Palabras que no llega a pronunciarlas,
nombres de la familia que confunde,
calles cercanas que desconoce,
el camino a casa, sin una mano cercana,
se transforma en laberinto.
Y le invade el miedo,
y surge el reproche indebido,
el rechazo violento,
el golpe instintivo,
la íntima soledad masticada en silencio.
Siente el desconsuelo a su alrededor,
el agotamiento, el mal humor,
las lágrimas de impotencia.
También el bálsamo de la ternura
y las estimulantes caricias de compasión.
Un nuevo día.
Un día más.
Con los recuerdos ahogados
en el océano del olvido.
- Cuando pase esta noche
seguro que estaré bien.
- Seguro, mamá, cuando pase la noche
volveremos a estar bien.
Y el beso de despedida evoca
y revive, hasta que la vence el sueño,
los ecos, sabores y olores del ayer.