Llegó abatido,
con los ojos húmedos,
y se acomodó a su lado.
Ella le tomó las manos
y le dijo en un susurro:
“No permitas que la tristeza
te arrastre al desconsuelo.
Ahora estamos juntos.
Este instante será eterno
si permanece en tu corazón.
No volveremos a vernos
a no ser que me olvides.
Tú formas parte de mi existencia
y yo de la tuya.
Ya nada podrá separarnos.
Aunque la presencia sea imprescindible
para la ternura de una mirada
o el calor de un abrazo,
la memoria viva impedirá que te hunda
la dolorosa ausencia.
Acuérdate siempre de estas palabras
y, sobre todo, no dejes que te abandone
la maravilla del asombro.
Eso es lo que te permitirá contemplar
y saborear en tu día a día
el milagro de la vida”.