Mataron a sus padres cuando el futuro presidente de la CEE era solo un niño Don Gabino y la Guerra Civil Española

Don Gabino y la Guerra Civil Española
Don Gabino y la Guerra Civil Española

Don Gabino ha dado un testimonio muy importante de reconciliación y perdón frente a los que vuelven a bordear este precipicio del rencor: "Las trincheras de Dios"

En el camino, la madre de Gabino iba preparando a su marido, que estaba destrozado con el pensamiento de dejar huérfanos a sus hijos. Le decía:“Mira, no vas a querer tú más a tus hijos que Dios"

Unos instantes antes de morir dijo: “Así no vais a ganar la guerra, matando a hombres de bien”.

Al lado había otra fosa con restos de mujeres de izquierdas, a las que había fusilado Líster, por haber tenido un comportamiento desleal a las normas, y sin guardar con ellas ningún procedimiento jurídico

“La Iglesia, lo que más hizo entonces, y que yo recuerdo bien -contra lo que dicen algunos que ¡ya va siendo hora de que la Iglesia pida perdón- era predicar el perdón, que perdonáramos a los que habían asesinado a nuestros padres"

Con motivo de la muerte de don Gabino Díaz Merchán conviene recordar la relación que este gran sacerdote y arzobispo tuvo con la Guerra Civil a partir del fusilamiento  de sus padres, cuando   solo era un niño y sus esfuerzos por la reconciliación entre los españoles. Lo sintetizo en mi última novela histórica, "Las trincheras de Dios" (Cap. 21), a través de la protagonista Mila y Asun, una religiosa amiga.

Asentí y decidimos pasear por el patio del colegio, bajo árboles que empezaba a pintar de oro viejo el primer otoño madrileño.

-Imagínate un niño de diez años en Mora, un pueblo de Toledo. Son los primeros días de la guerra civil. Va con su hermana pequeña y con sus padres por la calle. De repente, un grupo de exaltados de izquierdas les pone a los cuatro, en el punto de mira de sus fusiles. Un niño tan pequeño, cara a cara con la muerte. Gabino cuenta que tuvo la sensación de estar a punto de morir. Afortunadamente otra gente se interpuso y no pasó nada. Lo de su padre ocurrió al mes siguiente, en agosto de 1936.

-¿De dónde has sacado esos datos?

-Sostuve hace tiempo, una conversación con él, que me impresionó mucho. Sobre todo, porque don Gabino ha dado un testimonio muy importante de reconciliación y perdón frente a los que vuelven a bordear este precipicio del rencor. El hecho es que fueron a por su padre, Gabino Díaz Toledo, un pequeño empresario que no era un potentado, ni adinerado, ni político. Era sí miembro del Partido Republicano Democrático por afinidad con Hipólito Jiménez, abogado en Madrid y amigo desde la infancia en Mora. “Lo llevamos al Ayuntamiento”, le dijeron. Pero no era cierto, se lo llevaban a la cárcel. Entonces su mujer, la madre de Gabino, entendió lo que le pasaba y le dijo a su marido: “Si mueres, yo quiero morir contigo”. “Señora, usted está loca, nadie piensa hacerle nada a su marido”, le respondieron. Ella regresó triste a casa. Al cabo de una hora volvieron por ella. Parecía que todo estaba resuelto, pero Paz, la esposa, encontró a su marido metido en un coche con otro señor, que iba a sufrir lo mismo. La hicieron subir también al auto. A la media hora paró en la carretera entre Mora y Orgaz, cerca del cementerio de este pueblo.

Gabino niño con sus padres
Gabino niño con sus padres

-¿Y los fusilaron?

-Sí, pero lo más impresionante es lo que sabemos por testimonios de los mismos ejecutores. En el camino ella iba preparando a su marido, que estaba destrozado con el pensamiento de dejar huérfanos a sus hijos. Le decía: “Mira, no vas a querer tú más a tus hijos que Dios; Dios proveerá: tienen a sus tíos, a su abuela”. Los llevaron al paredón, mientras la madre del futuro obispo seguía consolando a su marido y rezando con él. Cuando el piquete se disponía a fusilarlos y le vendaron los ojos, ella lo cogió de un brazo y mirando al pelotón gritó “¡Viva Cristo Rey!” Unos instantes antes de morir dijo: “Así no vais a ganar la guerra, matando a hombres de bien”.

-¿Y al niño? ¿Le contaron lo que les había pasado a sus padres?

