce en mi sendero,
regalar abrazos para cicatrizar la amargura del desengaño,
bailar dichoso cuando esté a solas o con mi amigo verdadero,
disculpar las palabras punzantes, homicidas,
no tener miedo de pedir ayuda cuando la necesite,
construir puentes sobre los distanciados ríos de la vida
y brindar mi mano a quien me lo pida e invite,
saber decir no a lo que ya no me llegue el pellejo,
y comprometerme a encender nuevas estrellas,
para que brille la solidaridad como un espejo,
la ternura, el brillo especial de la mirada y su centella.
Comunicar lo que sienta que me emociona en mi interior,
no permitir que se me corrompa dentro lo que me ha dañado.
no dormirme sin disculpar el agravio recibido y su dolor,
ni dejar de pedir perdón por la herida que he causado.
Y siempre, siempre, que de mi espíritu agradecido
brote la dulce melodía del gozo, la satisfacción
por tanto cariño donado, por tanto amor recibido,
porque solo así rebosa de abundancia el corazón.
Me dejaré siempre en la copa un último sorbo de vino
para brindar por lo que me fascine en cada momento,
ese instante bañado por el sabor inefable, divino
de la sorpresa, la intimidad y el estremecimiento.