La Feria del Libro y Don Quijote ©
Este articulista no se ve capaz de abarcar la obra que Cervantes regaló al mundo, y menos aún al saber que tantos nombres de fama alabaron la aparición del extraordinario héroe, que lo es, así en presente, el Caballero de la Triste Figura. Sin duda les compensaré de mi pobreza si les traigo al blog algunos, pocos pero representativos. Por mor de imparcialidad escojo los no españoles.
Entre ellos, Enrique Heine, el poeta alemán del siglo XIX que sentidamente recordaba cómo, de niño, al leer que Sansón Carrasco derrota a Don Quijote, salpicaba de lágrimas las páginas del libro.
Otro germánico, ya en los umbrales del siglo XX, el joven vienés llamado Sigmund Freud, quedaba prendado de Don Quijote e insistentemente recomendaba a su novia que lo leyera. Bien podemos imaginar, y creo que no me alejo de la verdad, que su técnica del psicoanálisis se inspiró en esta novela, de la que muchos capítulos se pueden relacionar con sus ensayos del subconsciente o la investigación onírica. Así, de que los molinos sean gigantes y los rebaños de ovejas, ejércitos, nace la simbología de la interpretación de los sueños. A nadie extrañará, pues, que Freud aprendiera español para beber en su genuina frescura las charlas entre Don Quijote y Sancho. El investigador de la mente humana recurre al modelo cervantino para aplicar en las sesiones de psicoanálisis la necesidad de un hablador, como Don Quijote, y de un escuchador, como Sancho Panza. También tuvo que ser Cervantes quien le iluminara los vericuetos del instinto sexual al sublimar la pasión de su héroe hacia una idealizada Dulcinea, superando a la real Aldonza. Digamos que, tal vez, los andantes protagonistas imaginados trescientos años atrás sean acreedores del Dr. Freud, que los tomó como hilo con el que tejer su teoría del psicoanálisis.
Otro caso extraordinario fue el de Mary Shelley, la autora del “Nuevo Prometeo o Monstruo de Frankenstein”, que quiso agradar a su marido con la lectura en el español original de las aventuras locas del tierno y enjuto hidalgo.
Va a ser Albert Einstein, para muchos de inesperada raigambre religiosa, el que incluya entre sus fundamentos culturales, mejor decir espirituales, una escuadra de nombres tocados por el dedo de Dios. Músicos como Bach, Schubert y Mozart, acompañados de sus escritores preferidos, Cervantes y Dostoievski, con los que Einstein confesó sentirse más agradado que con grandes físicos o matemáticos.
Justo a Dostoievski hay que dar aquí el mayor relieve. Es él quien dedica a Don Quijote las alabanzas más bellas. El autor de “El idiota”, "Los hermanos Karamazov", "La alquería de Estepanchicovo" y “El jugador”, en su “Diario de un escritor”, ofrece a nuestro manchego universal líneas tan sentidas, emotivas y hermosas como éstas que siguen:
«En todo el mundo no hay “obra de ficción” más sublime y fuerte que ésa. Representa hasta ahora la suprema y más alta expresión del pensamiento humano.»
Para empezar no se puede pedir más.
En las crónicas de septiembre, después de analizar los enemigos que se ciernen sobre Austria, el ruso inmortal se vuelve otra vez a Cervantes.
«¡Oh! Ese gran libro. Es del número de los eternos, de esos con que sólo de tarde en tarde se ve gratificada la Humanidad. (…) Ya el sólo hecho de que Sancho, esa encarnación de la sana razón, de la prudencia y de la áurea medianía, se consagrase a ser amigo y compañero de aventuras del más loco de los hombres, él precisamente y no ningún otro, es notable. Pásase todo el tiempo engañándole como a un niño, y, no obstante, está plenamente convencido del gran talento de su amo; conmuévese hasta lo patético ante su grandeza de alma, cree a pies juntillas en todos los fantásticos sueños del caballero, y ni una sola vez pone en duda que aquél conquistará algún día una ínsula para regalársela. ¡Cuán de desear sería que nuestros jóvenes conociesen esta gran obra! No sé lo que pasará ahora en las escuelas con la Literatura; pero sí sé que ese libro, el más grande de cuantos ha creado el genio de los hombres, levantaría el alma de más de un joven con el poder de una gran idea, sembraría en su corazón la semilla de grandes empresas y apartaría su espíritu de la sempiterna adoración del estúpido ideal de la medianía, del orondo amor propio y la vulgar “sabiduría práctica”. (...) Ese libro no olvidará el hombre llevarlo consigo el día del Juicio Final. Y denunciará el más hondo, terrible misterio en él contenido: que la belleza suprema del hombre, su pureza mayor, su castidad, su lealtad, su valor todo y, finalmente, su talento más grande... consúmense hartas veces, por desgracia, sin haber reportado a la Humanidad provecho alguno (...)»
Al leer estas "divinas palabras" dedicadas por Dostoievski a nuestro Ingenioso Hidalgo comprendemos por qué en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) le eliminaron de los libros de texto.
"En los últimos años lo mencionaban algo (los comunistas a Dostoievski), pero sólo por sus libros sobre pobres y miserables. (...) Si pedías una obra suya en las bibliotecas, había orden de apuntar tu nombre en una lista especial. Se desaconsejaba activamente su lectura. Hasta 1956 no se volvió a reeditar nada suyo. Y tiene lógica. En 1972 empezaron a reeditarse sus obras completas, que se acabaron en 1990... justo cuando se hundió el comunismo. Creo que no fue por casualidad." Tatiana Kasatkina, de la Academia de Ciencias.
Siempre me emocionan las páginas finales en que Alonso Quijano el Bueno recupera su cordura. En particular al ver que, como buen hidalgo, poca hacienda le queda para legar a su sobrina. De cuya cuantía no olvida apartar los sueldos debidos a su ama, añadiendo agradecido "más de veinte ducados para un vestido". Sansón Carrasco le compone un epitafio con estos versos finales: «Tuvo a todo el mundo en poco: / fue el espantajo y el coco / del mundo, en tal coyuntura / que acreditó su ventura / morir cuerdo y vivir loco.» Pienso que no siempre será infortunio un vivir loco si al final morimos cuerdos... como Alonso Quijano.
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