DE LA FUERZA INELUCTABLE DE LA HISTORIA. ©







Francamente, desconfío de las proposiciones que tiñen de fatalismo los hechos que la historia registra. Como si nuestro vivir fuese un dejarse llevar por una corriente indomable. No creo en absoluto que sea así, al menos en el gran catálogo de ocasiones en que se puede enfrentar su supuesta fatalidad.



Creo que nosotros somos la historia, nosotros la hacemos en el cauce de tiempo que encontramos al nacer. Que la fuerza ineluctable de la historia no lo es tanto, ni nos obliga a ser y a hacer aquello que no elegimos o que se nos impone por "hados misteriosos". Muy al revés, son muchas las oportunidades en las que podemos hacer que lo que parece inevitable suceda de otra manera, o que no suceda.



No me explico cómo se llega a ese fatalismo cobardica de que los males que ocurren no pudieron ser previstos ni detenidos ni reconducidos. En primer lugar porque es un desprecio a la providencia de Dios creador y señor de los mundos, del género humano y de nuestras vidas aun, y con mayor razón habiéndolo hecho para nosotros. (Gén 1, 28) Me parece de mucha cara dura echar la culpa a los vientos de la historia del mal que se crece porque le dejamos crecer. Por supuesto, de esto hay que excluir las fuerzas y cataclismos naturales como, por ejemplo, que a la Atlántida se la trague el mar; también, que una vez que los hechos ocurren ya no se pueden borrar... Aunque sí diría que siempre pueden rectificarse.



Hacer historia, aun sin darnos cuenta, empieza por la propia vida. Para ello no es necesario un sentimiento trágico ni un nihilismo anestesiante sino que, agradecidos al regalo del vivir, sepamos ser libres para, con la conciencia tranquila, enfrentar y priorizar los deberes de cada presente. Lo que luego ocurra es cosa de Dios, señor de la historia, así como de la importancia que tengan las consecuencias de nuestros actos.



Con cuánta superficialidad olvidamos que, desde que Cristo nos dijo quiénes éramos y el precio a que nos elevó, del famoso río de la historia lo que menos importa es el cauce, si lo comparamos con el caudal de nuestros actos, su trascendencia por las tierras que fecunda y la desembocadura en el gran océano que nos espera. Este último, verdadero fin ineluctable. Ser conscientes de esa trascendencia nos llena la cilindrada de nuestro personal protagonismo, el que nos hace parte de la historia general y de la particular. Para el bien o para el mal, aun como criaturas estropeadas por el pecado, ese protagonismo es el poso por el que nos juzgarán aquí, en el tiempo, y allá en la eternidad.



La Iglesia del último medio siglo



A los que planifican nuestras biografías les conviene que seamos ovejitas obedientes, pasivas, tolerantes y que nos dejemos arrollar por las novedades que nos avientan los compañeros del secreto y servidores de las tinieblas (Lc 22, 52-53; Hch 26, 18; 2Co 6, 14) para que, seducidos por un fatalismo interpuesto, ellos se vean fuertes y gloriosos y los católicos apáticos y derrotistas. Así ocurrió en estos últimos lustros de la Iglesia cuando desde la tiniebla se reclutaron buen número de audaces teólogos y obispos resentidos, oportunistas, violentos, para que gran parte de su reciente historia la protagonizaran sus -nuestros, tuyos y míos- enemigos. ¿Y cómo fue eso posible? Porque al tocar facultades con las que conceder cargos y dignidades colocaron en gradual ascenso a funcionarios, purpurados o no, lábiles y acomodaticios que enseguida ejercieron su autoridad a favor del viento que sopla.



Y hablando de historia...



Sin embargo... Trescientos soldados espartanos, con sus apoyos, bastaron para detener durante dos o tres semanas el avance terrorífico de cien mil persas y sus mil barcos. Parecía imposible que Leónidas le parase los pies a Jerjes y, aunque la de las Termópilas se perdiera, la resistencia espartana sirvió para la reacción victoriosa de los griegos.



En el ámbito de la Iglesia del pos-concilio el fatalismo “de los vientos que soplan” fue argumento para los que, cambiando de chaqueta sin más norte o ideal que subir escalones, se involucraban solidarios con su ruina. Sí que se pudo evitar, sí que se pudo luchar contra lo que era a todas luces contrario a las leyes católicas, pero la Iglesia estaba carcomida de clandestinos agentes revolucionarios. Los modernistas que nos anticipó San Pío X. Pero, de la misma manera que los trescientos de Esparta frenaron el avance de los medos, la perseverancia, legítima, obligada y bendita de unos pocos podrá hacer caer la revolución progresista que subrecticiamente arrancó de la concha de la Iglesia la perla de la religión.



La Nueva Evangelización



En la práctica este chusco fatalismo nos empujó sistemáticamente y con mano de hierro hacia un humanismo pagano y descreído apartándonos de la tarea esencial de llevar la historia hacia Aquél que es la causa primera de que la historia exista. (Ef 1, 4) Así, por el cuento de adaptarnos al signo de los tiempos cierta parte de la Iglesia, en particular la influida por el engañoso uso del término progresismo - inocente de que igual progrese la honradez que la usura, la virtud que el vicio... -, se olvidó del principio universal de que las leyes (la doctrina) no se pueden adecuar al crimen (el error y la herejía), aun si éste se adueñase de las calles, sino que son las calles las que se deben limpiar del crimen haciendo cumplir las leyes que lo previenen y castigan.



