Homilías escogidas © Domingo XIV después de Pentecostés

Con este post doy comienzo a la elección de una homilía de entre las escuchadas o conocidas a lo largo de cada mes. Es decir, que la próxima se hará acabado septiembre y así igualmente en los meses sucesivos.

La hoy seleccionada lo ha sido porque ofrece sencillas reflexiones para la formación de nuestro carácter y, consecuentemente, de nuestra alma. También porque el sacerdote comenzó encomendándose a la Santísima Trinidad y la terminó invocando a la Virgen María. (Algo no tan usual como pudiera creerse).


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

La enseñanza de este domingo es evidente. Con Nuestro Señor Jesucristo la Iglesia nos invita a vivir según el espíritu. Esta lección traduce el combate espiritual que cada uno de nosotros tenemos que seguir cada día para vivir según la voluntad de Dios y para que la gracia sea activa en nuestras almas.

Epístola y Evangelio: Existencia del pecado original y de la enfermedad crónica del alma.

La epístola y el evangelio de hoy nos recuerdan esta realidad de la lucha espiritual que continuamos hasta la muerte. Esta lucha es el efecto de lo que llamamos concupiscencia (*), es decir la inclinación de nuestra naturaleza para hacer el mal. Esta inclinación es el resultado del pecado original. Lo hemos visto en uno de los evangelios de los domingos pasados, estamos enfermos por causa del pecado original y esta enfermedad crónica del alma favorece el pecado en nuestra vida, nos conduce “a hacer el mal que no queremos y a evitar el bien que deseamos realizar”, como lo dice San Pablo.

Epístola: Dos mundos en lucha uno contra otro (Gál 5, 16-24)

Esta ley del pecado crea una lucha que divide nuestro propio corazón. Existe en nuestra alma una guerra que pone obstáculos para realizar el bien. Estos obstáculos existen porque, como dice el Apóstol, los deseos de la carne van en un sentido contrario a los del espíritu. Esto es lo que nos describe hoy la epístola. La descripción ilustra el ambiente de dos mundos diferentes que luchan uno contra otro. El mundo de los vicios se opone al de la virtud. Es fácil saber en qué campo estamos. San Pablo nos proporciona un pequeño examen de conciencia para entender si vivimos según el espíritu o no.
Lo importante es recordarnos la realidad de dos mundo en lucha en nuestra propia alma. Porque tenemos que actuar según esta verdad. Si no luchamos, la ley del pecado obtiene ventajas a causa de la inclinación que resulta del pecado original. Si luchamos, podemos parar los efectos del pecado original y así acercarnos a la salvación.

Epístola: La vida cristiana invita a crucificar las pasiones. ¿Qué significa esto?

Significa mortificarse. Mortificarse consiste consiste en buscar el equilibrio que conforme nuestras acciones con la ley de Dios. Es el equilibrio entre el exceso o la falta en cada una de las virtudes. Esto obliga también a equilibrar las pasiones en nuestra vida corriente. No significa que no podemos tener pasiones en nuestra vida, eso es imposible porque las pasiones pertenecen a la naturaleza humana para actuar. No se pueden eliminar pero sí equilibrarlas, cada una, para ayudarnos a vivir según la voluntad de Dios. Las pasiones en la vida son medios, es decir ayudas para arreglar nuestra vida hacia el cielo.

Para entender la influencia de las pasiones en la vida, podriamos ayudarnos con una pequeña broma. No sé si conocen este chiste. Se dice que “el amor ciega a los novios y que con el matrimonio se recupera la vista”… Es un poco la verdad, y ¡está muy bien así, si no nadie querría casarse! Pero esta broma ilustra bien la acción de las pasiones en el alma. Lo importante es darse cuenta de que las pasiones, de un lado, pueden ayudar a nuestra santificación mejorando nuestras acciones y, por otro lado, también pueden ser obstáculos. En resumen, podemos decir que sin pasión o, al contrario, con mucha pasión (desequilibrio en ambos casos), nuestro juicio será inducido a error respecto de lo que necesitamos hacer para obtener la salvación.

La vida cristiana consiste en la moderación de las pasiones para evitar esta obcecación. Necesitamos trabajar en ello cada día de nuestra vida, con paciencia y constancia. Y en eso consiste la mortificación. El medio que permite quitar obstaculos al amor de Dios por nosotros, quitar lo que impida que la caridad de Dios invada toda nuestra alma.

Evangelio: (Mt 6, 24-33)

No podemos seguir, servir, a dos señores. Para obtener la salvación no tenemos que seguir la ley del pecado sino la ley de Dios.

Debemos elegir las causas rectas que nos lleven a obtener los efectos adecuados. La pena es que generalmente utilizamos las causas malas esperando obtener los efectos propios de la caridad. De esta manera pronto caemos en el desaliento. El secreto de un alma en paz consiste en eso: seguir buenas causas para obtener los buenos efectos. ¡Es sencillo! Luego, para obtener los frutos del Espíritu de caridad, paciencia, longanimidad, etc., que nos indica san Pablo, hemos de tener nuestra alma en paz y eso es posible si vivimos según la ley de Dios, si no tenemos el corazón dividido entre dos mundos contrarios, que luchan. No entender esta situación dificulta también la paz y la alegría.

Conclusión:
Vivir en espíritu : con la gracia de Dios, por los sacramentos, aplicando la ley de Dios en nuestra vida, cada día.
Con septiembre empieza el nuevo año escolar, es la ocasión de buenas resoluciones para arreglar más nuestra vida, para que vivamos un poco más del espíritu.

Pedimos esta gracia por la intercesión de la Virgen María. Amen.


Ave María purísima + sin pecado concebida.

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(*) Apetito y deseo de los bienes terrenos. Tómase, por lo común, en mala parte. 2. Apetito desordenado de placeres deshonestos. (RAE)
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