Acerca de la HSSPX, de los que se van de la Iglesia y el obispo Lefebvre. ©
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"Heriré al pastor y se dispersarán los ovejas." (Mt 26, 31)
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De los que se van de la Iglesia.
Opino que las por ahí supuestas tentaciones de sedevacantismo, u otras parecidas, pueden llevar a muchos buenos sacerdotes a una micronesia de iglesias centrífugas, a cuál más perfecta... imagen del fracaso. Fieles sin cobijo canónico, rebaño dubitativo en forzada involución auto protectora. Honrados y bien formados sacerdotes, algunos seudo-ermitaños, otros itinerantes, arropados por grupos mínimos sin relieve ni eco. De ingresos aleatorios; gradualmente desaseados, sin cuido y en dura soledad cuando no auto-excitados en pequeños grupos cada vez más exigentes con San Pedro.
Su catapulta hacia este limbo fue el empecinamiento en que "La Sede está vacante, que no hay papa y, consecuentemente, tampoco Iglesia...” No sé cómo se argumenta esto porque para mí la Iglesia existió siempre en los fieles, aun en sus etapas sin Primado, o papa. “Puesto que el Anticristo se apoderó de la Sede hagámonos francotiradores.” Pues, mírenlo con más cuidado porque con esos arrebatos se suele terminar en una apoteosis de perfeccionismo - soberbia al fin - por el que nunca obedecerán a Roma. Siempre habrá un nuevo escozor de pureza que lo impida.
A esta desgracia se llega por idealismo utópico, por compensaciones psicológicas o por muchas otras causas. La utopía no es otra cosa que la irrealidad, el querer que nuestros deseos imperen sobre las leyes de la naturaleza, o de la historia, o del sentido común. No se llega a la separación total sólo por el deber de denunciar que, digámoslo de paso, es derecho que los papas cuidaron recordar a los fieles.
Este artículo se basa en mi creencia de que, por elemental "principio comercial", las irregularidades de la Iglesia deben denunciarse allí donde la denuncia sea oída por sus causantes y, desde luego, por las autoridades religiosas que deberían avergonzarse de no actuar como tales. O lo más cerca posible. Quiero decir, que lo eficaz es estar donde los enemigos de nuestra religión no quieren ver ni en pintura a un testigo de la Tradición Apostólica; hacerse oír donde no quieren oírnos, visibles para los que prefieren no vernos. Especialmente cerca, al lado de los que manejan el timón de una Iglesia que, por ellos y por sus terquedades aun no explicadas, "hace agua por todas partes". (Card. Joseph Ratzinger)
¡Qué mejor para el progresismo liberal y el humanismo marxista que ver a los católicos - decir católico es decir tradicionalista - encogerse de hombros y "dejarles hacer" y "dejarles pasar"! Regalándoles lo que nos fue encargado guardar. Porque se trata de nuestra casa, de nuestra estirpe, nuestra familia, nuestra cultura, pensamiento y razón de ser. Los que se han apoderado de todo esto, si es que se confirma como parece, deben ser echados fuera, a las tinieblas... "donde es el llanto y el crujir de dientes". (Mt 22, 1-14)
El mejor profesor de Marketing del que yo tengo noticia nos enseña: «Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que todos vean el resplandor.» (Lc 11, 33) Y si para eso no hay más remedio que pisar callos, pues se pisan. Por más incómodo que resulte. No permitamos que la complacencia en vernos buenísimos y obedientísimos nos haga camaradas de nuestros enemigos.
Me dicen que actualmente hay en el mundo cinco papas. Supongo que todos se llamarán, digo, de la "Verdadera Iglesia Catoliquísima"... ¿Sabe alguien quiénes son? ¿Dónde están? ¿Cuántos movimientos sedevacantistas hay y de cuántas clases? ¿Conoce el fiel instruido, no digo el indiferente, qué fue y qué es Sodalitium...? ¿Quiénes los veterocatólicos? La Barca de Pedro sigue siendo la única de salvación y no es inteligente tirarse al mar para criticar sus zozobras desde una balsa de troncos. Porque igual que "fuera de la Barca de Pedro no hay salvación", tampoco huido de ella se puede hacer nada para "salvarla".
