En el Día de los Fieles Difuntos. (V) ©

De nuevo nos llega el Día de Difuntos como repetida llamada de atención hacia un acontecer de nuestra vida que en lo inconsciente no queremos aceptar.

La muerte es una realidad que nos iguala con todas las criaturas terrenas recordándonos que nuestro destino e inmortalidad se ocultaron, como en nubes de plomo, aquel día aciago de nuestra traición a Dios en la piel de Adán. Y cito a Adán porque nuestra cultura religiosa es judeocristiana, sin estorbar que a la vez sea heredera de otras, y otras y muchas otras, llegadas por luz de tradición hasta Moisés que las recogió en el libro del Génesis.

El Día de Difuntos lo tengo como tema obligado de esta columna, cada año, porque creo que la vida moderna ha apartado a las familias de velar en casa a sus seres queridos y ha promovido la eutanasia de las UVI's de batas blancas y verdes junto a nuevas costumbres que nos insensibilizan de la insobornable realidad del morir. Con mayor malicia e intención, contra la perennidad de la vida por nuestra fe en Jesucristo, vencedor de la muerte

En verdad, si miramos de frente este tema, deberíamos tomar la muerte como una poderosa energía de la vida, pues que la idea de nuestra fatal desaparición de su escena nos coloca en la alternativa de aprovecharla lo más posible. Mucho más ciertamente cuando se apuesta por Jesucristo y sus promesas de vida. Él es el Camino en la desorientación, Él es la Verdad en el caos y,sobre todo, promesa de Vida sobre su fugacidad.

Hace algún tiempo oí un sermón sobre la muerte. El sacerdote, al explicar el Evangelio de aquel día, el episodio de la resurrección de la hija de Jairo, se preguntaba sobre lo que no sabemos de la muerte y sobre lo que sí sabemos. De lo cual sacaba conclusiones que seguidamente incluyo en este post: [Los paréntesis son míos]

«¿Qué es lo que no sabemos sobre nuestra muerte?»

«No sabemos, en principio, cómo va a ser. Si será natural o provocada por un accidente, o por un crimen. Muchos de los que aquí estamos, unos más que otros, sabemos por la edad ya alcanzada que no será de las llamadas prematuras, como fue la del suceso narrado en el Evangelio de hoy. Pero otros, niños y jóvenes, no lo saben.» [Esto es, que también en la plenitud vital de la juventud la muerte tiene poder para alcanzarnos ]

«No sabemos ni el cómo ni el cuándo.»

«Porque así como hay los más diversos tipos de vidas hay también los más diversos tipos de muertes. Es tema importante porque en un cristiano no sólo la vida debe ser ejemplar sino también la muerte; no sólo con la vida, también con la muerte debe hacerse el bien. Y así puede decirse de los santos en general: que si han sido heroicos misioneros, padres, madres de familia excelentes, si han consumido su existencia sirviendo a los pobres, si han renunciado por amor a Cristo a ventajas de este mundo o han aceptado por amor a su Fe las calumnias y el desprestigio; si toda su vida ha sido como un faro que ayudaba la recta orientación de los que les rodeaban nunca este faro habrá brillado con mayor intensidad que en el momento de su muerte.»

«Por eso no veréis biografía de santo alguno que al narrarnos su vida no dedique un capítulo especial al relato pormenorizado de su muerte. E incluso de los que no son santos pero se han señalado, por ejemplo, por su entrega a la Patria: En las crónicas de la reconquista española se nos dice que el Cid apenas fallecido fue colocado en su caballo, fijado en él con estacas y que, apareciendo así con su ejército, puso en fuga al enemigo. Ganó una batalla estando muerto. Por eso es tan importante tener bien presente el momento de nuestra muerte…»

«Pero sí sabemos...»

«UNO.- Que es certísima e inevitable.»

