Hay algunas huellas de la felicidad
a las que no las puede sepultar
ni la deshumanización de la miseria.

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Y se fue en compañía de su dicha
para no sentirse solo
en medio de las multitudes de la ciudad.

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La aceptación del propio cuerpo
es un camino luminoso
hacia la libertad y el gozo.

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La planta de la cotidiana rutina
puede vivificarse e iluminarse
si la abonamos con detalles,
si la regamos con sorpresas,
si la cuidamos con caricias.

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Lo efímero, por definición, no permanece.
Pero parece que la necesidad de lo efímero
se haya convertido en nuestra única forma
de bienestar y plenitud humana.

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Y decidió que a partir de ese momento
su única preocupación sería, sencillamente,
el placer de vivir, de coexistir.
La gran aventura de Ser.
Cada día como si fuera toda su vida.

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Cuando sus manos y su corazón
quedaron libres pudo exclamar:
“Al fin soy yo”.
Y se transformó en nieve,
colibrí, abrazo, mar…

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Tantas veces deseamos
poder vivir otra vida
que nos olvidamos de vivir
nuestra propia vida.