El entusiasmo
debemos alimentarlo y cuidarlo.
Reconociendo con humildad
que nos ha llegado
como un sorprendente e inesperado don.
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Cuidar siendo compañía,
abrazo, lumbre,
a quien está herido
por la ausencia, la desilusión.
Por la noche de la soledumbre.
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Es necesario mirar con atención.
Pero también es importante
dejar que también nos miren,
para recobrar el color, el sabor, el calor.
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Los manantiales de la sensibilidad,
la atención y el cuidado
desembocan en el ancho río
de la bondad del corazón.
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Hay que buscar siempre,
para no quedarnos paralizados, satisfechos.
Pero también hay que saber cómo, dónde
y por qué caminos hacerlo.
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De lo que no sabemos,
lo que únicamente vislumbramos o intuimos,
es mejor, la mayoría de las veces,
mantener un humilde silencio.