No hemos olvidado que el Papa es, o tiene, magisterio próximo infalible. Ahora, bien, tal principio se entiende coherente con la Tradición, que es el magisterio fundamental. Remoto, sí, pero la fuente segura del próximo. Por esta autoridad de "ayer, hoy y siempre", el Papa reinante es el guía de nuestra fe y de nuestras costumbres para las situaciones de tiempo presente. Esa es la razón de su cargo: defender el depósito sobrenatural de la Iglesia a través del tiempo presente, con sus circunstancias y por los caminos idóneos. Sin llamar "estrategia de oportunidad" la de pasarse al enemigo. En fin, son cosas sabidas pero que no estorba repensarlas.
Creo, pues, que el Espíritu Santo en sus ritmos y en su arcano reconducirá a la Iglesia dentro del único cauce posible: siendo fiel a sí misma. El Papado es una monarquía con una fuerza operativa enorme. Conservado este sentido de monarquía, esto es, el de unción divina sobre Pedro y sucesores, no importará haya papas de tan variada índole como pueda ofrecer la condición humana. "-¿Incluso herejes...?" Oiga, pues sí, incluso. Porque ¿podremos destituirlos? No, nadie. "No hay rey que sea traidor ni papa descomulgado". (Jura en Santa Gadea) Por supuesto, sin obedecerles en la herejía. Ciertamente una situación en la que la Iglesia se ha visto bastantes veces, no vengamos a presumir de crisis. Pero un solo papa que sin temor a deudas ni a amenazas coactivas se enfrente a sus deberes, bastará para que nos amanezca el sol espléndido de nuestra gratitud en el Crucificado, Redentor y por ello Señor.
De modo que de las fiebres que pasan por el cuerpo de la Iglesia está el saber que, como el nuestro, ese su cuerpo también tiene un alma indestructible. Alma que es la entidad sobrenatural que la sostiene y la pone a prueba como “yunque que ha roto todos los martillos”. Martillazos que no han parado de repetirse embravecidos durante toda su historia: desde el Sanhedrin y Arrio hasta la hidra del modernismo que nos quiere laminar. Es decir, todos los enemigos y falsos profetas - "teologones" - de que nos previene el Evangelio, prometiendo que los que se mantengan en la fe “esos serán salvos”. (Mt 24, 13)
De modo que, digo yo, si vapuleados por un orgullo descomunal nos empeñásemos en "hacer perfecta" a la Iglesia, según pautas que son imposibles en este mundo, estaríamos poniendo los puntos sobre las íes al mismo Cristo que, muy al contrario, nos quiso y nos favoreció tal como somos. No hagamos exclusiva del Simón galileo su "¡Apártate de mí, que soy hombre pecador!". Y adoptemos todos, desde el Papa hasta el último catecúmeno el "Vade retro, Satanás" que Jesús le dedicó. ¡Ay, Pedro! Amado Pedro, tan de aquí abajo para nuestro consuelo y tan de allá arriba para nuestra esperanza. Todos somos pedros; mejor dicho, para nuestra fortuna, Pedro es tan susceptible como nosotros a los siete pecados capitales. Supongamos la fantasía de que Cristo nos hubiera hecho 'supermanes' ¿no habría sido jugar sucio? Mas Él nos quiso de barro y no de kryptonita. Él nos mandó “estar en el mundo” y no en burbujas de 'buey-solo-que-bien-se-lame¡. Estar en el mundo sin ser del mundo es un reto del que no podemos escaquearnos.
