Correo comentado II: Acerca de la Virgen de Guadalupe.

Los comentarios recibidos me dan pie a este artículo que inicio una vez leídas las versiones indigenistas de que la Virgen María se significó a sí misma como "la que aplastó a la serpiente". Por encima de todo subrayo que su aparición a San Juan Diego inició el amanecer de un sol cristiano que ella elevó hasta el cénit con tal efusión de conversiones que ni San Francisco Javier tuvo igual, en número y fortuna.

También ratifico mi último párrafo en cuanto que la tilma, al abrirse, enseñó unas rosas de Castilla que no había en México. Lo cual, unido el acento de un lugar de la Extremadura hispano-lusa, y a la fe católica que la venera como Madre de Dios, creo que desborda tanto su españolidad que poco importa, de verdad, si ahora sus hijos mexicanos la quieren llamar Cuatlatuple o Coatlaxopeuh. Háganlo como quieran que de todos modos de España les llegó el amor por ella.

Sólo pretendí comunicar una anécdota respecto a la musicalidad del habla mexicana y exaltar su día, 12 de diciembre, que considero es, a ambos lados del Atlántico, razonadamente hispanoamericano. Porque, como certifican algunos lectores, en estos últimos doscientos años una campaña constante de adulteración pretende, de la historia real de México, “que una nube de su memoria nos borre” a los españoles. Afán inútil pues que es imposible que de la historia de México se pueda separar a España. Ni de la de toda Hispanoamérica... Mal que contradiga a León XIII. (*)

España es y fue aquellos descubridores, conquistadores y evangelizadores, hombres barbados del oriente que alumbraron, como la Virgen alumbró las almas indígenas, una nueva Cristiandad en compensación incalculablemente crecida de la que el luteranismo desgajó de Roma. De este alumbramiento hay tantas pruebas que es ignominia se pierdan en almacenes de legajos olvidados para que el poder de las “cúpulas oscuras”, el odio, y su hija la mentira, alimenten con detrito la inocencia de las nuevas generaciones.

En su advocación de Guadalupe, la Virgen Madre de Dios fue recurso infalible para grandes soldados y mayores santos en el éxito de sus empresas, militares y de evangelización. Aquí, “postrados ante sus plantas cual lo hiciera el indio Juan Diego allá, le ofrendaron el Nuevo Mundo una selección de personajes que para todo le imploraban ayuda y acierto: el Emperador Carlos I, Hernán Cortés y Francisco Pizarro; el Marqués de Santillana, Lope de Vega, Tirso de Molina, Luis de Góngora, Miguel de Cervantes, el canciller López de Ayala; Cristóbal Colón (3 veces), los reyes Isabel y Fernando (19 veces) y el Cardenal Cisneros. A más de San Juan de Ribera, San Antonio Mª Claret, San Juan de Ávila, San Juan de Dios, Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara y San Vicente Ferrer.

No podía ser de mayor honra para Nueva España esta colección de personajes de un siglo dorado, para los españoles y para la Humanidad que, aún hoy, siglo XXI, ya quisieran contar en su historia otros pueblos y naciones. Excepto para los amigos de Bafumet y enemigos de Cristo, no fue una deshonra la confusión, si la hubo, de las descripciones de San Juan Diego a Fray Juan de Zumárraga, obispo, al que asimismo se le apareció la Virgen y él confundió su nombre como de Guadalupe.

Por cierto, a los arriba citados debemos añadir otros menos relevantes que se dejaron cautivar por la Guadalupana, o por el estudio de las realidades de su tiempo. Así podemos decirlo de Sir Alexander Fleming, cuyo descubrimiento de la penicilina debe mucho al Monasterio de Guadalupe; del actor Sir Alec Guinness, convertido al catolicismo por la Misa antigua. Sir Alec Guinnes visitó España tres veces: dos que recuerde por los rodajes de Doctor Zhivago y La caída del Imperio Romano. También del escritor Somerset Maugham que residió un tiempo en Oropesa (Toledo, España). De todos ellos tengo noticia fidedigna de sus visitas a Guadalupe.

Esto de los nombres indígenas para la Guadalupana se emparenta muy directamente con otros cambios de nombres donde, inclusive, la jerarquía de la Iglesia muestra su carga humana de villanía. Dígase para cuando, sin pudor histórico y mucha servidumbre política, un Papa, León XIII, aceptó la propuesta de Napoleón III para rebautizar Latinoamérica a lo que era sin discusión América Española. Pero no había que llamarla española, eso era inaceptable. Tampoco Hispanoamérica, ni siquiera Iberoamérica sino Latinoamérica; sin más base que la pataleta de los franceses con sus ridículas Antillas y la influencia masónica que ya se había asentado en la Roma de San Pío IX. Sin un mínimo de pudor intelectual, porque, ¿qué mérito de descubrimiento, de conquista o, mucho menos, de evangelización, tenían franceses y holandeses, en Haití o en las Guayanas? O, para preguntarle al papa Pecci rebosantes de razón, ¿qué habría sido de la fe católica sin los privilegios que los virreyes españoles reconocieron a la Iglesia en la protección de sus nuevos hijos, los 'indios' herederos de Isabel?

Cambiar un nombre, una palabra, puede trascender mucho. Por ejemplo, Guadalupe por Coatlaxopeuh, y de ello hay que estar avisado cuando se propone sobre conceptos probados. Como lo es que el Papa, tal vez sin pensarlo (no lo creo), exportó a la población católica de América los principios de la Revolución que Napoleón difundía. El hombre sobre Dios, la cruz y el altar destruidos.

Un simple cambio denominador, Latinoamérica, logró apartar a España, es decir lo que España representaba, de la cultura americana y de la Iglesia. Sospechas abundan de que ser Latinoamérica y no Hispanoamérica dio salvoconducto de misión a las sectas protestantes que hoy envenenan de irenismo a la Roma de San Pedro.

Y nada digamos, porque sería para escribir otra serie de artículos, de la absurda referencia a las crónicas de Bartolomé de las Casas, para quienes toman por ciertas las fantasías de un individuo que trataba con despotismo a sus esclavos indios. Dije esclavos y no sirvientes. Otra tontada es que allí donde el de Las Casas obligaba a los soldados a marcharse - los clérigos tenían de los reyes autoridad - los poblados españoles eran quemados y sus cuerpos comidos.


Ironía de estos tiempos es
que una de las mejores defensas de España no venga de la Iglesia de Roma sino de un reportaje de Canal Historia, (*) que nos rinde al rigor de la verdad. Me refiero a la pureza de un soldado como Bernal Díaz del Castillo en contraste con el "apóstol de escritorio", el de Las Casas, precursor de todos los liberacionismos de logia.

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(*) http://www.youtube.com/watch?v=LRcTwaTxra8

Por favor, no dejen de descargarlo.

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