Sobre Manuel de Castro: Premio, Persona y Personaje

El pasado jueves, 18 de febrero, el ya ex-secretario general de la FERE, Manuel de Castro, ingresaba en la Orden de Alfonso X el Sabio, distinción honorífica importante concedida por el Consejo de Ministros. Acerca de dicho premio, en diversos medios de información educativa y religiosa se han hecho semblanzas y juicios sobre el personaje, es decir: sobre Manuel de Castro durante sus ocho años en el cargo mencionado.

Soy de los que piensan que su labor ha sido muy buena y ejemplar en fondo y forma; pero comprendo perfectamente a los que desde determinadas concepciones ideológicas disienten de mi juicio y son críticos con la gestión. Están en su derecho. ¿Y qué gestión, en la sociedad o en la Iglesia, contenta al 100% de personas? No es mi intención, pues, hablar hoy sobre el personaje, sino sobre la persona. Porque creo que muchos juzgan a una persona, sin haber tratado nunca con ella, sólo por algunos retazos que perciben en el personaje. Pasa en el caso de Manuel de Castro, y en otros muchos.

Y quiero hablar sobre la persona porque conozco a Manolo desde que yo tenía 14 años. Y ahora que el personaje abandona los focos del escenario, me parece de justicia decir la verdad, mi verdad, sobre la persona.

En mi vida he encontrado muy pocos educadores, salesianos y sacerdotes tan íntegros y entregados como él. Recuerdo a aquel joven sacerdote que consiguió, trabajando en equipo con un grupo de salesianos extraordinarios, un clima formativo alegre y lleno de contenido espiritual en el entonces seminario salesiano de Arévalo (1974-1980). Nos dio clases de diversas asignaturas (en mi caso, Lengua, Historia, Educación Física y Religión), nos enseñaba música y deportes y animaba un montón de actividades. En aquel internado había un clima muy parecido al del primer Oratorio de Don Bosco. Y nos marcó para bien y para siempre a todos los salesianos que entonces comenzamos a formarnos y enamorarnos de Don Bosco y de la vocación salesiana. La misma sensación fue dejando luego como director de varios colegios salesianos: Béjar, Domingo Savio en Madrid, Atocha, o como Delegado de Pastoral Juvenil de la Inspectoría (o provincia) de Madrid.

Volví a coincidir y compartir vida comunitaria con él en los Salesianos de Atocha (1991-1997). Me llamó mucho la atención que, dirigiendo aquel Colegio enorme y complejo, tuviera humor y ganas para acompañarnos durante unos días en los campamentos de verano: a dormir en saco y en el suelo, privándose de parte del merecido descanso veraniego. Disfrutaba especialmente acompañando espiritualmente grupos de jóvenes universitarios de entre 20 y 25 años. Aún durante estos años de trabajo en FERE, algunos de esos grupos han seguido y siguen reuniéndose con él. Sabía dejar aparcado el personaje y entraba en acción la persona. Es decir, el sacerdote salesiano que gozaba iluminando el camino cristiano de aquellos jóvenes. Cuánta alegría cuando algunos les pedían que les casara. O cuando alguno de aquellos grupos del Centro Juvenil Atocha se hizo salesiano y ha llegado a ordenarse sacerdote: hace dos años uno, este año otro, en un par de años le tocará a un tercero.

Manuel de Castro es una persona sencilla y humilde. Los que le conocemos y le hemos tratado durante años sabemos que no le gusta que se hable de él. Espero que no le molesten estas líneas, pero me he sentido obligado a escribirlas para decir que, para mí, la principal distinción u orden honorífica (premio) que ya tiene es la satisfacción por la vida cristiana, sacerdotal y salesiana coherente. Todo lo demás se lo lleva el viento. Doy fe de que es mucho mejor la persona que el personaje. Ojalá pudieran decir lo mismo algunos que han descalificado a la persona sin conocerla. Algunos de estos que “atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas” (Mateo 23, 4).

A veces, en estos años, he oído y leído extrañas comparaciones con San Juan Bosco. También a propósito del premio de marras y de quién lo ha concedido… A lo mejor viene bien recordar una historia no tan conocida, fuera de ambientes salesianos, sobre el santo turinés. A lo largo de su vida, Don Bosco convivió con diversos obispos y arzobispos en Turín. Su relación fue extraordinaria con Mons. Fransoni (1832-1862), el arzobispo que le ordenó y apoyó en los años de fundación de su obra. Lo mismo se puede decir del Cardenal Alimonda (1883-1891), que coincide con los últimos años de vida de Don Bosco. Pero “en medio”, entre 1871 y 1883, hubo un arzobispo, Mons. Gastaldi, que prácticamente hizo la vida imposible a Don Bosco en los años decisivos de consolidación de su fundación. Este prelado, cuya honradez de conciencia no podemos poner en duda, desconfió de la obra de Don Bosco, y le prohibió tanto confesar en su diócesis como presentar candidatos a la ordenación. ¿Qué hizo Don Bosco, que tanto amaba a la Iglesia y a sus ministros legítimos? Por un lado, obedecerle y exigir a sus salesianos que le respetaran filialmente; pero, a la vez acudió directamente al Papa, que le ayudó a solventar la situación y permitió y apoyó el crecimiento enorme de la Congregación Salesiana por todo el mundo.

Pero hay más: en 1855 Urbano Ratazzi, ministro y declarado anticlerical, hizo aprobar una ley en la cual suprimía 35 órdenes religiosas, cerraba 334 casas religiosas, dispersaba 5.456 sacerdotes y religiosos y los privaba de sus derechos civiles. Lo más sorprendente es que Don Bosco tuvo una relación extraordinaria con el anticlerical Ratazzi, que admiraba su obra en favor de los jóvenes pobres de Turín. De hecho, fue el mismo Ratazzi quien aconsejó a Don Bosco cómo fundar su Congregación de tal manera que no se enfrentara con la legislación civil. Su consejo fue que formara una sociedad clerical, una asociación de ciudadanos libres que en lo religioso dependiera de la Iglesia, y en lo social fueran libres ciudadanos. Por esta razón la Congregación Salesiana ideada por Don Bosco tiene elementos que no entran en conflicto con la sociedad civil, y que serían claves en la expansión del carisma en los cinco continentes y a lo largo de las décadas siguientes. También por ello el nombre oficial de los salesianos es "Sociedad de San Francisco de Sales".

¿Fue Don Bosco un traidor a Mons. Gastaldi y un vendido al anticlerical ministro Ratazzi? No parece creerlo así la Iglesia, puesto que Don Bosco fue canonizado en 1934 y el arzobispo Gastaldi (contra el que desde luego no tenemos nada, pues su actitud, hasta donde sabemos, fue de coherencia con su percepción de la situación) no lo ha sido.

¿Y por qué nos ha venido a la cabeza esta historia? Seguramente, como dijo alguien con ironía cambiando el conocido aviso cinematográfico, porque “cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad”

En resumen, ¡enhorabuena y gracias, Manolo!
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