«DOS.- Que vendrá “como ladrón”, sin avisar.»
«Nuestro Señor nos lo ha prevenido: Vendrá como un ladrón. [Mt 24,43; 1 Tes 5, 2; 2 Pe 3, 10; Ap 3, 3 y 16, 15] No pensemos que podemos ser dueños de los últimos instantes de nuestra vida. Aunque muramos en nuestro lecho, vendrá como un ladrón. El instante preciso de la muerte es, psicológicamente hablando, inasible, inaprensible. La experiencia del desvanecimiento de la vida no comporta nada parecido a un instante último.»

[Esto lo dice un sacerdote del que por su edad y destinos sabemos se enriqueció con muchas experiencias de muerte, últimas confesiones y administración de Santos Óleos. Por cierto, ¿cuántos fieles de hoy y cuántos sacerdotes posconciliares requieren y son requeridos para este final y superlativo consuelo? Apenas si queda ya cultura sacramental para este este último trance del alma que la Iglesia y sus sacerdotes cuidaron con tanto celo hasta hace sólo unos pocos lustros.]

«Lo mismo que cuando el hombre se desliza en el sueño, cuando se desliza hacia la muerte no le es posible vivir conscientemente ese último instante en el que el alma aún está en el cuerpo. De ningún modo podremos decirnos: “¡Atención! Al instante siguiente ya no tendré más vida”. Es necesario, pues, estar siempre en guardia porque el instante de nuestra confrontación a la Verdad, que ha de juzgar toda nuestra vida, vendrá como ladrón.»

«TRES.- Que lo que tras la muerte nos espera depende de cómo hayamos usado el tiempo de nuestra vida mortal.-
Y por eso concluyamos nuestra meditación preguntándonos qué valor damos al tiempo. Un proverbio dice que “el tiempo es oro”. Pero si a algunos se les pregunta qué están haciendo te responden: “pasar el tiempo” o, peor aún, “matar el tiempo”. [...] Y aún hay otro proverbio que nos dice que “el tiempo es irreparable” pues nadie puede revivir su infancia, su juventud, o alguna otra de las etapas de su vida [ya gastada]. Por eso, de los santos se ha dicho que eran “avaros de su tiempo”. San Alfonso había hecho voto de no perder un instante y San Bernardino de Siena decía que el tiempo es un tesoro que sólo en esta vida se halla pero no en la otra, ni en el cielo ni en el infierno [donde] el grito de los condenados es este: “¡Si tuviésemos una hora!”. A toda costa querrían una sola hora para remediar la ruina de su egoísmo o de su avaricia, pero ésta jamás les será dada.» [El sacerdote se extiende subrayando que el tiempo pasado desapareció, ya no existe, ni fue nuestro nunca para dilapidarlo o malgastarlo.] «Por eso [continúa], qué equivocados están los que dicen: “Tengo 17, o 30, o 40 años”. Porque en realidad esos 17, o 30, o 40 son precisamente los años que ya no tienen, los que no van a volver nunca. El tiempo futuro no depende de nosotros. ¿Cuánto será el tiempo de vida futuro ? No lo sabemos. [Mt 6, 27]»

«Para obrar sólo tenemos el tiempo presente.»

«¡Oh, tiempo despreciado! Tú serás lo que más deseen los disolutos en el trance de la muerte. Querrán otro año, otro mes, otro día más con el que supuestamente compensar docenas de años desperdiciados, pero no les será dado. ¡Cuánto no daría cualquiera de ellos para alcanzar una semana, un día de vida para mejor ajustar las cuentas del alma!»

«Hermanos: A vosotros y a mí Dios nos mantiene en vida para que reparemos el tiempo perdido. Piensa en las oportunidades que tu vida corriente de estudiante, de madre o padre de familia, de esposo o esposa, obrero, médico, en plena actividad o ya retirado te ofrece todavía para ejercitar tu plan de vida, la virtud de la diligencia, de la caridad, el salir de ti mismo, o el servicio de cualquier tipo que sea, para que cuando te llegue ese momento tan lleno de incógnitas tengas firmemente seguro lo que más te va a importar: que no tendrás que lamentar sin remedio el mal uso que hiciste de tu única vida.»

«Que la intercesión de San José, varón justo y patrón de la Buena Muerte, nos lo obtenga a todos.»

***

Y así terminó el sermón y yo no veo por qué alargarlo.
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