Estad siempre alegres
Cuando voy andando por la calle y miro a las modelos de los anuncios, observo que casi ninguna sonríe. Las miradas son frías, sumisas o desafiantes, según lo que la publicidad pretenda vendernos. Pero la alegría está ausente de sus rostros. Y no alcanzo a entender cuál es el sentido de esta estrategia publicitaria.
Este es un síntoma más de cómo vivimos cotidianamente en nuestras sociedades «avanzadas y civilizadas». Las crisis permanentes que sufrimos no hacen más que incrementar el sentimiento de pesar, al comprobar que no hay salida ni futuro para millones de personas, en especial para las más vulnerables.
Siempre que salen reportajes de televisión en los que nos muestran la situación de los países empobrecidos, a cooperantes que intentan transformar esa realidad, o si hemos tenido la suerte de visitar alguno de estos lugares, hay algo que nos asombra y sobrecoge, contemplando las condiciones en las que viven: los ojos de los niños y las niñas, muchas veces, se muestran vivaces, chispeantes, acogedores, y una sonrisa recorre su rostro transformándolo. Esto no quiere decir que estén felices ni contentos por vivir en la miseria, intentando sobrevivir cada día, sin más futuro que el día de hoy. Pero hay… un algo más que a nosotros nos falta.
La situación de nuestro país, y la de muchos de nuestro entorno, está a años luz de la que se vive en la mayoría de los estados más pobres y explotados de África, Asia o Latinoamérica. Incluso con los inhumanos recortes que han practicado los gobiernos neoliberales de turno, haciéndonos volver a experimentar realidades que no contemplábamos desde hace muchos años.
La alegría no viene de la mano de los bienes que poseemos o por tener asegurado el futuro, aunque para vivir gozosamente necesitemos de unos bienes imprescindibles, de unos servicios esenciales de educación, casa, trabajo y sanidad, de una vida con un mínimo de dignidad y seguridad.
Pero la alegría profunda, la que nos hace dichosos, la que nos invita a gozar de la existencia con una sonrisa en los labios, nace de algo más profundo, que radica en nuestro interior. Aceptándose a sí mismo como uno es, admitiendo cómo son los demás, gozando de las sorpresas que se nos regalan cada día, admirándonos ante lo inesperado que nos aguarda a la vuelta de la esquina, disfrutando de la vida en familia o con los amigos, estando satisfechos con lo que tenemos, sin pretender vivir por encima de nuestras posibilidades, o pasando por encima de quien sea para conseguir un mejor puesto de trabajo, comprometiéndonos por sembrar a nuestro alrededor semillas de solidaridad, entendimiento, armonía, diálogo, tolerancia, respeto, felicidad…
Una persona alegre, que regala una sonrisa a cualquier persona que encuentra en su camino, renueva y hace respirable, acogedor, el ambiente en el que se mueve. Necesitamos, en estos momentos de tanta desesperación, tristeza y desencanto, recuperar el don de la alegría, del gozo de sentirse querido, y repartiendo a la vez cariño a nuestro alrededor.
La dicha interior va ligada también al sentido del humor. Debemos reírnos mucho más de lo que lo hacemos habitualmente. Algo muy aconsejable para el bienestar personal es reírse de uno mismo. Y de algunas de las circunstancias que nos rodean. Un humor, una alegría, que no significa evasión del sufrimiento y de los problemas, sino un recurso imprescindible para mirar de otra manera los acontecimientos diarios, una ayuda vital para no caer en la desilusión.
«Felices quienes sueñan, e intentan hacer realidad sus sueños, y en ese esfuerzo, sea positivo o no, experimentan la dulzura de haber sembrado estrellas de alegría».
(Espiritualidad para tiempos de crisis, coed. Desclée y Religión Digital)