De la FFSPX y Monseñor Lefebvre
Por esto pienso que junto al grave deber de denunciar, tanto como derecho de hijos y herederos, ha de prevalecer el sentido de pertenencia a la Iglesia de Roma, Una, Santa, Católica y de los Apóstoles. Jamás un hijo puede abandonar a su padre aun si éste incumpliera todas sus obligaciones. Es la acertada enseñanza de Mons. Lefebvre. Justo es esto lo que la Iglesia toda debemos agradecer a la FSSPX, pues que nunca le abandonó en el "ahí te pudras". Según yo lo recuerdo Lefebvre no se separó, se enfrentó a quienes dilapidaban el capital de la fe y la honra de nuestra casa. En esto siguió el ejemplo de muchos santos y doctores que le antecedieron en crisis similares. Es lógico que su extraordinaria valentía le atrajera invectivas, como la de que era un soberbio... Yo puedo atestiguar que eso es absolutamente equivocado. Solamente, y basta, era firme en sus criterios, cosa que los adocenados toman por soberbia porque, ellos, ni tienen criterio ni aunque lo tengan es lo suficientemente categórico.
No soy lefebvrista, ni lefebvriano, como tampoco de un 'aquel papa de entonces' ni de ningún carismático fundador. En relación con el Obispo Lefebvre sólo descubrí que "era de los míos", como de tantos miles de católicos. Porque alzaba su voz y enarbolaba la misma bandera que ya ondeaba en mi interior contra los escándalos conciliares y posconciliares. Aparte de que a Mons. Lefebvre me atrevo a adornarle con haber nacido en Tourcoing, antigua Flandes española, y que se destacó defensor del Concilio de Trento, justamente llamado el Concilio Español. Monseñor Lefebvre se me figura tocado por el dedo de Dios, por su voluntad heroica de permanecer en la Iglesia aun con la consagración de obispos sin mandato pontificio, "bajo exigencia de extrema necesidad".
Confío que en pocos lustros la FSSPX será recibida en Roma sin exigirle la aceptación de los tres errores garrafales del CV2º: la colegialidad, o falsa autoridad democrática; la libertad religiosa, o reconocimiento de derechos a todas las religiones, incluso las satánicas, y el falso ecumenismo pretendiendo que aceptar sus herejías y blasfemias sea tomado como regreso a la Roma tradicional. Eso sí que es una regresión pero nunca la vuelta de hijos pródigos contritos y humildes. (Lc 15, 18) Errores hoy redivivos y hasta la "primavera del Concilio Vaticano II" siempre condenados, los cuales ahora se presentan amparados en ese magno sínodo como punto de partida para la reducción de Cristo a su innecesaria o, si acaso, discutible Encarnación como Hijo de Dios. (p. ej.: los actos de Asís y el ecumenismo salvaje de Juan Pablo II).
Pero la Iglesia, que somos todos los bautizados no podemos dejar de confesar, inclusive intuir por facultad natural, que Jesús de Nazaret es la piedra desechada por los arquitectos que resultó ser la piedra angular. Sabemos por la fe en los Apóstoles que habiendo Dios hablado de muchas maneras y a través de otras creencias, finalmente lo hizo por su hijo (Heb 1, 1), el mismo Jesús al que ahora algunos teólogos, descerebrados, nos proponen como otro más entre la multitud. Pero nuestra religión sigue empeñada en que no hay otro nombre bajo el cielo por el cual podamos ser salvos. (Hch 4, 12) Quien niegue, disimule o tergiverse esta confesión, ése es el anticristo... (Mt 24, 24; 1 Jn 2, 22 y 4, 3; Judas 1, 4) Y así fue, es y será aunque figure oficialmente como obispo o como papa. Y la labor de los que así creemos es echar de nuestra casa a todos los que pretendan llevarnos a la apostasía. Cosa que no puede hacerse si dando un portazo nos vamos a vivir debajo de un puente, donde nuestra voz nadie la oiga.