-No, intentaron engañarlo diciéndole que se habían tenido que escapar a México. Durante mucho tiempo el pobre chaval vivió aferrado a esa idea. A sus padres lo enterraron en una fosa común. Al acabar la guerra los desenterraron. El cuerpo de su padre tardó en aparecer porque estaba en lo más hondo de la fosa. “Pasamos mucha angustia”, me decía don Gabino. Al lado había otra fosa con restos de mujeres de izquierdas, a las que había fusilado Líster, por haber tenido un comportamiento desleal a las normas, y sin guardar con ellas ningún procedimiento jurídico. “Y, bueno, sus familiares y nosotros nos estuvimos consolando mutuamente, aunque unos y otros habían muerto en circunstancias tan distintas”, me dijo el obispo.

-Y el pequeño Gabino, ¿cómo reaccionó? -preguntó Asun muy emocionada.

-Por lo visto el niño se preguntaba con frecuencia: “¿Dios mío, por qué permites esto?” “Mi mente infantil -decía- soñaba con que mis padres no habrían muerto, que habrían escapado a México. Al acabar la guerra yo tenía trece años”. Y añadió: “La Iglesia, lo que más hizo entonces, y que yo recuerdo bien -contra lo que dicen algunos que ¡ya va siendo hora de que la Iglesia pida perdón- era predicar el perdón, que perdonáramos a los que habían asesinado a nuestros padres. Recuerdo que, en abril de 1939, cuando salían de la cárcel de Mora los que habían estado presos con los rojos, hubo conatos de revancha”.

-¿En qué sentido?

-Figúrate: Gabino me ha contado que un grupo se dirigió a la casa del jefe del PC de Mora, Carlos Torres, y al llegar a la casa, algunos empezaron a romper sillas y muebles. La madre, la pobre mujer que no tenía culpa de nada, suplicaba clemencia. Entonces, uno de los presos recién excarcelados se subió a una silla y les dijo que no podían hacer lo que estaban haciendo, que era una venganza y que debían pensar que eran cristianos. Gabino desde aquel momento quedó impresionado y pensó en hacerse sacerdote. Descubrió en 1936 lo que ignoraba: que en la diócesis toledana, de los 600 curas que había, fueron asesinados 300 y el resto habían sido encarcelados. Luego me confesó: “Más tarde, ya siendo seminarista y sacerdote, mi actitud interior, gracias a Dios, evolucionó siempre a favor de la paz social y de la concordia, a no participar en odios ni en venganzas y estar dispuesto a ayudar a todos lo que me necesitaran. Esto es lo que he tratado de vivir siempre como cristiano, sacerdote y obispo”. Y añadió que el perdón es un don de Dios y que le ha salvado, aparte del ejemplo de sus padres.

-¿Y cómo ve la reacción actual de nuestra sociedad frente a la guerra?

-Piensa que la Iglesia trabajó mucho en los primeros años de posguerra y más aún después del Concilio. Pero algunos, cuando ellos hablaban de derechos humanos, los tachaban de filocomunistas. Tarancón y él mismo se esforzaron por contribuir a una transición pacífica y, muerto Franco, dar los pasos para una Constitución, que era un acto de prudencia, concordia y grandeza nacional. Hoy hay mucha gente que no vivió aquella guerra en toda su crudeza y parece estar volviendo a cierta agresividad. “Yo he perdonado a los que mataron a mis padres, no guardo rencor alguno, pero no me considero culpable de aquella situación. Eso tiene que analizarse, y está muy bien que se aclare históricamente, pero no a través de los deseos de los partidos, sino por los historiadores, para que conozcamos en verdad qué pasó realmente en un sitio y en otro, y que lo conozcamos todos con paz y concordia”. Eso me dijo.

-Impresionante testimonio.

-Sí, ¿pero sabes lo que más me impactó de todo lo que dijo? Que lo más importante es la reconciliación. “Porque yo -añadió don Gabino-, por mucho que vocifere, a mis padres nadie me los va a devolver, ni tampoco al que ha perdido a sus seres queridos en el otro bando. Y esto o es una cosa que, o lo reconoces en paz o vives toda tu vida amargado. Por otra parte, a medida que la gente tiene más cultura y se le deja pensar, sin querer influir demasiado en su pensamiento, todos nos vamos haciendo nuestro propio juicio. Y no todos tenemos que pensar igual. En la misma Iglesia hay unos que están más a la izquierda, otros más a la derecha, y tiene que ser así, y no pretender, a través del poder del Estado, de los partidos políticos o de los medios de comunicación poderosos, que todo el mundo piense como los que tienen ese poder. Convertir a la población en masa sin pluralidad es la agresión más peligrosa contra la democracia”.

-Tiene más razón que un santo -dijo Asun- conmovida. ¿Y cuándo tuviste esa entrevista?

-Hace años, cuando empecé a recabar datos para mi tesis.

-Pues, hija, parece dicho justo ahora, que todos quieren explotar la guerra para sus propios intereses políticos.

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