Falso progresismo que alimentó el aggiornamento conciliar. En realidad lo de la puesta al día resultó en eso: someter a la Iglesia a supuestos vientos de la historia, por ejemplo, los que soplaban de las democracias victoriosas, desertando de evangelizarlas como bien quedó registrado para tantos casos. Hasta la muerte de Pío XII, trece años después de terminar la 2ªGM, la presencia de la Iglesia en el mundo tenía una fuerza enorme. Hasta que llegaron los Roncalli y los Montini y nos regalaron la quiebra doctrinal - Pablo VI ensalzó a la ONU por encima de la Iglesia (*) -, los Tondi y Arrupe, los Sindona, Calvi y Marzinkus -asesores reclutados por Pablo VI- dejando a San Pedro en la ruina moral. Y, consecuentemente, en la económica.



El engaño a la Iglesia contemporánea fue, y todavía es, pretender que el aggiornamento exigía «una religión para nuestro tiempo» (cf Louis Evely) en lugar de estimular la expansión de la fe con las verdades del Evangelio, únicas que pueden iluminar a los que vivían en tinieblas (Lc 1, 79; Jn 12, 46; Mt 5, 14). Todos esos jerarcas -el término jerarquía tuvo mucho éxito en la coacción- que se lanzaron sin red a "la puesta al día" del magisterio apostólico (!) indujeron la implícita necesidad de novedades y, por tanto, de barbaridades. Olvidaron, repito, que la Iglesia no fue instituida para adaptarse al mundo sino para hacer cristiano el mundo en el que vive. Por eso aquí abajo, en el tiempo, se la llama Iglesia Militante.



Todavía hay quien piensa y se felicita de que el último concilio adecuó la doctrina cristiana a un mundo que se escapaba de Cristo. No era eso lo que ocurría pero sí lo que se publicó y publicitó. Muchos de mis lectores recordarán que todos los cambios se nos justificaban, ladinamente y sin discusión posible, "en un volver a la Iglesia primitiva"... Burla del mentiroso. Y, ahora, ¿en qué consistirá la Nueva Evangelización que nos inventan los teologones del momento? ¿Modificará lo aprendido intentándolo sobre un nuevo Credo? No sería de extrañar, después de 50 años en barbecho la grey católica ya "está madura" para admitir cualquier cosa.



Pero "desde la Iglesia primitiva" hasta hoy, sobre cientos de crisis y traiciones ha prevalecido un mismo Evangelio frente a toda heterodoxia. Fue así ya en el Concilio de Jerusalén (s.I) y en el de Cartago (s.III) y quince siglos después así siguió siendo. Hasta que llegó "la Primavera" del Vaticano Segundo.



La evangelización, vieja y siempre nueva, es sencillísima porque Jesús se basta por sí solo: «Sin mí nada podéis hacer» (Jn 15, 5). Nosotros la complicamos cuando permitimos que se nos aparte de su guía. San Pablo amonestó a los Gálatas (1, 6):



«Me maravillo de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No es que haya otro sino que algunos os perturban y quieren pervertir (pervertir significa modificar hacia lo contrario) el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo (¿un santo canonizado...?), os anunciare otro evangelio diferente (lo hará diferente una sola desviación) del que os hemos anunciado (no dice enseñado porque el Magisterio no es de San Pablo ni de San Pedro sino de Jesucristo), sea anatema.» (Anatema significa excomunión, maldición; que una persona sea anatema es estar excomulgada.)




Las palabras del Apóstol nos provocan interrogantes graves y trascendentes. Los personajes que presidieron y colaboraron en desvirtuar la fe confesada en el Credo apostólico, que cambiaron la Iglesia como calcetín vuelto del revés, que abrazan a los enemigos de Cristo sin que estos abominen de sus crímenes ¿han de ser tenidos por santos y ejemplo de virtudes? El sentido común indica a todas luces que no. Y es de razón que sus desaguisados deban abordarse primero, necesariamente, por reconocer que se abusó de facultades y de autoridad, barajando como tahúres las últimas canonizaciones justificadas solamente en sancionar con santidad no ya nombres sino, más en verdad, el patrocinio de las cotas propiciadas por ellos en la estrategia revolucionaria. La intención de las personas solo Dios la conoce pero la Iglesia no puede, no podemos, juzgar y canonizar más que por los frutos. (Mt 7, 15-20; Lc 6, 43-44)



-------



(*) «Estamos persuadidos de que sois los intérpretes de todo aquello que tiene de supremo la sabiduría del hombre. Al menos, queremos decir, de su carácter sagrado.» [Las Naciones Unidas representan] «lo que la Humanidad viene soñando en el vagar de su historia. [...] algo que del Cielo bajó a la Tierra.» (Nueva York, 07.08.1965)



________ IMPORTANTE _______



Las citas en paréntesis suelen ampliar las ideas y textos mucho más que lo que de su referencia se espera. Aconsejo su búsqueda y lectura.



======== =======

.





Se ha publicado el libro: "Mis pliegos de cordel" en que se reúnen algunos de los posts más visitados en este blog. El dicho libro se vende en las librerías de El Corte Inglés además de en La Casa del Libro, Amazon y otros portales de compra on-line.



Entrevista con el autor a propósito de su lanzamiento.
Volver arriba